Capítulo 3

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AVISO QUE ESTA NOVELA LLEVA ERÓTICA, ABSTENERSE A MENORES. GRACIAS.

La noche fue placentera, soñaba con mi enfermero favorito y con el doctor... Oliver y Marcus, me hacían tocar el cielo, me devoraban y saboreaban, me follaban como nadie lo hacía nunca...

Cuando sonó el despertador que todos los internados en el centro tenemos, amarrado al cabecero de la cama, no pude evitar abrir los ojos con fastidio, removerme apretando mis piernas como no queriendo salir de la ensoñación, me sentía tan caliente y no era culpa de la calefacción ni de las sábanas.

Me incorporé a regañadientes, dirigiéndome al baño, no necesitaba que viniera Natalia ni ninguna otra enfermera para ayudarme, al no ser que fuera Marcus, claro estaba, el doctor no iba a venir a la habitación teniendo aquella habitación decorada a su gusto.

Pensar en él me puso más caliente todavía si cabía. Me desnudé y metí bajo el chorro que aún no salía a su temperatura de 37 grados centígrados, pero no importaba. Mis manos bailaron solas por mi cuerpo, masajeándome los pezones con una, comenzando a darme placer gracias al clítoris. Los suspiros se esparcieron por la mampara junto al vapor del agua, me mordí la lengua para no exclamar y llamar la atención de quien estuviese en la habitación, sabía que siempre entraban para hacer la cama a estas horas.

Comencé a enjabonarme satisfecha, no sabía si tendría cita con el doctor hoy, no estaba segura. Terminé pronto con mi cabello y salí. Abrí mi armario, la cama ya estaba hecha y la habitación ordenada. Por la forma de silencio y discreción, concluí quién había entrado, la pobre Samantha, seguro, era la más joven de los auxiliares que habían entrado nuevos. Una monada que odiaba, demasiado guapa para la vista, cada vez que Marcus la veía, sus ojos iban tras ella hasta que desaparecía... eso debería pasar, que desapareciera como lo hacía en mi habitación. Nuestros encuentros eran dramáticos, no soportaba verla, esos ojos verdes esmeralda y pelo rojo con unos bucles salidos de una revista de modelos, toda ella parecía sacada de allí.

Elegí un vestido floral de manga francesa, largo hasta la rodilla, unas medias de liga y mis queridos tacones. No me gustaba demasiado ir plana.

Salí al pasillo para dirigirme al comedor y tomar mi desayuno junto a mis medicamentos. Estaba de buen humor, ojalá nada chafara mi día.

El comedor estaba como siempre, la misma gente aburrida y loca de siempre. El señor Robert jugando con su muffing, quitándole las pepitas de chocolate después comiéndoselas una a una tras hacer una torre con ellas. Becca Miller, mi querida amiga que se creía una diva, iba bien vestida, con sus trajes de gala, joyas, peinado, maquillaje y uñas perfectas.

Tomé mi bandeja tras saludar a Bud, el cocinero, y me senté junto a ella que no tardó en alzar su vista majestuosa hasta mí.

- Buenos días, querida.

- Buenos días, Becca.

Nos tuteábamos, Habíamos congeniado bien desde el primer día, su edad no tenía nada que ver aunque ella fuese como mi madre. Podría decir que se parecía algo a mí.

- Te veo exquisita, querida.

- Gracias.- Contesté cortés.- Tú sí que estás divina.

- Oh, siempre lo estoy, es cosa de ser quién soy, ya sabes.- me observó largamente antes de tomarse su vaso de leche.- Te veo relajada.

- ¿Sí?- pregunté interesada por lo que veía de mi reflejo.

- Déjame adivinar... - Observó mis ojos.- Marcus por fin te ha desatado.

- No. Solo en sueños.

- Mumm... ¿Un nuevo enfermero del que no me enterado?

Reí.

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