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—¡Atrápame si puedes tonto! —Guillermo correteaba por el edificio, intentando que el castaño no lo pillara.

—Ya verás, cuando te agarre te voy a atar a la cama. —Samuel corrió por el pasillo, persiguiendo al pelinegro que venga a saber porqué, estaba esa noche con la energía de un niño de cinco años—. ¿Te tragaste una batería o algo? ¿Cómo no te cansas?

—Chocooolateeee —rió con ganas, mientras daban vueltas en torno al sofá, el castaño casi muriéndose por falta de aire, al revés de Guillermo que se mantenía dando brinquitos—. Y así luego me dices que no estás viejo.

—Oh cállate. —Samuel volvió a perseguirlo, esta vez agarrándolo por el borde de sus pantalones de chandal, bajándoselos sin querer, dándose cuenta de que no llevaba calzoncillos—. ¡Ups!

—¡Samuel!

El castaño comenzó a reír por el rubor que se extendió por las mejillas de su novio, hasta caer al piso sin poder sostenerse por el ataque de risa.

—No te rías. —El pelinegro se colocó a horcajadas encima de Samuel y le revolvió el cabello, sabiendo que era algo que detestaba.

—¡Estúpida, mi pelo idiota!

Ambos se miraron por un par de segundos, antes de que estallaran en carcajadas y terminaran con lágrimas en los ojos y un dolor en el estómago.

—Oh jo-joder, eres ta-tan bobo —dijo Guillermo entre risas.

—No tanto co-como tú —respondió el mayor con la respiración agitada.

Cuando se fueron calmando hasta llegar a un silencio total, Samuel le guiñó un ojo a su chico y le dio un apretón a sus nalgas. Guillermo le pegó suavemente en la frente, fingiendo molestia, para a continuación pegar su pecho contra el de Samuel y juntar sus labios. Un beso relajado comenzó a desarrollarse, el mayor subió sus manos, enrollando la cintura de su novio sintiendo como su miembro comenzaba a cosquillear. El trasero del menor estaba puesto firmemente sobre su polla y aquello comenzaba a hacerle efecto.

—Chi-Chiqui, si no te detienes ya sabes lo que pasará. —El pelinegro se separó con un puchero de los labios de su novio—. No me hagas esa cara, dijiste que querías hacer cupcakes para tu madre ¿recuerdas?

Guillermo bufó tal cual un niño pequeño y Samuel no pudo evitar morir de ternura por ello. Tomó la nuca del menor, volviendo así a conectar sus bocas, besándolo con todo el amor que le tenía a su pequeño. El pelinegro empezó un vaivén con sus caderas, frotándose descaradamente con su novio, logrando que de a poco el miembro comenzara a endurecerse.

Nuevamente y con toda la fuerza de voluntad que tenía, el castaño lo detuvo.

—Cupcakes —volvió a recordarle.

—Bien.

De mala gana Guillermo se levantó, dirigiéndose a la cocina con sus morros en un puchero. Samuel negó con la cabeza por lo infantil que era su pareja, y sonrío siguiendo sus pasos.

El pelinegro se encontraba sacando los ingredientes de una cajonera, agachado, enseñándole el culo al castaño quien había recién entrado a la cocina. Se mordió el labio inferior sintiendo su miembro doler en sus calzoncillos. Maldijo el momento en que el menor le había prometido hacerle cupcakes a su madre.

Guillermo volvió a erguirse, y dio un salto al sentir como Samuel pegaba su cuerpo al suyo, haciendo fricción entre su trasero y la erección.

—No tientes a la suerte, bebé —gruñó con la voz más ronca de lo normal—. Sabes perfectamente que ahora mismo podría subirte a este encimera, romper tus pantalones y follarte con toda la fuerza que tengo. E incluso, podría usar la nata para darte un buen beso negro. Así que no me provoques tesoro.

El pelinegro soltó un gemido por la explícita amenaza, y jadeó cuando un beso húmedo fue dado en la curvatura de su cuello. Tras eso, un fuerte apretón recibió en una de sus nalgas, escuchando una risa cargada de malicia.

—Eres un sinvergüenza ¿lo sabías? —musitó divertido, girándose sobre los talones, enrollando sus brazos alrededor del cuello fibroso de su novio.

—Lo tenía presente —contestó para luego besar la pequeña nariz del pelinegro—. Anda, comienza ya.

—¿No me ayudarás?

—Soy un asco en la cocina, Willy, no me jodas.

—Gracias —respondió sarcástico, rodando sus ojos.

—Te amo.

—Yo te odio. —Samuel le pellizcó un moflete—. ¡Hey! Sabes que detesto que hagas eso.

—Me vale un huevo.

—Un huevo te voy a meter por el culo si vuelves a hacerlo.

Y así continuó la extraña conversación hasta que se dio inicio a una guerra de harina, que dio como resultado una follada en la ducha.

FIN.


SinvergüenzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora