34.

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Guillermo no mentía cuando dijo que la casa de Rubén era enorme. Por poco y ocupaba casi toda una cuadra. Nadie sabía cómo cojones el rubio había podido comprar un jodido palacio, pero nadie tocaba el tema. Mientras prestara la casa para sus ruidosas fiestas, todo estaba bien.

Samuel y su novio se encuentran en uno de los sofás individuales de cuero negro, tomándose un trago. Guillermo está cómodamente sentado sobre el regazo del castaño, mientras acaba con su vaso y habla con Frank quien está en otro de los sillones. Samuel tiene agarrado a su chico de la cintura con ternura, escuchando la conversación que ambos tienen con el tono bastante elevado por el volumen de la música.

—Entonces ella me dijo "¡Mi hijo quiere helado de mango! ¡Dáselo ya!" y yo le dije "¿Sabe qué? Vaya a buscar su jodido helado a otra parte, porque aquí no hay. Y de paso métase el cono por el culo" —relata Frank y los tres se carcajean por la anécdota.

—¿No tienes miedo a que te despidan por espantar a los clientes? —le pregunta el castaño, entretanto deja su vaso vacío en una pequeña mesa.

—Nah, esa vieja se lo merecía. ¿De dónde mierda iba a sacar yo helado de mango? ¡Estaba loca! —Guillermo niega divertido y le da el último sorbo a su bebida. Siente al castaño rozando su cuello con la barba incipiente, y le da un escalofrío al notar unos besos en su cuello.

—¿No quieres bailar, corazón? —él habla lo suficientemente bajo como para que únicamente el pelinegro lo escuche.

—Estaba esperando a que me lo preguntaras.

Se levanta de su regazo, tomándolo de las manos y lo hace trotar hasta la improvisada pista de baile, que no es más que la sala despejada de la casa. Frank ríe al ver a la pareja comenzar a bailar con energía y se echa hacia atrás en el sofá.

La música está en su tope, los trabajadores más jóvenes bailan animados llenando el lugar de calor. Samuel tiene agarrada la cintura de Guillermo con posesividad, mientras él de espaldas mueve sus caderas al ritmo de la música, prácticamente restregándose contra el castaño, totalmente descarado. Las personas alrededor ni si quiera lo notan, cada uno se concentra en disfrutar al máximo el pequeño descanso que les daba la empresa. Sólo hay una persona que mira con odio la manera en que Samuel agarra al pelinegro, fulmina con la mirada a Guillermo cuando muerde su labio, y detesta a ambos cuando comienzan a besarse sin dejar de bailar. Está furioso y se siente humillado por ese par.

Pasan las horas como segundos, y ya en la gigantesca casa, a las dos de la mañana tan sólo se encuentran quince jóvenes, quienes son los que resisten más las fiestas a diferencia de los adultos. Entre ellos se encuentra: Guillermo, Samuel, Frank, Alex, Rubén y Carlos.

El anfitrión de la joda, aún con ganas de seguir disfrutando, llama a las personas que quedan para jugar al "Yo nunca". El juego consiste en mencionar acciones, con vasos de licor en sus manos, que se deberán tomar si uno la ha realizado. Todos los jóvenes aceptan entusiasmados, sentándose en círculo.

—Bien, yo empiezo —dice Rubén mirándolos con una sonrisa ansiosa—. Yo nunca he tenido relaciones en lugares públicos.

Samuel y Guillermo se miran cómplices, y toman un sorbo del trago. Los acompañan María, un chica que vendía accesorios para celular y Alex, logrando que el grupo ría a carcajadas.

—Sois unos guarros eh.

—Yo sigo —Susana habla con una voz retadora—. Yo nunca he tenido sexo sadomasoquista.

Carlos e Ismael (un tío que trabaja en una tienda de deportes), toman un sorbo sin vergüenza alguna. El pelinegro le dirige una mirada de asco a su ex, pero cambia su expresión al sentir como Samuel acaricia sus nudillos.

—Esto se está poniendo salseante —comenta Rubén, frotando sus palmas—. Vale, tu turno Alex.

—Yo nunca he tenido fantasías sexuales con actrices o actores. —La mayoría de los jóvenes beben un sorbo, incluyendo a Guillermo y Samuel, para luego reír con ganas—. Estáis todos enfermos de la cabeza —dice entre risas.

El juego cada vez contiene más preguntas indecorosas y personales. Los vasos de algunos ya se han acabado, por lo que están obligados a ir a llenarlos de nuevo. Las risas son fuertes y estruendosas ante los secretos que liberaban los alcoholizados muchachos, la música está a unos decibeles más bajo que antes. Se están divirtiendo como nunca en esa noche de viernes con sus colegas.

—Vale, vale... —intenta hablar entre risas el rubio—. La última chicos. —Aclara su garganta antes de hablar—. Yo no estoy enamorado de alguien presente en esta sala.

Todos observan con ternura como Guillermo y Samuel toman sorbos, para luego darse un breve besito en los labios. Ven pícaros cuando, de igual manera, Frank y Alex totalmente ruborizados, toman un poco del alcohol. Nadie se espera que Carlos tome, pero lo hace, mirando directamente al pelinegro. El castaño frunce el entrecejo molesto, y agarra la cintura de su novio con fuerza, apretujándole contra él. Guillermo nota el cambio repentino de su novio, sintiendo un poco de dolor por la fuerza de su agarre, y decide tranquilizarlo; como siempre lo hacía cuando a su chico le venían ataques de celos.

Se levanta junto al castaño, tomando su mano.

—Volvemos de inmediato —avisa ganándose unos silbidos coquetos de algunos—. Pringaos'.

La pareja corre por un pasillo extenso, deteniéndose justo al medio de éste.

—Samuel... —comienza el pelinegro.

—No me vengas con "Samuel" que bien sabes que ese parguela te estaba mirando justamente a ti.

—Lo sé, pero tu sabes perfectamente que yo no lo quiero a él. —Suspira, tomando el rostro de Samuel en sus manos—. Te amo a ti.

—Lo siento, es inevitable ponerme celoso sabiendo que él estuvo contigo. Que te besó y te tocó antes que yo —él confiesa besando la palma de su novio.

—Pero ahora estoy contigo, y tú eres el que puede hacer conmigo todas esas cosas.

Esto último sale casi en un susurro y Samuel gruñe en respuesta, tomando los labios del pelinegro en un beso lento. Las manos morenas bajan hasta su cadera, y las de Guillermo se mueven hacia su cabello. Se besan con una ternura indescifrable, tan solo moviendo sus bocas con precisión sintiendo en sus vientres una sensación parecida al nerviosismo, pero mucho más agradable.

Se escuchan unos pasos silenciosos acercarse a ellos, el pelinegro no les presta atención pero el castaño abre uno de sus ojos notando como Carlos estaba al final del largo pasillo mirándolos con el ceño fruncido.

Aprovechando que su novio está de espaldas a él, sonríe malicioso y desciende sus manos hacia el trasero relleno de Guillermo. Le guiña un ojo al mirador y agarra en sus manos las nalgas de su pareja, sacándole un pequeño gemido. Las amasa en sus manos con confianza, con descaro y aumenta la velocidad del beso, dejando algunas mordidas en el labio inferior de su novio, sabiendo que Carlos aún sigue ahí. Samuel lo ve apretar sus puños colérico, hasta que por fin se va. El castaño suelta el trasero de su chico, sin mover sus manos de ese lugar sin embargo, y terminan el beso que a Samuel le sabe a gloria.

—Te adoro bebé —él murmura dejando un último beso en el labio inferior de Guillermo.

—Yo más —musita con el último aliento que el beso tan fogoso le dejó.  



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