Una puerta abierta

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-¿Puedo?

Preguntó su madre asomando la cabeza por la improvisada puerta de la que se supone era su habitación. Un pequeño hueco sin gracia con apenas algunos pocos muebles que seguramente habían tenido mejores tiempos.

-Claro. - Fue la respuesta de Gia.

Dejó a un lado el bolso que estaba preparando con sus cosas y se sentó en la orilla de la cama junto a su madre.

-Cariño, ¿estás segura de hacer esto? - Gia suspiró una vez más conteniendo torcer los ojos.

Hacía varios días estando en el pueblo, un anuncio pegado en alguna pared habia llamado su atención. Estaban solicitando una joven para hacer trabajo de limpieza en alguna de las mansiones de la gran ciudad. La paga prometía ser mejor de lo que ganaba trabajando en el puesto de frutas como ayudante.

Así que sin dudarlo habia anotado el número y llamado al día siguiente. Le habian dicho que se presentara en una semana. La cual ya se había cumplido.

Así que al día siguiente a primera hora debía tomar el bus que partía rumbo a la ciudad. Sin pensárselo demasiado había cogido el bolso y algunas de sus pocas pertenencias.
Si la paga era mejor que las tres lochas que ganaba en ese puesto de ese pueblo sin futuro que le alcanzaba para comprar apenas pan, lo haría. Se arriesgaría, por su madre y hermano, para ayudarles más, para buscar las oportunidades que sabia muy bien que habían. Universidad y mejores salarios para mejorar su calidad de vida.

-Mamá, sabes muy bien que el dinero nos vendría bien. Es más de lo que gano en el puesto de Tiuna. Estoy segura... que nos irá un poco mejor. - la mujer acunó las mejillas de su hija en sus manos acariciándole dulcemente con sus pulgares.

-Vas a estar en esa ciudad extraña que no conoces, estoy preocupada. Me gustaría que te quedaras.

-Madre... - Gia colocó sus manos sobre las de su madre. -Aquí no voy a surgir nunca. El único futuro que este lugar ofrece es preñarse de algún patán y multiplicar aún más la pobreza. Sabes que eso no es lo que quiero. Quiero más... mucho más, quiero ir a la universidad, conseguir un buen empleo, algún día tener mi propia empresa, sacarnos de esta... miseria. Por favor apóyame. - pidió apretando las manos debajo de las suyas.

La mujer suspiró asintiendo.

-Naciste aquí pero nunca perteneciste a este lugar. - Gia asintió con pesadez al ver el rostro acongojado de su madre. La separación iba a ser lo más difícil. Pero no por eso iba a prescindir de sus planes. -Vas a ser muy exitosa hija. Lo sé. - la atrajo a su pecho y acurrucó a su pequeña que aunque ya casi cumplía los 19, iba a ser siempre su bebé. -Solo quiero que tengas cuidado, la ciudad es más grande, más peligrosa.

-Lo tendré. Sé muy bien lo que quiero. - murmuró envolviendo a la mujer con sus brazos. -Voy a intentarlo ¿vale? Daré lo mejor de mi. No importa si no va bien o si no salen las cosas como quiero, regresaré, pero lo habré intentado, no voy a quedarme con las ganas.

-Promete que llamarás en cuanto llegues.

Gia salió de su pecho mirándole de frente.

-Lo haré. Llamaré a casa de doña Dina y esperaré a que te pongas al teléfono. - la mujer asintió.

Gia estudió el rostro de su progenitora grabándolo una vez más en su corazón. Su madre era joven, pero con las condiciones de vida deplorable que llevaba se veía un poco mayor. Apenas 38 años y aparentaba 50. No era fácil, su madre desde joven se sacrificaba demasiado por ellos. Trabajando, cogiendo sol en el mercadillo todo el día, y por las noches cuando llegaba cocía y planchaba para generar un poco más de ingresos.

Se había jurado cambiar las cosas, quería tener a su madre como una reina, como se lo merecía por ser la mejor y la más amorosa del mundo.

La abrazó una vez más y besó su mejilla para continuar con el embalaje de su equipaje.

-Iré a ver a tu hermano. Está muy callado. - Gia sonrío en respuesta continuando al instante con su tarea.

Mañana era el gran día. Mañana iba a dejar su hogar por primera vez para arriesgarse a la aventura, a otro mundo que ofrecía muchas oportunidades. Lo que siempre había querido. Sabia que el trabajo con el que iba a comenzar no era lo más inspirador, pero por algo se empezaba.

No podía evitar el miedo y la ansiedad.

El corazón le latía como loco. En pocas horas su vida cambiaria quizás para siempre.

Roto Donde viven las historias. Descúbrelo ahora