Lo desconocido

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Estaba hecho.

Acababa de llegar a la gran ciudad. Había dejado su pueblo de dónde nunca había salido.
A pesar del pánico que hacía remover sus entrañas por dentro, una vez más había hecho de valiente. Totalmente acostumbrada a no exteriorizar con ningún tipo de expresión sus sentimientos, disfrazando su rostro con esa máscara imperturbable que le caracterizaba. Siendo que por dentro era un remolino de preocupaciones, miedos y frustraciones. Porque vaya que le cagaba estar solamente con Dios en esa ciudad tan grande. No paraba de mirar a todos lados, mirando, observando, grabando a fuego cada calle y avenida que se aproximaba a su vista. Las personas... todo le resultaba curioso e interesante. El pueblo donde había vivido toda su vida le parecía ahora escondido en el inframundo.
Claramente no olvidaría nunca de donde venía, ni sus orígenes, pero estaba abriéndose paso ante a lo que sus ojos parecía un nuevo mundo.

Gia no descansaba la vista, tratando de no pestañear pendiente de no pasar por alto ni un minúsculo detalle.
Estaba de pie con mochila en hombros en la terminal de buses, pero a la distancia se veía la ciudad. Unas generosas autopistas, con autos yendo y viniendo en diferentes direcciones separados por una delgada isla de por medio.
Demonios que se veía todo diferente a su pueblo. Las tiendas, locales, franquicias de comida rápida. Edificios grandes y pequeños, de diferentes tamaños, colores y diseños, personas caminando por la acera a una distancia prudente de la carretera... su vista iba a colapsar. Todo parecía más, mucho más civilizado y muy, muy diferente al caserío de tres calles con carretera de tierra donde había vivido sus 18 años.

Impactaba. Impactaba mucho.

Se tensó cuando sintió un toque en su hombro y se puso en alerta, girándose en busca de la causa.

Frente a ella, un hombre un poco mayor, bastante alto de pelo canoso y trajeado. Enseguida supo que era el hombre qué había quedado en ir por ella para llevarla a la mansión.

-¿Usted es la señorita Gia Aarons, no es así? -Gia asintió.

-Soy yo. - El hombre le extendió su mano y ella la estrechó.

-Soy Robert, el mayordomo de los Lawrence. Mi señora la espera.

La chica, aferrando sus manos a las solapas de la mochila comenzó a seguir al hombre.

No muy distante una auténtica carroza color negro les esperaba.

Vaya, fue el pensamiento de Gia. Realmente eran adinerados.

El mayordomo le abrió la puerta trasera del vehículo, y mirando todo lo que la rodeaba una vez más, subió dentro.
Robert, como se había presentado el hombre, cerró la puerta y ocupó el puesto de copiloto.

También tenían chófer.

Todo lujo.

Bastaba con decir que Gia estaba sorprendida. Ese cochazo era ¡precioso! Lo único parecido con ruedas que había montado en su vida habia sido una bicicleta y el asqueroso bus que había cogido del pueblo a la ciudad.
Dentro era grande y espacioso.
Las butacas de semi cuero color crema le sentaban a su trasero como una maravilla. Nada parecido a la tabla donde había dejado las nalgas pegadas en ese bus en las seis horas que había durado todo el camino.

En menos de nada la carroza se puso en marcha.

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El trayecto había sido de más o menos una hora cuando por fin el coche se detuvo frente a unas rejillas de hierro forjado color negro matizado que empezaron abrirse lentamente.

El auto se deslizó dentro de lo que parecía ser un angosto camino adornado de lado a lado por bonitos matorrales.

Wow. Justo como se imaginaba que eran los castillos de los príncipes y princesas de esos cuentos con finales absurdos que su madre solía contarle de pequeña. ¡Y mucho más!
Castillo, palacio y cualquier sinónimo cuyo significado fuera; grande, lujoso, residencia de reyes o aristócratas.
Nada comparado a la pieza pequeña donde vivía con su madre y hermano pequeño.

Anonadada era la palabra que mejor definía a Gia aunque hacia un esfuerzo en no demostrarlo.

Jardines con flores de todos los tipos y colores, arbustos con formas, árboles, fuentes echando agua por todos lados y en diferentes direcciones, más árboles... ¡y el agua! Parecía desperdiciarse y en su pueblo tenían que romperse los huesos cargando cubetas pesadas hasta sus casas desde el pozo que quedaba a una distancia prudente del caserío para poder lavar, bañarse y hacer otros oficios.

Se le hacia imposible evitar hacer comparaciones, porque definitivamente eran dos mundos muy distintos.

-Señorita Aarons. Hemos llegado. ¿Va a bajar? - Gia cogió la mochila y bajó rápidamente del auto. Robert cerró la puerta y le adelantó el paso ordenando que le siguiera.

Por dentro... era bellísimo. Todo brillaba, muebles bonitos por todos lados, adornos, en el suelo veía su reflejo como en el espejo. Y la vista se le seguía perdiendo. La casa era inmensa. Sentía que podía perderse allí dentro.

-Espere aquí. Avisaré a la señora que hemos llegado.

Cuando Robert se perdió de su vista fue entonces que se permitió suspirar y relajar los hombros. Esperaba caerle bien a esa mujer que la entrevistaría, necesitaba el empleo y más ahora que había renunciado al puesto donde trabajaba en el pueblo para sumarse a esta aventura.

Bajó la mirada hacia su ropa, Robert tenía un traje impecable, si así se vestía el mayordomo no quería imaginar cómo lo harían los dueños de la casa. No quería dar tan mala impresión, sus jeans estaban algo desgastados, el jersey tejido por su madre color rojo no estaba tan mal a comparación con la cazadora. Se notaba el excesivo uso y no supo si quitárselo. El ambiente dentro se sentía tibio, cálido, debían tener calefacción y no la creía ya necesaria. Sus botas sin embargo, si tuvieran boca, hablarían, pero a su parecer aún tenían vida.
Esperaba realmente que no fueran tan estirados, y si lo eran tampoco pensaba darle importancia. Ya aprendería a lidiar con eso. Estaba por el empleo. Empleo igual a dinero. Se repitió pasándose las manos por el pelo que seguramente tenía desordenado, aunque eso no era raro en ella.

Pronto el sonido de unos pasos acercándose hizo eco en el silencioso lugar.

Robert de nuevo, con esa postura estirada como si estuviera atravesado, sabría Dios en cuáles partes, entró de nuevo en la sala.

-Acompáñeme. La señora la espera.

El mayordomo le guió por un largo pasillo donde al final se distinguían una puerta doble de madera de roble com detalles de flores.

Robert abrió la mitad de la puerta invitándole a entrar.

Dentro se apreciaba una mujer mayor con porte de reina de Inglaterra, sentada en una butaca bebiendo algo de una diminuta taza.

Desde ese momento supo que no la iba a tener nada fácil.



Bien, hola, hola, hola. Espero que les vaya gustando la historia.
Quería agradecer por los comentarios y motivarlos a que lo sigan haciendo. Jaja!
Son bienvenidas críticas tanto constructivas como destructivas, estoy para aprender.
Muy bien, este capítulo quería dedicarlo a la chica loca con la que loqueo casi todo el día. Nena AmandaJqueiroz va para ti <3

Besos y nos leemos pronto.

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