Semana de prueba

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-Luces joven. ¿Qué edad dijiste que tenías?

-18. Cumpliré los 19 dentro de poco.

La mujer mayor, que parecía ser la patrona de la casa, no paraba de dar vueltas alrededor de Gia haciendo resonar los tacos, que ni sabia para que usaba para estar dentro de casa, de manera molesta.

La Señora Lawrence, parecía escanearla con la mirada, cada característica de su cuerpo, vestimenta, e incluso parecía querer indagar en su mente.

-Muy bien. - Dijo por fin dejando de marearle y tomó asiento en un sillón monisimo. Se sacó los lentes con los que parecía examinarle como se estudia una bacteria en un microscopio y le sonrió por primera vez en todo el tortuoso rato.

-Pareces cumplir todos los requisitos. - Gia suspiró alabando a Dios en su interior. -Aunque, tengo por costumbre dejar a mis empleados una semana de prueba. Ya sabes, para evaluar su desempeño.

-Estoy de acuerdo.

-¿Es la primera vez que vienes a la ciudad?

-Sí, señora.

-Ya tendrás tiempo de conocerla. - La mujer dio una mirada cariñosa a Gia y se acercó hasta ella. -Vamos. Llamaré Robert para que te lleve a la que será tu habitación. Debes estar agotada.

Gia le miró tímida.

-¿No empezaré hoy?

-No queda mucho para que anochezca. Tómalo como una bienvenida a la ciudad.

-Muchas gracias señora Lawrence. - la mujer la acompañó hasta la puerta. Al abrirla Robert esperaba de pie afuera.

-Robert, llévala a la habitación para que se acomode. Empezará mañana.

-Como ordene madame.

El mayordomo la escolto por un largo pasillo donde habían diferentes habitaciones. Gia metió el ojo por todo el lugar. La casa era realmente enorme.

Finalmente Robert sacó un juego de llaves y las incrustó en la última puerta al final del pasillo.

-Ésta será su habitación por ahora. Mañana debe estar lista a las 5:30am. El que será su uniforme está guindado en el closet. -Gia asintió tomando nota de todo. Robert parecía muy formal y profesional en lo que hacia. -Ah, y mañana se le dará el recorrido por la casa para que la conozca. Bien, creo que eso es todo. ¿Alguna pregunta? -Gia asintió.

-Quisiera hacer una llamada. -pidió. El hombre señaló dentro de la habitación.

-Hay un teléfono en el velador. 3 llamadas al día. ¿Algo más? - la chica negó con la cabeza. No se le ocurría nada más.

-Es todo. Gracias.

-Muy bien. Descanse señorita Aarons.
Robert se perdió del pasillo y Gia entro a la habitación cerrando la puerta tras ella.

La habitación era bonita, aunque carecía de decoración alguna.
Una cama individual, una mesita de noche en la que reposaba una lámpara en forma de rosa y un teléfono. Frente a la cama, un closet empotrado en la pared y una cómoda. Un pequeño televisor y una puerta que imaginaba era del baño. Todo en madera pulida color caoba.

Suspiró imaginando el pequeño rostro de su hermanito al entrar en un lugar así y se apretó su corazón.
Ya les echaba de menos. Pero este sacrificio era por ellos.

Dejó la mochila sobre la cama y se sacó del bolsillo un papelillo donde había anotado el número de casa de la vecina del pueblo. Iba a llamar a su madre tal y como se lo había prometido.

Se acercó al teléfono y descolgándolo marcó los números que señalaba el papel.
Pronto dio tono, dos repiques y se escuchó la voz cariñosa de su vecina.

-¿Si? Dina...

-Doña Dina, habla Gia.

-¡Querida! ¿Has llegado bien? Oh, voy a pasarte a tu madre, nos ha tenido todo el día pegada al inalámbrico pendiente de que ibas a llamar, espera un momento.

Una media sonrisa adornó el rostro de Gia. Su madre era sobreprotectora en potencia, podía imaginarla todo el día comiéndose las uñas esperando su llamada mientras imaginaba mil razones por las que podía haberse tardado tanto. Su cabeza era un escenario de accidentes y secuestros a los que siempre iba a estar propensa.

-¡Mi niña! ¡Por fin has llamado! Estaba preocupada por ti. ¿Por qué has tardado tanto? Oh dios, pero dime si has llegado bien, ¿Te han dado el empleo? ¿Donde estás ahora?

-Madre. Estoy bien, he llegado bien, me han dado el empleo, tendré una semana de prueba pero sé que lo haré bien.

-Oh, cielo. Me alegro. ¿Te han tratado bien?

-Muy bien madre. La dueña de la casa es muy amable, también el mayordomo.

-¿Tienen mayordomo? Cielo santo.

-Y eso no es nada. La casa es preciosísima.

-Lo puedo imaginar... Por favor mi niña, cuidate, si pasa algo, no dudes en volver.

-No te preocupes madre. Estaré bien. Después que pase la prueba me darán detalles del pago y días libres. En cuanto pueda iré a verlos.

-Te estaremos esperando cariño.

-Bien. Debo colgar ya. Te quiero, también a Killien, dile hola y por favor manda un beso a doña Dina. Llamaré mañana.

-Lo haré, amor. Cuidate por favor. Te amo.

Colgó y mordiéndose el labio se echó de espaldas a la cama. Le dolía todo el cuerpo y tenía un poco de sueño aunque dudaba que pudiera dormir algo. Su cabeza era un verdadero lío. El día se le había hecho largo y realmente esperaba satisfacer las expectativas de la mujer con su trabajo. Desde pequeña siempre había ayudado en los quehaceres de la casa. Sabia lavar, planchar, limpiar y cocinar. Por lo que esperaba acoplarse bien.

Suspiró otra vez. La cama era realmente cómoda. Nada parecido al colchón vencido de su pequeña ratonera en su casa del pueblo.

Cerró los ojos convenciendose de que estaba haciendo lo correcto. Ahuyentando los pequeños demonios de inseguridad que la invadían de repente de vez en cuando torturándola acerca de ser una perdedora. Todo iba a estar bien. Ella lo haría bien. Tampoco podía ser difícil. Y su madre y hermano merecían cualquier reto que se le pusiera en el camino.

Con ese pensamiento sin darse cuenta fue quedándose dormida. Sin imaginar que en esa casa tan grande no solo vivía la madame. En realidad los Lawrence eran una familia muy grande. Algunos miembros muy amables y otros no tanto que eran los que se encargaban de hacerles la vida imposible a las criadas.

Y muy pronto los conocería...

Roto Donde viven las historias. Descúbrelo ahora