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Estúpido, estúpido, estúpido. ¿Cómo se me ocurre matar a alguien así? Podría haber dejado huellas en el armario, en la alfombra, en el cadáver... A demás, he cogido este cuchillo con mi marca en el.

-¡Argh! -no me importa gritar, es de noche y me he alejado de los barrios residenciales.

Tengo que encontrar la forma de encubrirme y un lugar donde dormir. Me metí un dulce en la boca. Por suerte, aún tengo comida. De momento dormiré en la calle. Ya se me ocurrirá algo para deshacerme de todo. Que me pase todo esto a mi... Sólo tengo siete años.


°°°°°°°°°°


Hace una semana que me fui de casa. Dos días después de la muerte de mi madre, me liberé del puñal. Dio la casualidad que había andado lo suficiente como para llegar al pueblo vecino. Era día de mercado y había mucha gente concentrada en los diferentes tenderetes y tiendas. Mis ojos dieron con una carnicería, y no desaproveché la ocasión: conseguí dejar mi cuchillo en el lavamanos del carnicero.

Y así es como se deshace uno de las huellas, amigos.


Vale, basta de bromas. He pasado por un cajero automático e indica que son las 02:37. Hace cinco días que me comí todos los dulces. ¡Ya no tengo dulces! Esto es demasiado. Moriré de desnutrición y todavía no he podido hacer todas las cosas que quería antes de morir, como: tener novia, ser médico, teñirme el cabello de color azul, ir al espacio y...

-¡Oh! Discúlpame pequeño -un hombre ha chocado conmigo mientras fantaseaba con mi vida y me he caído al suelo-. Déjame ayudarte...

-No -le corto-. Puedo hacerlo solo.

-Vale... ¿Qué haces aquí a estas horas de la noche? ¿Te has perdido?

-No -¿¡Y este hombre qué quiere!? ¿Por qué no me deja tranquilo? Está comenzando a agobiarme. A demás, me da mala espina. A lo mejor es un pederasta o un contrabandista de órganos. Será mejor irme-. Lo siento, me voy.

-¡Espera! No puedes ir solo por estas calles. Eres muy pequeño.

-¿Y a usted qué le importa, si soy o no pequeño? Déjeme decirle que es muy probable que tenga un coeficiente intelectual más elevado que el vuestro.

-Así que eres listo, eh.

-Claro. Y ahora me voy. No quisiera denunciarlo por intento de violación, y supongo que a usted tampoco le gustaría.

El hombre ha soltado tal carcajada que me ha escupido en la cara. Asqueado, me limpio la mejilla.

-¿A caso me ves con pinta de violador, muchacho? -dice, todavía riéndose. Le miro mejor. Va con un traje muy elegante, demasiado elegante como para pertenecer a este barrio perdido en la nada como este. Su cabello negro ya está empezando a clarear (o eso creo, no se ve bien de noche, ¿sabes?) y un bigote nada moderno adorna su rostro un tanto arrugado. Diría que tiene unos cincuenta o sesenta años. Aun que sea de noche, puedo percibir que sus ojos son amables y sinceros.

-No, no tiene pinta de violador, ni mucho menos de pederasta, pero...


-Ya entiendo -dice, peinándose su bigote-. Tus padres te han dicho que no debes hablar con extraños. ¿Estoy en lo cierto? -pues claro que sí. ¿Qué clase de padres permiten que sus hijos se relacionen con extraños? Yo solamente me limito a asentir-. Y, ¿por qué no estás con ellos?

-Están muertos -digo con sencillez.

-Ah, ya veo. Lo siento.

Me encojo de hombros y miro mis pies. ¿Cuánto tiempo más va a durar esto?

AlexanderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora