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-Alexander, vamos a echarte de menos -me da una palmada en la espalda el viejo William-. Que te vaya bien en la facultad.

-Gracias, William.

-¡Ay, Alexander! Sin ti nadie visitará mi biblioteca. ¿Qué haré sin mi pequeña rata de biblioteca? –dice Tiffany, la bibliotecaria, haciendo un drama demasiado trágico.

-No te preocupes, seguro que encontrarás a otro niño que se pase las horas en la biblioteca –la consuelo. No es que me importara demasiado lo que hiciera o dejara de hacer, pero el taxi que me llevará a la universidad lleva esperando tras el portón del orfanato diez minutos. Creo que ya están empezando a correr los kilómetros-. Ha sido un placer pasar estos años con vosotros, cuidaos.

Me giro para dirigirme a la gran valla que separa la carretera del orfanato cuando, de repente, el ruido de una persona corriendo tras de mí ha aparecido y, seguidamente, me han echado los brazos a los hombros con tanta fuerza que me he caído de cara al suelo, con la persona encima de mí.

-¡Alex! ¡No te vayas! –solloza él.

Maldito James.

-James, quítate de encima –digo, intentando retener la ira que este chico me provoca. Desde aquel "incidente" tres años atrás he estado evitándolo e intentando que no se me acercara demasiado. Se podría decir que James me causó algo parecido a un trauma y justo por eso lo he estado desechando estos años.

-¡NO! No quiero que te vayas y me dejes solo –siento como él se está aferrando a mi cuello con fuerza, impidiéndome moverme demasiado.

-He dicho que te quites de encima –repito. Se me pasa una idea por la cabeza y digo:-, a no ser que quieras que pase lo de la última vez.

Con la velocidad de un rayo, James se ha levantado y ha retrocedido hasta caer de espaldas en el césped, cubriéndose con las dos manos su miembro. Me levanto frotándome el cuello y recogiendo las maletas que se habían estrellado contra el suelo. De nuevo vuelvo a estar de espalda al edificio, dispuesto a ir al condenado taxi de una maldita vez.

-Alex... -dice James, lastimero. Con pesadez me giro para verle. Lleva un uniforme de limpieza tan sucio que no puede identificarse el color original de este, el pelo revuelto y sus ojos azules grisáceos intentan retener unas lágrimas que no entiendo por qué quieren salir.

-Qué quieres –digo cansado, sin disimular mi desagrado hacía él.

-No te vayas... -susurra, agachando la cabeza.

-James –levanta un poco la vista cuando pronuncio su nombre-, no pienso quedarme más tiempo aquí. Yo quiero irme, quiero tener un futuro. Quiero hacer lo que me gusta. No es mi culpa que no hayas entrado en la universidad, ni de que tengas que seguir viviendo aquí, aun teniendo veinte años y ni que tengas que trabajar aquí de limpia lavabos solo para poder pagarle el alquiler al viejo William. Pero, mira el lado positivo –digo sonriendo y dándome la vuelta, pero mirándole por encima del hombro-, si sigues aquí, seguro que encontraras a otros niños a los que acosar.

Él no dice nada, solo permanece en el césped, con la cabeza gacha y, esta vez sí, llorando (puede que de tristeza o de impotencia, no lo sé).

Me dirijo al taxi, coloco las maletas en el maletero y entro en el asiento trasero. Cuando el conductor se ha percatado de que he entrado, ha guardado a toda prisa una revista porno en el compartimento del salpicadero. Ew.

-A dónde –pregunta, mirándome a través del retrovisor.

-A la Universidad de Medicina.

-¿La que hay en el otro condado? –es la única que hay, estúpido.

AlexanderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora