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-Siéntate, por favor -invita Hector-. Aunque me temo que no esta tan cómodocomo los de ahí arriba.

-No puedo decir que me complazcan tales espectáculos -dice el hombre deltraje gris, mientras se quita los guantes y sacude el sillón con ellos antes deacomodarse-. Me refiero a hacer pasar las manipulaciones por trucos de magia eilusionismo. Y cobrar entrada para verlo.

Héctor arroja el pañuelo manchado de maquillaje a una mesa llena de cepillos y botesde cosméticos.

-Ni una sola de las personas del público se cree, ni por un segundo, que lo quehago ahí arriba es real -comenta, señalando vagamente en la dirección delescenario-. Y eso es lo más maravilloso. ¿Te has fijado en la cantidad de aparatos que construyen esos mal llamados «magos» para conseguir las hazañas másmundanas? No son más que un montón de peces disfrazados con plumas paraconvencer al público de que pueden volar. Y yo soy, simplemente, un pájaro entretodos ellos. El público no ve la diferencia, lo único que sabe es que yo lo hago muchomejor.

-Pero eso no convierte tu actuación en algo menos frívolo.

-Toda esa gente hace cola para que la dejen sorprendida -responde Héctor-. Y yo ladejo más asombrada que los otros. Me parece que es una lástima dejar escapar laoportunidad. Además, me pagan mejor de lo que te imaginas. ¿Puedo ofrecerte unacopa? Debe de haber una botella escondida por ahí, aunque no tengo tan claroque también haya vasos. -Intenta rebuscar entre los objetos que abarrotan una mesa, apartando para ello un montón de periódicos y una jaula vacía.

-No, gracias -responde el hombre del traje gris, mientras se mueve, incómodo,en su sillón y apoya las manos en la empuñadura de su bastón-. Tu representaciónme ha parecido curiosa, y la reacción de tu público, un tanto desconcertante. Te hafaltado precisión.

-No puedo hacerlo demasiado bien si quiero que crean que soy tanfalso como todos los demás -argumenta Héctor, riéndose-. Te agradezco la visita yque hayas soportado mi espectáculo. La verdad es que me sorprende que te hayas venido por aquí, ya había empezado a perder las esperanzas. Te reservé elpalco durante toda la semana.

-No acostumbro declinar las invitaciones. En tu carta decías que querías hacerme unapropuesta.

-¡Ah, sí, desde luego! -exclama Héctor, dando una única y enérgica palmadacon las manos-. Tenía la esperanza de que quisieras echarte una partidita. Hace yatanto que no jugamos... Aunque, antes, debes conocer a mi nuevo proyecto.

-Tenía la sensación de que habías abandonado la enseñanza.

-Y así era, pero se trata de una oportunidad muy especial a la que no he podidoresistirme -Héctor se acerca a una puerta, oculta en su mayor parte detrás un largoespejo colocado de pie-. Celia, querida -dice, dirigiéndose a la habitacióncontigua, antes de volver a su sillón.

Un segundo más tarde, aparece junto a la puerta una niña pequeña, demasiadobien vestida en comparación del desgastado entorno. Toda llena de lazos y encajes, está perfectacomo una muñequita recién comprada... a excepción de unos pocos rizos rebeldesque se le escapan de las trenzas. La niña titubea y, al darse cuenta de que su padre noestá solo, se queda indecisa en el umbral.

-No te preocupes, querida. Pasa, pasa -le indica Héctor, invitándola a entrarcon un gesto de la mano-. Es un colega mío, no seas tan tímida.

La niña avanza unos cuantos pasos y realiza una perfecta reverencia. La borde que adorna el dobladillo de su vestido roza el gastado suelo de madera.

-Te presento a mi hija Celia -Héctor se dirige al hombre del traje gris, altiempo que pone una mano en la cabecita de la niña-. Celia, te presento aAlexander.

El Circo De La NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora