La música sonaba a todo volumen en mi pequeño auto mientras transitaba por la avenida más larga de la ciudad. Tenía los vidrios abajo y el cabello revoloteando al son del viento. Llegó el momento en que me vi forzada a detenerme gracias a un muy mal colocado semáforo, justo antes de llegar a mi destino. Un automóvil de lujo, de esos cuyo nombre es tan enorme y pulido como el ego de la persona que lo maneja, se paró a mi lado. Volteé la cara por instinto y me topé con mi reflejo en el polarizado de la ventanilla contigua. Me veía bastante bien con ese nuevo color de cabellera. Era una mezcla de tabaco con destellos rojizos que se desgastaban desde la raíz hasta la punta —largo y lacio—. Me guiñé a mí misma el ojo con descaro. No pasaron ni diez segundos cuando noté que el vidrio comenzó a descender, descubriendo a su paso el rostro perfecto de un hombre, aproximadamente en sus cuarentas, un tanto canoso. Solo podía verle los hombros y parte de los vellos del pecho que sobresalían de su camisa blanca de mangas cortas. La adrenalina me encendió y, automáticamente, eché el cuerpo hacia afuera, lo suficiente como para poder vislumbrar sus jeans apretados contra su miembro, bastante sustancioso. Mi osadía pareció divertirle y sonrió, clavándome la mirada. Con el dedo medio, bajé mis lentes hasta la punta de mi nariz, desplegando mis largas y tupidas pestañas, mostrándole el brillo mortífero de mis ojos meliáceos, mordiéndome el labio en un gesto lujurioso de invitación a pecar. Las pupilas del hombre se dilataron y se pasó la lengua por la boca, saboreándome a corta distancia. Una de sus manos se soltó del volante y se dirigió al bulto entre sus piernas, frotándolo, haciéndolo sufrir dentro de los pantalones, desesperado por liberarse.
—¿Gustas? —murmuró sin emitir sonido.
Fruncí los labios de manera muy coqueta, insinuante. Me quité los lentes y los puse en el asiento del pasajero para dejar libres mis palmas. Con la derecha, dibujé el contorno de la solapa de mi blusa roja que contrastaba con mi boca. Desabroché los primeros botones, la hice a un lado y le mostré mi voluptuoso seno erguido, ávido de acción. El hombre emitió un sonido gutural, apretujándose el pene.
—¿Vamos a un motel? —invitó con una voz ronca que sobresalió del ruido que los motores de los demás autos emitían. En respuesta, solté una sonora carcajada, me acomodé la blusa y volví a ponerme los lentes, elevando las cejas con desdén.
—Hoy no es tu día de suerte, guapo —repliqué divertida. Cerré mi ventanilla y pisé el acelerador, pasando la luz roja. Aquél leve flirteo había llenado mi cuota del día... faltaba la de la noche. Esto era parte de mi personalidad y, después de veintisiete años de vida, comenzaba a darme cuenta de que, de no detenerme, probablemente el amor jamás me encontraría. Sin embargo, la pregunta que me planteaba era ¿en realidad lo necesitaba? ¿Necesitaba tanto amar como amaban los demás? No lo sabía, pero sin duda buscaría una respuesta. Algunas veces se te ofrecen oportunidades imposibles de rechazar, y una de ellas se hallaba en el consultorio de una prestigiada psiquiatra, justo donde me dirigía.
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"Cuestión de Piel"
Mystery / Thriller#CuestióndePiel. Una obra de suspenso erótico que no tiene mucho que ver con el romance, pero que sin duda te dejará queriendo leer más. Advertencia: Esta novela contiene lenguaje sexual explícito, violencia y otros temas inapropiados para menor...