"En el Consultorio"

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—"Amooor, es un impulso que va bien o va mal, el que manda es él, es cuestión de piel. Amooor, todo es posible si te dejas llevar, porque siente igual que tú sientes..." —cantaba a todo pulmón, con una sonrisa pícara dibujada en el rostro luego de mi encuentro con don "Como se llamara". Eso trajo miles de memorias a mi cabeza y vientre que se contraía, soltando su humectación en mis diminutas bragas. Las visiones de manos que me habían tocado, labios que me habían besado y aromas que me habían envuelto, se mezclaban con mi esencia presente; nombres de personalidades y vidas, algunas familiares y otras extrañas, que me hicieron suya o pretendieron hacerlo de alguna manera, porque de pertenencias se hablaba mucho, pero nadie sabía a ciencia cierta lo que esa palabra significaba: "pertenecer", entregarse en totalidad a otro ser tan común como nosotros con la certeza absoluta que se terminaría jodido. Eso era una locura. En definitiva, yo estaba loca, aunque no ahondaré en esos detalles todavía.

Nunca pude sentir o pensar como los demás, como la gente que llamamos "normal". Y ¿qué es ser normal, con mil demonios? ¿Actuar, pensar, dejarse llevar por normas sociales aceptables? Pues ¡vaya que yo iba en contra de todo eso! Algunos me habían llamado demente. No, solo distinta. El amor no era algo que se diera de forma natural en mí, en absoluto. Podría decirse que lo desconocía. Era un concepto muy lejano, tanto como la idea de encontrar vida en otras constelaciones, en otras galaxias, a cientos de miles de kilómetros de distancia de este sitio llamado tierra.

Me presentaré a mí misma por lo que sé de mí:

Soy una mujer que disfruta mucho de su sexualidad y que no teme experimentar con ella. Las personas que me rodean me han juzgado y condenado, recriminándome, señalándome, y por supuesto, deseando con fervor secreto ser yo. Lo único que puedo sentir por ellas es lástima. Sus existencias patéticas están gobernadas por estándares que siempre les imponen límites. Yo no los tengo, y ese es un problema para ellos, porque para mí ha sido casi un privilegio.

Estacioné el auto con mucho cuidado de no golpear al BMW negro que se había parqueado entre la acera y una enorme fila de carros menos sofisticados, dejando solo el espacio suficiente para meter mi adorado Ford Mustang convertible último modelo. Era el único lujo que podía permitirme, tener un carro con todas las comodidades que implicaba, porque mi departamento era diminuto, aunque exquisitamente decorado. Trabajaba medio tiempo como maestra de inglés en una escuela secundaria, dedicándome a mí el resto del día, haciendo lo que se me viniera en gana. No tenía que rendirle cuentas a nadie. Mi familia no era la más unida. Mi hermano vivía en el extranjero, por lo que no lo veía más que una vez al año, durante el periodo de vacaciones, si acaso. Mi padre era un hombre muy callado, sumiso y me atrevía a decir que algo estúpido, dominado por el carácter rígido y autoritario de mi madre, con la cual yo no sostenía una relación cordial. En pocas palabras, me sacaba de mis casillas con una facilidad demoníaca, así que me salí de casa desde los veintidós años, justo al terminar la carrera, compartiendo un departamento bastante cómodo con mi mejor y única amiga, Roxana. Ahora, año dos mil siete del calendario regular, en este absurdo presente donde la generación "X" de la que provenía se estaba esfumando en evocaciones que parecían nunca haber existido —como sueños en una mente borrosa, dando paso a una mejorada tecnología, teléfonos celulares que ya cabían en la mano, computadoras cada vez más compactas y artilugios que podían guardar más de cien canciones en su "memoria interna"— la vida me parecía un auténtico signo de interrogación. Me consideraba una persona fuerte, y no en el sentido físico o filosófico de la palabra, sino en el sentido puramente emocional. Era melodramática porque me convenía serlo, punto. Pero en realidad, muy pocas cosas me afectaban o llegaban a ser de importancia vital. Me observaba a mí misma en ocasiones de supuesta relevancia para cualquier ser humano y me parecía más a un robot que a uno de ellos. Tan sencillo como aplicar esta premisa: "Si no me pasa a mí, vale un carajo". Sin embargo, ¿cuánto tiempo más podría usar máscaras de compasión, empatía, dolor, tristeza o verdadera alegría que simplemente me eran ajenas? ¿Qué tanto —o a cuántos— estaba dispuesta a sacrificar en este interminable carnaval para reconocerme a mí misma en el espejo? Tampoco había respuesta. Era todo o nada, lo blanco o lo negro, continuar con mi existencia en apariencia vacía, o lograr "sentir algo" alguna vez.

"Cuestión de Piel" Donde viven las historias. Descúbrelo ahora