Capítulo 2

31 8 0
                                    


  *************************Verónica************************  

Esa noche Len festejaba sus quince años. Claro que deseaba ir, pero sabía que no podía. No recordaba cuál había sido la última fiesta a la que había podido ir sin que mi ansiedad me diera aviso de que estaba al borde de otro ataque de pánico. Si había algo que detestaba más que a mi pánico, era a esa aceleración repentina de mi respiración, el transpirar de mis manos, el aumento del sonido en mi cabeza que me daba aviso de que otro ataque estaba por venir. No, gracias. Pasaba de todo aquello que me recordara lo estúpida que me sentía en esas ocasiones en las que mi rostro se endurecía como una piedra, mi vista se volvía borrosa, mi voz se ahogaba, y no faltaba alguien que se acercara desconcertado a preguntarme qué me pasaba. En esos momentos ni siquiera podía contestar. Solo tenía que irme.

Mi pánico había sido uno de los motivos por los que había terminado mi relación. En aquel entonces mi novio, el que debía contenerme y acompañarme en cada uno de mis taques, no me creía. Decía que todo era un teatro que yo montaba para llamar la atención. Claro, un teatro que me había costado todas mis amistades, mi trabajo, mis relaciones familiares. Sí, un teatro.

El caso es que, fuera pánico o fuera teatro, yo no iba a ir a esa fiesta. Esa noche fue difícil, más que las anteriores y las siguientes. Fue una noche de verdades. Y no cuesta mucho imaginar cuánto duelen las verdades después de pasar años viviendo de mentiras.

Hacía ya varios meses desde que había decido terminar con mi relación de pareja. Y, al igual que todas las decisiones que se tomaban en mi pareja, a esa decisión la había tomado yo. No me habían importado las ganas de Emmanuel de quedarse. Había hecho oídos sordos a todos sus razonamientos, que tantos años de relación, que nuestro hijo, que lo que habíamos construido juntos. Emmanuel detestaba los cambios, tanto o más de lo que yo detestaba a esa altura convivir con él. ¿Y el amor? El amor en esos momentos era la mentira más grande que yo había masticado durante un tercio de mi vida.

A los catorce años habíamos iniciado nuestro noviazgo, el que tuvo toda la magia, todo el brillo, toda la ilusión que rodea al primer amor. Había sido, los primeros años, perfecto. Con mi traslado a Rosario para estudiar psicología, habíamos proyectado que Emmanuel fuera al año siguiente para estudiar música, lo que era y sigue siendo su verdadero amor. Pero no podían hacerse planes con Emma. Él vivía el momento, no miraba atrás, ni al frente, ni a los costados. Sin embargo Emmanuel y su música se habían convertido en la base de todo mi mundo. Por lo que abandoné mi carrera para volver a mi ciudad cuando supe que su papá estaba enfermo de cáncer. Además, después de años de mantener nuestro noviazgo a distancia, sabía que si no volvía iba a perder a Emma para siempre. No porque él fuera a dejarme, sino porque al armar una nueva vida a kilómetros suyo, al acostumbrarme a un mundo completamente diferente, tarde o temprano no iba a tener lugar para él en mis proyectos.

Abandonar mi carrera fue la primera de las decisiones que comenzaron a derrumbarme. Viviendo con Emmanuel en la casa que mis papás me habían dado, había apostado por una vida junto a él, y así lo habíamos intentado. Cuando llegó Nacho, nuestro hijo, Emma no alcanzó a enterarse de que sus responsabilidades entonces eran otras. Él había seguido con toda su bohemia. Esa vida que antes me fascinaba había comenzado a ser un estorbo para mí. Teníamos una de las habitaciones de la casa dedicadas a toda su música. Guitarras, cables y amplificadores se mezclaban con su ropa, sus anotaciones musicales, sus canciones. Él pasaba horas en ese lugar, y horas afuera. Noches enteras se me pasaban, esperando a que él llegara. Se acostaba a mi lado, y yo sabía que seguía estando sola. Estar con Emmanuel era igual a estar sola. No sé en qué momento el amor se había convertido en ausencia, eso pasó sin que siquiera nos diéramos cuenta. Su cuerpo físico vivía conmigo, pero su mente nunca estaba en el mismo lugar. Hasta el día de hoy, cuando lo veo, sé que Emma no está ahí donde está su cuerpo. Simplemente no está en ningún lugar, o está en todos los lugares, o no lo sé. Era difícil convivir conmigo, lo admito. Pero era una hipocresía convivir con Emmanuel. Él se había perdido a sí mismo en algún momento, o al menos así era mi forma de sentirlo. Por eso no me habían importado sus razones para quedarse y lo había echado definitivamente de la que era nuestra casa.

Mi Eterna Contradicción #CNWDonde viven las historias. Descúbrelo ahora