Capítulo 3

33 7 0
                                    


  *************************Nicolás************************  

Estaba ahí, frente a tu casa. Esa oportunidad que había estado esperando había llegado. El portón un poco oxidado, pastos crecidos en la entrada, una serie de plantas abandonadas contra la pared. Y vos. Abriste la puerta con un cigarrillo en la mano, un vaso de cerveza en el otro. No parabas de hablar. Me diste un beso de saludo con tanta rapidez que apenas pude percibir el choque de nuestras mejillas, bruscamente, sin tiempo siquiera de presentarme. Pero vos no necesitabas que me presentara, vos no necesitabas nada mas que hablar y hablar sin parar. Solo reías y hablabas.

Len, su hermana Jésica, Facundo y yo llegábamos a tu casa para festejar ahí el cumpleaños de Jesi. No sabía yo por qué el festejo era en tu casa, si el cumpleaños era de Jésica, pero ahí era. Yo era algo así como un invitado especial, aunque me sentía más como un postre, predestinado para después de la cena. Jésica estaba muy interesada en mí, no había sospechas. Y Len, con todas sus buenas intenciones, había decidido ya que Jésica y yo debíamos terminar juntos, así como lo habían hecho ella y mi hermano. Pero había un detalle que en todos esos planes, tanto Len como Jésica habían pasado por alto. Yo no tenía ni el más mínimo interés en concretar una historia con esa chica. Era simpática, sí, lo era. Era muy simpática conmigo, por cierto. Pero no generaba nada en mí. ¿Qué hacía yo en esa fiesta de cumpleaños? Era claro, al menos para mí lo era. Fui solo porque era en tu casa, es decir, para conocerte. Iba a lidiar con las indirectas de Jésica, sí. Iba a ser el postre de Jésica, ya decidido por ella, mi hermano y mi cuñada, seguramente. Pero todo podía serlo sólo para llegar a conocerte. Ese era mi cometido. Y ahí estabas.

Tengo que admitir, eras más delgada de lo que te imaginé. Tenías un aspecto tan frágil que casi llegó a conmoverme. Pero tu actitud era todo lo contrario. Soberbia, arrogante, aparentabas una fortaleza de carácter que contrastaba con tu aspecto. Dirigías esa noche todo lo que sucedía a tu alrededor. Todos los invitados jugaban a un tonto juego de actuación que vos habías propuesto. Yo simplemente me limité a ocupar el lugar que ya se había planeado para mí, ayudar a Jésica con la preparación de la comida. Y si bien era tu cocina, nunca te acercaste ahí. Estabas demasiado entusiasmada como para notar mi presencia. Decías que lo habías aprendido en tus clases de teatro, decías que potenciaba la personalidad, decías que era como bucear en el interior de cada uno. Decías, y decías y todos te seguían. Nunca había visto un festejo de cumpleaños tan ridículo. Cuando nos sentamos a comer, seguía el juego. Dos invitados parados frente a la mesa. Uno era una lavadora, y por tanto se movía en círculos simulando el movimiento de la lavadora. Vos eras la vendedora que intentaba convencer a los demás de probar esa lavadora, el pibe hacía movimientos giratorios, no se si actuando, o de tanto que había tomado, y era todo una gran estupidez en la que todos estaban inmersos sin sentido alguno, solo porque vos lo habías propuesto.

Tuve la oportunidad de acercarme en un momento, quedaste parada a mi lado, y entonces te hablé.

-Tengo cerveza, ¿querés?

Me miraste, casi sin verme, miraste mi vaso, y enseguida tomaste un vaso de la mesa.

-No gracias, tengo.

Y ese fue mi primer y último intento de hablarte esa noche. No estabas realmente ahí. Es decir, no me viste. En un momento sonó tu teléfono y saliste para atender. Se escuchaba que discutías con alguien. Entraste, enojada por unos segundos, a las risas momentos después y seguiste hablando como si nada pasara. No sabía realmente cómo llegar a vos. No sabía cómo hacer para que notaras al menos mi presencia. Te envolvían todos tus nervios y toda tu innecesaria palabrería. Tanto ruido a tu alrededor, y yo, totalmente invisible. Y a mi lado, Jésica. Esperaba lo que ya estaba planeado, y yo había ido a festejar su cumpleaños después de todo.

Cuando terminó la fiesta, si es que a eso se le puede llamar fiesta, llevé a Len y a Jésica a su casa. Al estacionar, Len salió, pero Jésica permaneció en el auto. Tocaba mi parte. Sin mediar palabras, me acerqué a ella y la besé. Así, sin más. En mi mente circulaban tus palabras, sin cesar: No gracias, tengo. Tus jeans holgados, tu polera ajustada que dejaba notar tu delgadez, tus aros gigantes, tus cigarrillos, tu vaso de cerveza y toda tu risa. No gracias, tengo. No gracias, tengo. No gracias. Jésica abrió la puerta del auto, me dijo que quería volver a verme y se fue. Conduje hasta mi casa, sin poder apartar tu imagen de mi mente.

  *************************Verónica************************  

Esa tarde había preparado a Nacho para que pasara la noche con su papá. Era viernes, y le tocaba verlo. No paraba de contar los segundos hasta verlo aparecer. Desde que se había ido había sido siempre así, una cuenta regresiva hasta nuestro próximo y fugaz encuentro en la puerta de casa. Llegaría en minutos a relucir frente a mi cara toda su flamante felicidad. Desde que estaba solo, me mostraba estar intensamente feliz. Así fue esa tarde, como tantas otras. Escuché su auto estacionar, salí a despedir a Nacho y Emmanuel no tuvo mejor idea que poner la música en su auto a todo volumen. Cantaba a gritos la letra, como queriendo que todo el mundo supiera que lo nuestro había terminado y que eso era lo mejor que podía estar pasando. Salió del auto, sin dejar de cantar a todo volumen, con una sonrisa de satisfacción que empezaba a hacerse común cada vez que me veía. Me cantaba en la cara, mientras Nacho festejaba con sus manitos la alegría de ver a su papá, sin entender con sus poquitos años la burla innecesaria que eso significaba. Desde que todo terminó, me siento cada vez mejooooor... Fue tanto el tiempo que pasóoooo.... Y un día el techo se rajó....Chan, chan! Realmente disfrutaba de mi infelicidad. Tenía tanto rencor hacia mí que esa era la forma más directa de expresarlo.

Cuando Emma se llevaba a Nacho, yo quedaba completamente vacía. Esa noche, la hermana de Len iba a festejar su cumpleaños en mi casa. Sí, en mi casa. Ni siquiera era mi amiga, pero yo era la única conocida que tenía con la casa completamente libre para que ella pudiera festejar, y accedí. Tener un poco de gente en casa iba a acortar mis eternas horas de pánico nocturno, eran pocas personas, y podíamos preparar algo rápido y compartir.

Iban a ir un par de amigas de Jésica, con sus novios, y también ibas a ir vos, con tu hermano Facu. Len fue muy clara conmigo: Eras el chico que le gustaba a Jesi, de manera que ninguna otra chica podía acercarse, porque esa noche Jesi quería estar con vos. No era necesaria la aclaración, ya que yo solamente pensaba en Emmanuel, pero ante la duda, Len lo había dejado en claro. Y así fue. En un momento me hablaste, pero evité continuar la conversación por Len y por su hermana. Esa noche vi a Jésica siguiéndote como si fuera tu propia sombra, coqueteándote tan visiblemente que me daba vergüenza ajena.

En medio de la fiesta, Emma me llamó. Quería buscar unas cosas que había dejado en casa y le expliqué que estaba con gente, que las hubiera buscado de tarde en vez de hacerme todo un circo con su felicidad. Discutimos. Con Emma no sabíamos hablar sin gritarnos mil cosas. Volví a la fiesta, solo esperando a que se terminara para quedarme sola con todo mi dolor. Por mucho que quisiera, no podía olvidar lo triste que me sentía. Necesitaba sentirlo. Pasar tiempo con mi angustia. En alguna manera, me gustaba. Era mi soledad el estado más auténtico para mí. Frente a la gente solo eran máscaras, risas, alegría, nada real. Nadie podía saber lo mucho que estaba sufriendo por nuestra separación. Nadie podía saberme tan tontamente romántica, tan patéticamente enamorada, tan arrepentida por tantas cosas.

Cuando por fin todos se fueron, recordé la canción que vociferaba Emmanuel esa tarde. Y era verdad, todo era mi culpa. En demasiadas ocasiones lo había lastimado. El quiebre total lo habíamos tenido unos meses antes, cuando su papá falleció. El ya no vivía conmigo, sin embargo me había llamado para avisarme, para que fuera a acompañarlo. En todo mi enojo por quién sabe qué cosas, no fui. Emmanuel había perdido a su papá y yo no fui. No fui al velatorio, no fui al entierro, no fui a ver a la familia. Simplemente no fui. Dos noches después Emma vino a verme, con una botella de licor en la mano, completamente borracho. Se sentó en el comedor de casa y lloró. Lloró durante muchas horas, sin hablar. Cuando ya había amanecido, me dijo que él me necesitaba ahí, que él necesitaba que yo estuviera, solo a mí me necesitaba ese día y no fui. No había llorado la muerte de su papá hasta esa noche en mi casa. Con todo su dolor, me aseguró que nunca iba a perdonarme. No iba a perdonar mi ausencia, mi egoísmo. No iba a perdonar mi orgullo y mi frialdad. Emmanuel esa noche, entre lágrimas y alcohol, llegó a odiarme intensamente. Podía verlo en sus ojos. Nunca más volví a verlo triste, hasta hoy, se niega rotundamente a insinuarme siquiera todo su dolor.

Mi Eterna Contradicción #CNWDonde viven las historias. Descúbrelo ahora