Cap. VIII - El Baile de Máscaras

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Elizabeth

―Te ves sumamente hermosa ―comentó la voz de Nínive Monasterios, la prometida del príncipe Antonio Bernabé; mientras veía perpleja el delicado reflejo que proyectaba un gran espejo de marco dorado.

―¿Lo dices en serio? ―respondió una dulce doncella girándose hacia su amiga.

Un hermoso vestido turquesa se develó, con aberturas centrales de un azul cielo opaco y blanco, completándose con infinidades de bellos acabados y tocados de un tono oro señero. Su piel, clara y rosa como la de su madre, refulgía con delicadeza y grandilocuencia bajo las apetitosas y finamente trabajadas telas. Su cabello, arreglado con hermosas y pronunciadas ondulaciones le regalaba un toque moderno y soberbio a todo el conjunto.

―¡¿Cómo puedes si quiera dudarlo?! ―exclamó con una sonrisa su acompañante―. Elizabeth, sin lugar a dudas serás la más hermosa del baile esta noche.

―Nínive, sabes que no me gusta para nada la frivolidad, siento que tengo millones de cosas encima que no van conmigo, pero hoy es una noche muy especial, hoy voy a conocer al hombre que mi padre ha elegido para mí, hoy voy a conocer a la persona con la que he soñado toda mi vida―explicó emocionada, con un brillo especial en los ojos; mientras se acercaba a la esquina de la cama en donde su amiga descansaba.

―Lo sé, Elizabeth. Y no solo para ti, cualquier dama de sociedad sueña desde pequeña con este momento. ¿Recuerdas el día que me enteré que mi prometido sería tu hermano, el príncipe Antonio? Pensé que moriría de la felicidad.

―¿Cómo crees que olvidaría ese día? Estuvimos semanas pensando quién podría ser el hombre que tu padre había escogido, hasta que no te vi junto con mi hermano no podía creerlo―rió inocentemente mientras tomaba asiento al lado de Nínive, la cual vestía un traje lila y un hermoso y delicado moño a un lado de su cabeza.

―¿Te sientes nerviosa? ―preguntó ella cuando captó el leve apretón de labios de Elizabeth, la conocía demasiado bien.

La princesa volvió a sonreír, estaba ansiosa.

―Un poco... o mejor dicho, un poco bastante. Aunque he deseado este momento más que cualquier otro en mi vida, y aunque sé que mi padre me escogerá un esposo excepcional, no puedo evitar pensar: ¿quién será? ¿Le gustaré? ¿Podré aprender a amarlo?

―¡Oh... Elizabeth!―exclamó, mientras se acercaba a ella y le daba un abrazo―. No tienes por qué mortificarte con ello. Poco a poco tus interrogantes se irán respondiendo solas, solo disfruta este momento, porque hoy será el principio de tu nueva vida.

―¿Estás segura, Nínive?

―Por supuesto que sí, ¿acaso no has sido testigo preferencial de cómo se va generando una relación? ―soltó una trivial carcajada, a la que su amiga respondió―. Bueno, lo mejor será que nos probemos nuestros antifaces, en pocos minutos dará inicio la ceremonia, y sabes que muero de ganas por ver el tuyo.

Elizabeth la miró con una sombra traviesa y enigmática, como para dar más preámbulo al momento. Así como su vestido, había querido mantener el diseño de su máscara en secreto. Esta noche ella estaba decidida a sorprender, y aunque no estaba acostumbrada a hacer ni a usar todo el tipo de frivolidades a las que se había sometido; tenía que mantenerlas. Este era su momento, el instante que por tantos años había estado esperando.

En su mente solo cruzaba el pensamiento de que ella tenía que brillar, debía de hacerlo para deslumbrar al hombre que sería su esposo.

***

Entre Rosas y EspinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora