Cap. XV - Encuentro de Medianoche

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Luca

La noche caía fría e inclemente sobre el jardín posterior del Palacio, quizás el más grande y solitario. Éste no era tan esbelto y cuidado como el lateral derecho, sin embargo eso no mermaba su belleza. Senderos de piedras, muchísima grama, árboles y arbustos de diferentes tamaños, unos que otros faroles; esculturas y el sonido de una caída de agua que se encontraba a pocos metros sobre las montañas del Bosque Denodado, el cual se cernía en la parte posterior.

Escondido, nervioso e impaciente esperaba Luca sobre una pequeña cabaña de enredaderas que se encontraba oculta tras una gran cantidad de vegetación, y que estaba lo más alejada del pasillo posterior del Palacio. Muy pocas personas iban a ese lugar a pesar de que era realmente hermoso; y mucho menos a estas horas cuando la medianoche estaba a punto de hacerse presente.

Sin embargo para él nada de eso importaba, de hecho, esa era precisamente la razón por la cual había elegido precisamente este lugar.

No podía creer todo lo que había pasado en su vida el último mes desde que se había enterado que Rassel, la persona de la cual él se había enamorado perdidamente en el baile de máscaras era su discípula, era la princesa del reino. Todavía recordaba con nerviosismo e incertidumbre aquél día en el Salón de Danza Real, en donde encontró a aquella mujer enmascarada que tanto deseaba volver a ver, en donde la besó, y en donde conoció su verdadera identidad.

Recordaba cómo todo su mundo se iba derrumbando a medida que descendía por aquellas escaleras, la forma en cómo su realidad cambió de un momento a otro. En su memoria punzaba el destino de su madre, la confianza que el mismo Rey Eduardo había puesto sobre sus hombros, su ética y al mismo tiempo sus sentimientos. Evocaba como estuvo días evitando la mirada de su alumna, era demasiado para él, no tenía el valor, no tenía la fuerza para hacerlo y pensaba que nunca la tendría; recordaba como la posibilidad de renunciar y olvidarlo todo rondó su mente tantas veces, escapar como lo había hecho de Islas Benditas y tratar de reconstruir nuevamente su vida, pero es que no podía, simplemente no se sentía capaz de echar por la borda el sacrificio de su madre, la memoria de su padre, la confianza del monarca y sus propias aspiraciones.

Soportar, olvidar y reconstruir fue su consigna; no podía dejarse llevar por sus sentimientos, eso destruiría todo. Fue así como aquella mañana; tomando todo el valor que podía decidió enfrentarse a la realidad, a una realidad que no se esperaba. El simple hecho de mirarla lo había conmocionado, ella había logrado romper con todo su raciocinio, y es que él, por primera vez, se había enamorado. Y fue así como, a pesar de todo lo que había decidido, los sentimientos se impusieron a la razón y había comenzado un sueño del cual no se quería despertar ni hoy, ni mañana, ni nunca.

Él había hecho un pacto de amar en silencio, él había decidido enamorarse de una mujer que era prohibida y que estaba comprometida; sin embargo no le importaba, no le importaba porque sabía que aunque otro hombre estuviera con ella al único que verdaderamente amaba era a él, y se lo había hecho saber todo este tiempo. En cada una de las clases, a través de cartas, con miradas, con encuentros furtivos como el que tendría lugar esta noche; poco a poco ambos estaban viviendo su amor, poco a poco el sentimiento que ambos compartían estaba tomando otra dimensión, habían llegado a un punto en el cual era muy difícil poder imaginar estar sin el otro.

Pero, ¿qué pasaría cuando tuviera que llegar el momento? ¿Luca sería capaz de soportarlo?

Por otra parte este mes había traído muchas más cosas consigo, Luca había hecho una gran amistad con Marco Sandoval, lo había llegado a catalogar como un gran amigo y él lo había ayudado con toda la situación de Elizabeth, claro, sin saber que era precisamente ella. Había conocido gente increíble como el Padre Obregón quien aún le daba asilo a su madre en la Casa Parroquial y hacía las veces de compañero que él tristemente no podía hacer; había desarrollado una grata confianza con el Rey Eduardo, como si se conociesen de toda la vida. Su vida en el Palacio había sido verdaderamente buena, aunque claro, obviando un poco a la Reina Anabeth que parecía dudar de él cada vez que lo veía, la malhumorada cara de la profesora Frida Le'deMousset, y por sobre todos ellos el príncipe Antonio Bernabé, porque aunque corriera el riesgo de equivocarse podría jurar que él no era quien decía ser, había algo que se lo decía desde la primera vez que lo había visto a los ojos.

Entre Rosas y EspinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora