La cita.

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Bien, salir con un chico sexy de veintitrés años no suena nada mal. ¿Pero con mí maestro de arte? Suena terrible. ¿¡Pero que he hecho?! No puedo hacerlo, tengo que cancelar urgente. Simplemente no puedo.

Tomó el teléfono en las manos y al tocar el primer botón para desbloquearlo, me interrumpe el llamado de mí madre que provenía de la sala.

—Kendall te buscan. –Me llamó mi mamá.

Yo vacilé un momento y luego de ver que ya eran las ocho reaccioné. ¿Él en realidad había venido? Estaba aquí.

Me mordí el labio inferior y luego superior dando vueltas en círculos sin saber que hacer. ¿Bajar o hacerme la dormida? “¿Qué hago?” –Me grité a mí misma.

— ¿Kendall? –Llama mi madre nuevamente. Pero que insistente es.

Sin pensarlo abro la puerta y atiendo al llamado. Bajo las escaleras rezando para que no fuese él. Que se haya olvidado. Me acerqué a la puerta colocándome detrás de mi madre y lo vi. Ahí estaba él, cierto.

Entreabrí la boca de sorpresa al verlo. No se parecía en nada a un maestro, y menos a que tenía veintitrés años. Se veía de mi edad, sin empleo ni preocupaciones y sobre todo, sumamente sexy.

— Hola Kendall. —Me saluda él al verme dedicándome unos segundos una tierna sonrisa. Ladeó un poco la cabeza y recorrió con la mirada todo mi cuerpo con disimulo. Mi madre también me mirada. Interrogándome.

— ¿Por qué no me dijiste que ibas a salir, Kendall? —Me preguntó mi madre.

— Lo olvidé. —Sonando más como pregunta que como afirmación, mentí encogiendo los hombros.

— Si, lo olvidaste. —Me echó una última mirada a la ropa y se retiró dejándome sola con William. ¿Y ahora que haría? ¿Cómo rayos cancelaría? No quiero salir con maestro. ¡Rayos!, ahora suena posesivo el mi.

— ¿Lista? —me sacó de los pensamientos volviendo su antigua tierna sonrisa, traviesa y más grande.

— ¿ah? —Fue lo único que pude pronunciar al verlo abalanzarse hacia mí. Yo retrocedí un paso y choqué con la puerta cerrada. ¿Cuándo se había cerrado la puerta?

— Te ves bien –Susurró a mi oído. En el acto sentí que toda mi sangre se helaba y que las pocas fuerzas que aun me quedaban cayeron a mis pies involuntariamente. La cara me ardía. Mi madre tenía cierta razón, lo estaba esperando para salir. Ya estaba arreglada y ni siquiera cuenta me había dado.

A su comentario me quedé muda. No podía dejar de mirar sus ojos, me quedé perdida en su hipnotizante mirada, en sus hermosos ojos avellana. Dos segundos pasaron y aún no reaccionada. Él obviamente notó mi “ausencia” y chasqueó dos dedos frente a mí. Pestañeé  varias beses pero no hice más que agachar la cabeza. William de repente acortó la distancia pegando su cuerpo al mío, me levantó la cabeza obligándome a mirarlo y me sonrió mordiéndose un labio.

Tragué en seco.

Su mirada lo decía todo.

— ¿Desde cuando eres tan tímida, Kendall? —Susurró frente a mí. Este era el momento de reaccionar, o no. Sinceramente no podía quedarme callada.

Primero hice ademán de hablar y luego lo empujé despacio pero lejos de mí.

— ¡Aléjate! —Le ordené, y otra vez sonó más bien como una pregunta. — Y... Y no soy tímida, nunca lo fui.

— Demuéstralo. —murmuró casi inaudible pero lo escuché con claridad. No dije nada por más que lo deseaba. No me atrevía, y no se por qué razón. — ¿Nos vamos, Princesa?

36 Días para amarte (Stop temporal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora