Prefacio

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Un dolor atornillaba mi cabeza, cada músculo dolía y el frío ya estaba invadiendo mi ser. La luz de la ventana encandilaba mis adormecidos ojos, lo que hacía que aumente mi malestar. ¿Dónde estaba? No lo sé, me sentía prisionero, no podía moverme, no podía hablar.

Apenas si abrí un poco mis ojos y me sentí perdido, no reconocí el lugar. Definitivamente, no era mi hogar.

Era un lugar totalmente desconocido para mí y no se comparaba a mi casa. Este espacio, solo eran cuatro paredes pintadas totalmente de blanco que desprendían frialdad en todos los sentidos. Cuando mi cabeza por fin recalculó, di con la conclusión de que me encontraba solo y tendría que salir lo más rápido de allí. Pero de tan solo pensarlo, mis nervios chocaron provocando un fuerte dolor en la parte del cráneo. No valía la pena.

Tenía frío, pero no estaba desnudo. Solo me faltaba una cosa, mi chaqueta negra, que no era mía del todo, pues se la había confiscado a mi ángel.

Empecé a tratar de recordar lo que había pasado la noche anterior. Obviamente no pude hacerlo, estaba pasando una de las peores resacas de toda mi vida, y la migraña aumentaba más conforme los segundos pasaban.

De pronto, como si nada y fuera no más natural del mundo, una mujer rubia entró a la habitación. No la conocía, y me habló rápido, tanto que no entendía ninguna palabra que emitía. Tenía una voz horrible, daba dolor de muela escuchar su voz de manera tan brusca y violenta. Le grité que callase, y me trató de mal educado. Cansado de la situación, reuní toda mi fuerza de voluntad y salí de la prisión blanca, dejando a la chica en ropa interior y con la palabra en la boca.

Estaba a punto de irme, cuando la tipa me agarró de un brazo, impidiendo que pudiera avanzar. Con la peor cara que uno puede llegar a tener, la miré. Pero no dio el brazo a torcer, no hasta que relajé la mirada y me di cuenta que tenía la chaqueta de mi ángel. Inútilmente, traté de quitársela, pero yo no estaba en mi mejor estado. Obligadamente, tuve que resignarme a escucharla.

Me dijo que me había acostado con ella, y que no está bien que después de la romántica noche que tuvimos la abandonase así. Le respondí la verdad; que me importaba una mierda, y sacando provecho de la situación, quité de sus manos la chaqueta, yéndome así.

No sabía donde ir. Por primera vez en mucho tiempo, había sentido lo que era estar lejos de mi hogar. Para suerte mía, mis objetos personales permanecieron en la prenda de vestir, y no fue muy difícil contactar con un taxi para que me llevase a mi casa, para refugiarme en los brazos de mi ángel.

Always be my home - LSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora