Capitulo 5

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El tren penetró las infinidades de aquellos prados, Manzana había recostado la cabeza en mis muslos, y su respiración era pausada y tranquila, estaba dormido. Seguí analizando el paisaje, hasta que una voz me saco de mis ensoñación.

–"Señor, sus documentos y los de su hijo, por favor"—Di un respingo, al escuchar la voz ronca de aquel señor, era un hombre de mediana edad, un gran bigote adornaba su sabio superior.

–"Sí, claro"—Dije agravando la voz como pude, rebusqué entre los bolsillos del gran abrigo que me protegía del exterior y extendí la mano para darselo, éste se quedó estupefacto, extrañada bajé la mirada, tenía las manos manchadas de sangre, el hombre agarró los documentos, sin dejar de mirarme las manos.

–"El niño, se cayó antes"—Contesté sonriendo forzosamente, el hombre con el ceño fruncido, empezó a revisar las hojas.

–"Muy bien, Jack, parece que todo está en regla"—Comentó sin levantar la vista del papel, suspiré por dentro alivia.

–"Pero"—Lo observé impaciente con un nudo en el estómago.–"Tenga cuidado con el crío, los niños son muy revoltosos"—Contestó sonriente devolviendome los papeles, le miré aliviada.

–"No se preocupe"—Guardé los documentos, mientras el hombre se alejaba de nosotros.

Escuché el silbato inquieta, Manzana se había levantado y se frotaba los ojos perezoso.

–"Vamos, tenemos que irnos"—Agarré la maleta y con la otra mano le agarré la suya.

Salimos del tren y nos encaminamos sin destino, sólo nosotros dos.

Cogimos un ferry hasta Gran Bretaña, cuando desembarcamos, empezamos a andar, preguntando a un par de personas si había alguna casa disponible para nosotros, de inmediato recibí ayuda, pensando que si fuese una mujer joven, con un niño, siquiera me hubieran dirigido la palabra, pero como era hombre todos me atendían con educación.

Llegamos a un pequeño apartamento, no muy grande, pero suficiente para Manzana y para mi. Me quite el gorro dejando caer mi pelo, si tenía que hacerme pasar por un hombre para protegernos a Manzana y a mi, tenía que cortarme el pelo. Posé la maleta sobre la minúscula cama que adornaba una de las esquinas de la habitación, rebuscando entre ropa, comida y demás, encontré una navaja, la agarré y me dirigí al primer espejo que vi en ma habitación, con una respiración profunda empecé a cortarme mechón tras mechón, el pelo caía al suelo con suavidad, pero firmeza, cuando terminé, observé con tristeza mi reflejo.

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