The Red Gun || HunHan ✔

El comienzo

                  

Chanyeol y yo llevábamos saliendo ya un año. Él se había convertido en mi otra mitad, siempre que estaba solo andaba necesitado de su presencia. Lo quería demasiado. Chanyeol era un chico dulce, sensible, a la vez que masculino. Le gustaba divertirse con sus amigos, al igual que conmigo. Le encantaba ser detallista, y siempre acertaba con los regalos, materiales o sentimentales. Por otra parte era muy fácil leer sus pensamientos a través de la expresión de su rostro.

Yeol tenía una nariz afilada, hermosa, acabada en punta; sus labios eran finos por abajo y algo gruesos por arriba. Sus ojos, rasgados, negros intensos y brillantes. Lo que más destacaba de él eran sus orejas, grandes y separadas de la cabeza. Su pelo era suave, de un castaño oscuro hermoso; me gustaba cuando se dejaba el flequillo hacia delante, al igual que cuando lo llevaba en forma de cresta. Era inmensamente alto, creo que una cabeza y media más que yo.

Nos conocimos en la consulta del Sr. Kim. Yo soy recepcionista en prácticas de psicólogo, y  me encanta mi trabajo. Mi aspiración es llegar a ser tan buen psicólogo como Kim Minseok. Quizá fue coincidencia que Yeol fuese a la consulta la misma semana que yo había empezado a trabajar. Lo vi muy decaído en la sala de espera y le ofrecí un té, charlamos y tras cuatro visitas a la consulta me pidió una cita. Y ya está, así fue cómo el destino jugó sus cartas, acabamos juntos.

A mí, Chanyeol en su totalidad, me enamoraba, tan sólo con mirarlo. Y eso que no he hablado de su sonrisa, que quizá es de lo que más me gustaba de él: grande, soñadora que hacía que se le formasen dos pequeños hoyuelos a los lados. Amaba a Chanyeol, lo amaba de verdad.

Por eso no podía admitir que otro hombre había entrado a mi vida. Y es que en realidad me oprimía el corazón notar que uno de sus mejores amigos me estaba robando el alma. Odiaba a Oh Sehun, amaba a Park Chanyeol. Aquello no era posible, mi corazón sólo podía pertenecer a una persona, y yo sabía a quién quería que fuera. Ese tal Sehun había trastocado mis sentidos, cuando me rozaba, me miraba, lo sentía cerca de mí, respiraba su mismo aire; no podía más. Desde que Chanyeol me lo presentó me sentí incómodo con él, después de días quedando con ambos supe que lo que estaba pasando era algo malo, prohibido e indebido. No conocía a Sehun, sólo me atraía su físico y lo que provocaba en mí.

Él era alto al igual que Chanyeol, pero eso era en lo poco que se parecían. Este chico tenía una nariz redondeada, de fosas nasales algo grandes cuando se le hinchaban. Su boca era más compacta que la de mi novio, con los labios algo más gruesos. Sus ojos, marrones oscuros, rasgados, con largas pestañas. Su pelo, de un castaño claro, tenía un remolino del cual partían todos los mechones de su pelo, sin raya alguna, y por abajo recortado. Sus manos no eran bonitas, pero eran masculinas. Su físico era digno de un dios griego, aunque al parecer no hacía deporte alguno. Pero quizá lo que más me fascinaba de él era su nuez. Esa nuez tan varonil que subía y bajaba por su largo cuello, y que tantas veces me había quedado observando en silencio y discreción.

Al contrario que Chanyeol, Sehun no sonreía apenas, al menos delante de mí, parecía una persona algo reservada. Pero le gustaba divertirse, lo supuse puesto que Yeol es conocido como alguien demasiado efusivo. No parecía tener conmigo nada en común, sólo la atracción física que sentía por él, lo cual no era suficiente para enamorarme. Yo ya estaba enamorado.

Como dije, hoy hacía un año con mi novio, y no podía sentirme más culpable y nervioso, porque él me iba a recoger con todos sus amigos al trabajo. Lo hacía a veces, casi todos los viernes. Ese día había terminado de ordenar los informes de los pacientes mucho antes de la hora de salida, así que me dediqué a mirar mi correo electrónico, donde estaba el mensaje semanal de Chanyeol. Eso me hizo rememorar todo lo pasado juntos, las historias, las caricias, los momentos... Debía olvidar mis estúpidos pensamientos, porque me hacían sentir culpable de hechos que ni siquiera habían sido cometidos. Bueno, salvo en sueños.