01

56 5 0
                                    

Se despertó jadeando, el dolor en su costado derecho aún punzaba con bastante fuerza. Se sentó en un borde de su amplia cama y suspiró con pesadez, sus ojos quedaron mirando fijamente a un punto cualquiera en el suelo, hasta que el aumento del dolor la sacó de sus pensamientos (si es que pensaba en algo).
Abrió el primer cajón de la mesita de noche y sacó sus analgésicos, sostuvo el vaso con agua entre sus manos, con algo de esfuerzo y cuidado, pues el malestar amenazaba con expandirse hacia todo su cuerpo y no quería dejar caer el vaso. Qué fastidio tener que limpiar si ocurriese, pensó.
Ingirió el medicamento y con una mano dejó el recipiente de cristal de vuelta en la mesita, mientras que, con la otra, despejaba su frente perlada de sudor, efecto de un sueño agitado. Tan solo el recordar aquello le producía un malestar en el estómago y la boca le sabía amarga.
Optó por tomar una ducha y después se dirigió escaleras abajo hacia la cocina, lista para su merecido desayuno.

Oliver se encontraba esperando a su esposa, Renata, quien venía aún somnolienta a pesar de haberse bañado recientemente.
-Buenos días, querida -el hombre esbozó una amplia sonrisa al ver a su mujer entrando a la cocina.
-¿Eh? -el saludo la tomó por sorpresa y ella simplemente evitó el contacto visual-. Ah, sí. Buenos días.

La escena del desayuno se tornó con un silencio bastante incómodo, donde reinaba el sonido de cubiertos y el masticar de cada uno. Solamente dejaron pasar el rato sin decir nada y cuando Oliver dio por terminado su alimento se levantó y caminó lentamente hacia la puerta principal.
Sintió cómo unos ojos color miel le seguían cada paso y a punto de salir se detuvo en seco.
-¿Qué pasa, Renata? -hizo una pequeña pausa y en su interior sonrió maliciosamente-. ¿Estás asustada?

Y finalmente se retiró, dejando a la mujer hundida en sus pensamientos.

Un frío recuerdo (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora