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—Exactamente, querida –la soltó y retrocedió tan solo unos pasos. Esbozó una gran sonrisa–. Veo que tu herida ha mejorado. Entonces, ¿por qué no terminar lo que en aquel momento comencé?

Todo el cuerpo le ardía; las muñecas, la cara, el cuello y sobre todo el costado derecho, sentía que su piel se quemaba y desfallecería en cualquier momento. Vomitar. Quería vomitar. Se incendiaba por dentro, pero una briza helada la atrapó desde los pies y el sudor frío le perlaba la frente. Su cuerpo temblaba tanto que parecía que sus cuencas color miel saltarían de su lugar en cualquier momento, los escalofríos eran miles de agujas enterrándose en su anatomía y los ojos que la observan tranquilamente le parecían un par de lanzas atravesándole todo el cuerpo.

—Renata –la llamó el mismísimo diablo.

No lo miró, igualmente sus lágrimas no la dejarían ver claramente. Para ella pasó una eternidad seguir siendo observada por Oliver.

—¿Quieres que me vaya, querida? –anunció, con otra sonrisa en labios. Tras no obtener respuesta (aparte de los lloriqueos de su esposa), su mueca se apagó y continuó hablando-. Te lo acabo de decir, sólo hay una manera de salir de esto, Renata.

¡Cállate, cállate!, repetía incontablemente en su cabeza al escuchar las punzantes palabras de su marido. Sus piernas comenzaron a fallarle y cayó rendida al piso, sin consuelo, los dolores aumentaban y se había sumado un terrible dolor de cabeza.

—Quiero... quiero que pare... el dolor –balbuceaba en lo bajo, casi para sí misma-. ¡Quiero que pare! –parecía que su grito se escucharía en toda la cuadra, pero no, un gran nudo en la garganta lo evitó y en vez de salir un agudo sonido, fue más bien un ronco y desgarrador hilo de voz.

—Mira en tu bolsillo –dijo secamente Oliver. Mientras continuaba observando cómo el miedo y el dolor carcomían a su esposa.

Una hoja afilada con un sencillo mango negro descansaba en el interior de uno de los compartimientos del short de Renata. Lo sacó con cuidado y lo sostuvo con ambas manos. Estaba aún en su funda, algunas manchas de sangre, pero se encontraba en buen estado, podría usarse de nuevo. Y, ¿qué mejor momento para usarlo que ahora, no?

—Levántate –.

Renata lo hizo.

—Desenfúndalo –.

Renata lo hizo.

—Ahora... clávalo en la herida–.

Renata no lo hizo.

Sus ojos se congelaron en la pequeña distancia que alejaba su piel de la afilada cuchilla. Se sumió en sus pensamientos unos segundos, sus manos temblaban y por un choque erróneo sintió el helado metal. Tal vez eso enfriaría su interior.

"Todo esto es mi culpa", pensó.

Uno.

"Si yo no lo hubiese engañado en primer lugar..."

Dos.

"Tal vez esto ni siquiera hubiese sucedido".

Tres.

"Él, mi querido Oliver, estaría vivo y yo no..."

Cuatro.

"estuviese..."

Cinco.

"haciendo..."

Seis.

"esto".

Siete.







Hola~

Bueno, este es el final.
Espero les haya gustado la historia y muchas gracias a quienes se tomaron el tiempo de leer <3.

Un frío recuerdo (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora