Sus días en casa transcurrieron monótonamente y el dolor de Renata mejoraba. Aunque apenas cruzaban palabra alguna y cuando lo hacían era Oliver quien comenzaba, pero cada vez que ella escuchaba la voz de su esposo, sentía un escalofrío que le recorría desde la espina dorsal hasta la punta de sus dedos. Palabras tan frías y vacías que le aterraban.
Renata no podía soportarlo más, la misma actitud de su esposo y la rutina agobiante que llevaban. Ella despertaba, tomaba un baño, desayunaban, Oliver iba y venía a la misma hora, mientras que ella no salía de casa y miraba los mismos programas en la T.V. Comía algo ligero, leía, aseaba y su esposo al llegar siempre le daba un beso en los labios. Cada día aumentaban en Renata las ganas de vomitar tras ese acto, era tan insignificante para ella, lo odiaba totalmente. Siempre le dejaba un sabor amargo y repugnante. Anochecía, cenaban juntos y nunca dormían en la misma habitación, Oliver siempre desaparecía en la oscuridad y no se le volvía a ver hasta el siguiente día en el desayuno.
Tras el décimo quinto beso de bienvenida, Renata rompió el silencio.
-No lo entiendo -dijo Renata al separarse tras el beso.
Sus ojos se posaron en los contrarios, transmitiendo desconfianza e incertidumbre, tal vez algo de miedo también. Oliver, por su parte, se limitó a observar a su esposa. Sonrió de lado y bufó.
-¿Qué no entiendes, preciosa? -se acercó a su mujer con intención de besarla de nuevo, pero ella se apartó y desvió su mirada, no quería y no creía poder sostener el contacto visual de nuevo.
-Todo esto. Además de tu forma de actuar. En verdad que no lo entiendo, Oliver. Porque realmente esta absurda y repetitiva manera de vivir me asfixia -su voz comenzó a temblar en las últimas palabras y decidió callar. En contrariedad a cómo se sentía, tomó la valiente decisión de volver a mirarle, sin embargo, le costaba hacerlo, tenía los ojos clavados en el suelo y daba rápidos vistazos a la cara de su esposo.
En el transcurso de su diálogo, la sonrisa del hombre se fue transformando en una desagradable mueca y los puños formados a sus costados comenzaron a temblar de ira. Renata lo observaba expectante, repasando cada línea de ese rostro que ahora mismo ya le parecía tan ajeno. Al notar la mirada constante de la ojimiel sobre él, intentó calmarse y lo logró tras un pesado suspiro.
-¿De qué hablas, cariño? Todo está perfectamente bien, tú estás aquí y yo igual, juntos. Así como antes y como siempre ha sido desde que ambos comenzamos una nueva vida.
-Eso es lo que no entiendo, cariño -trató de llamarlo como solía hacerlo, pero sentía su lengua quemar cada vez que usaba de nuevo esos apodos característicos de ternura y amor en él. A pesar del miedo que ya había comenzado a crecer en su interior, seguía enfrentando el hecho de entablar una conversación con Oliver después de semanas, una verdadera conversación, pues esas charlas automáticas y monótonas no contaban para ella. -Tu presencia es exactamente lo que no entiendo, Oliver.Hizo una larga pausa y después se dirigió a la sala, un par de metros era lo que alejaba la puerta de entrada y donde se encontraba ahora parada. Apoyó su peso contra el respaldo de un sillón que daba espalda a el portón y dejó su cabeza caer entre sus tensos hombros. Tomó una gran bocanada de aire y exhaló ruidosamente, dejaba que su mirada se perdiera en algún punto de la cocina mientras balbuceaba algo. Minutos de largo silencio fueron terminados por un suave sonido de las manos de Renata al golpear el respaldo del sillón. Levantó la mirada hacia el espejo que colgaba al lado de un librero, intento sonreír un poco, pero lo único que veía era a una mujer aterrada. Recordó las tantas veces que Oliver trató de hacerle una cola de caballo frente a ese espejo, fallando en cada intento, ya que siempre dejaba un mechón de cabello suelto. Renata solamente reía y se sentía enternecida por el esfuerzo de su esposo, girándose hacia él para llenarles de besos el rostro e irse felizmente hacia algún lugar de la casa mientras se rehacía la coleta y a su espalda escuchaba a su marido gritándole "¡La próxima vez sí lo lograré, ya verás!". Esta vez, Renata pudo visualizar en su reflejo una verdadera sonrisa.
Pero no se puede vivir en el pasado siempre.-¿Por qué? -con la poca tranquila que le quedaba de ese recuerdo pudo voltear y encarar a Oliver-. ¿Por qué sigues aquí? ¿No te habías ido ya? Te vi morir ante mis ojos, hasta yo misma fui quien... -tragó saliva y continuó tras unos segundos de silencio-. Organicé tu funeral, me despedí de ti y se supone que tu cuerpo ahora descansa 3 metros bajo tierra. Entonces, ¿por qué, Oliver?
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Un frío recuerdo (Editando)
Short StoryPasaba lo mismo todos los días, una rutina que comenzaba a desagradar a Renata. Se siente extraña y a la vez temerosa de la presencia de su esposo. Pero, ¿por qué? ¿Qué habrá pasado para que ver la simple figura de su marido la inquiete tanto ahora...