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¡Tin, tin, tin! Sonó una campanita en la cabeza de Renata al ver sonreír a su esposo, como si hubiese acertado en algo con aquella pregunta.

-¿Por qué sigo aquí, dices? No lo sé, Renata... creí que tú lo sabrías mejor que nadie.

Sin darse cuenta, Oliver se encontraba frente a ella y un brusco agarre la tomó por sorpresa. El dolor aprisionaba ambas muñecas, puestas sobre su pecho por las manos de su esposo, mientras que este fulminaba sus orbes miel con una mirada diferente a las anteriores. Ya no era vacía, no, esta vez estaba llena de un odio tan intenso que su cuerpo entero temblaba y el tacto comenzaba a arder en las muñecas de Renata.

-¿Por qué carajo tu difunto esposo sigue atormentándote, aún después de haber muerto? –no gritó, pero lo dijo lo suficientemente potente como para hacer que la menor comenzara a llorar y su cuerpo se agitara.

Verla tan indefensa lo satisfacía tanto. Deshizo uno de sus agarres y llevó su mano libre a la nuca de su mujer, acercándola y obligando a besarlo, a lo que esta rápidamente lo empujó y cayó al suelo.
Sonó el timbre de la puerta, ambos se miraron por unos segundos hasta que los dos giraron hacia la entrada. Para cuando Renata se levantó, a pesar de sus piernas temblorosas y el miedo recorriéndole el cuerpo, el lugar donde Oliver se encontraba hace un momento, estaba vacío. Se dirigió a la puerta, puesto que el sonido agudo resonaba con mayor rapidez y le comenzaba a molestar.
Era su vecina, quien inmediatamente se mostró preocupada al ver sus mejillas húmedas y su notable palidez. Dio un vistazo a sus muñecas y no había rastro de su sufrimiento de hace unos segundos, así que solo se limitó a limpiar sus ojos y mejillas con la manga de su blusa.

-¿Acaso viste un fantasma?

-No, nada de eso –intentó articular su respuesta sin balbucear y sonrió para dejar de preocupar a la mujer, aunque más bien solo parecía una mueca sin gracia-. Mi esposo…

-Oh, conque es eso. Tranquila, Reny, sé que lo has estado pasado mal estas últimas semanas. ¿Sabes? Al inicio me preocupaba tanto cuando te veía abrir y cerrar esta puerta a las 6:15pm, ya que era la hora en que Oliver siempre llegaba a casa. Supongo que, al morir alguien cercano, aún nos quedan costumbres que teníamos con esa persona y, quien sabe, hay gente que imagina a sus seres queridos deambulando aún por sus casas.

-Sí… tienes razón, tal vez esto de Oliver me afectó más de lo que creía, que me lo imagino todavía en casa, yendo y viniendo del trabajo.

-Exacto, debe ser eso. Así que tranquila, mi querida Renata, todo estará bien –una gran sonrisa se dibujó en sus labios y esta rápidamente se borró cuando la mujer recordó algo-. Cierto, no vine solamente a platicar contigo –rio levemente-, venía a traerte este paquete que dejaron por accidente en mi puerta.

Tras despedirse de Wanda y recibir el paquete, acomodó este sobre la mesa de centro y se echó en un sillón, dejó caer su cabeza en el respaldo y cerró sus ojos con un largo suspiro.
Tal vez su vecina tenía razón y había imaginado a Oliver todo este tiempo, aunque le costaba un poco creer eso, recordando lo que acababa de suceder con él. Aún con sus ojos cerrados, sobó sus muñecas, pero no había rastro de dolor alguno.

-Quizá sea verdad y mi imaginación solo me está jugando una mala broma –anunció en voz alta para terminar de convencerse.



Un frío recuerdo (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora