Capítulo 1

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Abrir los ojos ahora mismo, a mi forma de ver, es una pérdida de tiempo. Porque, simplemente, ya no hay nada allí afuera que mi percepción quiera enfocar.

Mi centro fue bombardeado, y se encuentra por completo en ruinas.

Soy mínimamente consciente de mi entorno. A veces. Sólo cuando el pitido muy cercano a mí palpita avisando que mi corazón aun da pelea. Que no se rinde.

Pero, ¿cómo hacerle entender que ya está todo terminado? ¿Cómo obligarle a ver que no queda ya nada que se digne a devolverle aunque sea una pizca de esperanza? ¿Cómo proceder a declararle que ya es hora de dejar de sentir amor?

Quiero que deje de latir. Que termine por resignarse como yo ya lo hice.

El frío a veces me atrapa en este lugar oscuro en el que me encuentro. Y también viene acompañado de abandono. Puedo resistir el frío, de hecho me gusta, porque agarrota mis músculos y les prohíbe sentir más allá de él. Y es por eso que me agrada, porque me encierra en un manto helado y no me deja escapar fuera.

El frío es mi amo, y yo, enteramente, su sumisa.

Lo prefiero así, antes que las emociones avasallantes que esperan más lejos, como observando atentas esperando el momento justo para tenerme, se me acerquen.

Adoro el frío porque no me deja sentir.

Hay voces la mayoría del tiempo, pululando, ronroneando fuera de mi coraza. Girando, rodeándome como leones cazando una presa. Tentándome a dejarlas entrar en mi infierno personal, o a salir de él, no lo sé con precisión.

«Te necesitamos», escucho pronunciar despacito con voz derrotada y débil.

«Hay mucho por lo que luchar, te equivocas al quedarte allí dentro» agrega después. Pero la voz es la única que está fuera de lugar aquí. Ya no hay nada por lo que luchar.

La guerra terminó, y se perdió.

Se perdió y me perdí, también.

Me derrotaron y lo acepto.

***

Pip. Pip. Pip

Oigo el constante pitido más cerca desde hace un momento. Me llama, me abruma, y no hay dudas de que está empecinado en convencerme de llegar hasta él. De abrir mis párpados y verlo a la cara.

No quiero, pero es muy insistente.

Pip. Pip. Pip.

¿Por qué no me deja hundirme con mi paz? Es lo que deseo ante todo. Es lo único que me parece correcto ahora.

Pip. Pip. Pip.

Mis pestañas aletean espesamente.

No, que no se muevan. Que se queden como están, cerradas y seguras.

Pip. Pip. Pip.

Una leve luz blanca se cuela por ellas.

¡No! ¡No quiero esto!

Pip. Pip. Pip.

—Señorita Alonso, ¿puede escucharme?—habla muy cerca una voz masculina suave con acento extraño—. Señorita Alonso, por favor, trate de enfocar la vista en mí.

"¡Váyase al carajo!" Le grito desde mi pecho, pero mis pupilas le miran de todos modos, desobedeciendo mis desesperadas órdenes.

La Única (La Réplica #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora