Capítulo 7

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Alguien roza el valle entre mis cejas, tan suave que casi me hace ronronear aun entre sueños. Sé que mi mano se encuentra en otra más grande y cálida, con los dedos entrelazados. Suspiro. Pestañeo volviéndome consciente.

Un par de irises del color del cielo en medianoche me observan, sin perderse ni uno solo de mis movimientos. Cuando logro enfocar su rostro claramente me sonríen.

Había olvidado lo hermoso que era, las pestañas oscuras bordeando sus preciosos ojos brillantes, sus nariz recta, su boca con el labio inferior más definido. Un rastro de barba oscurece su mandíbula y mentón. Se ha teñido el pelo, de un rubio oscuro, unos tonos más claros que el suyo. No lo recuerdo tan grande como lo es ahora, sea donde sea que haya estado se ha encargado de entrenar.

Sonrío y cierro los ojos cuando su pulgar peina mis cejas.

—El... de las... margaritas...—cuchicheo apenas audible—eras vos...

Acerca su rostro al mío para escucharme mejor.

—Me acuerdo cuando siempre arrancabas una en la casa al final de tu calle...—se detiene, observándome muy fija y seriamente, como queriendo aspirar mi ser—... Te he extrañado... Dios... si hasta creo que he vuelto un poco loco...

Sus cuerdas vocales se traban cuando traga saliva y trata de calmarse.

—Está bien...—descanso antes de seguir—, tranquilo...

Intento apretar su mano para consolarle, pero estoy muy débil y apenas sé si puede sentirlo.

—Shhh, no hables, descansa...

Todavía siento cansancio, pero eso no me detiene al mirarlo en busca de respuestas. Santiago entiende por qué, quiero que me cuente todo, absolutamente todo lo que ha estado haciendo este tiempo.

—Papá me envió al extranjero para protegerme de Rodrigo...—murmura, su cara muy cerca de la mía—. Me opuse con rabia, quería quedarme y salvarte, pero me drogó y cuando desperté ya estaba en un avión rumbo a España...

Su mirada se desenfoca, volviendo al pasado y puedo ver el brillo de sus prontas lágrimas.

—Me puso guardias... no pude escaparme para volver... no hasta que fui lo suficientemente fuerte para matarlos a todos...

Mi respiración enloquece con sus últimas palabras rencorosas y duras. Y sus lágrimas nunca terminan por caer, son enterradas, y al fin me queda claro que Santiago no es el mismo de antes. Ha cambiado, y puedo ver la opacidad en sus rasgos ásperos. Las líneas de su semblante dejaron atrás al chico dulce que antes me había amado. Ahora ya no es un adolescente despreocupado con un futuro de oro, es un hombre que ha sido despegado de su vida bruscamente y está lleno de ira.

— ¿De qué estás hablando?—escasamente me oigo.

Su expresión se ablanda cuando vuelve a posar su atención en mí.

—Duerme—me ordena despacio.

Acerca sus labios a mi frente y me da un beso antes de levantarse y salir rápidamente de la habitación. Me quedo anonadada y muy lejos de poder conciliar de nuevo el sueño.

Estudio el techo muy consciente de mí misma, mi respiración, el movimiento de mi pecho. Levanto una mano, se siente pesada pero logro atraerla hasta mi pecho. Quito la sábana que me cubre y tanteo, encontrando un grueso bulto de gasas. Mi tacto tiempla cuando recorro el largo del revestimiento, cierro los ojos.

"Ha pasado... Realmente ha pasado. Ahora tengo un nuevo corazón".

Mi labio inferior tiembla y un único sollozo me abandona. Supongo que todo este tiempo no había estado del todo consciente de lo que iba a pasarme en verdad. Trago e intento aspirar aire con normalidad a través de los conductos de la cánula. Recorro la habitación impersonal y fría, buscando algo. No sé qué. Sólo algo. Quizás el amor de un problemático y hermético chico de ojos grises turbios. Pierdo en enfoque por la vista se me inunda.

La Única (La Réplica #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora