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—¡Bienvenida a casa! —Gritamos todos mientras lanzamos confeti al aire.
Mamá tiene una gran sonrisa, deja la maleta en el suelo y corre hacia nosotros, nos besa a todos nuestras frentes y mejillas, yo aprovecho de levantarla en mis brazos mientras le beso sus mejillas, cuando la bajo ella se ríe y va hacia donde papá, se dan un gran beso, se nota que se aman bastante, siento celos. Élanie me da un leve codazo por lo que he hecho.

Calla, ambos sabemos que sentimos celos en estos momentos —Ella asiente mientras infla sus mejillas, es divertida su expresión.

Todos nos sentamos a la mesa, disfrutamos de la cena que preparó papá, está deliciosa, luego llega el momento del postre, traigo desde el frigorífico el pastel, la sonrisa de mamá crece cada centímetro que me acerco, al ver su nombre encima.

—¡Gracias, hijo! —Gritó mientras se levantaba para darme un abrazo.

Sus palabras se sintieron como navajas, prefiero cuando me llama por mi nombre, así puedo ignorar por un momento el hecho de nuestro parentesco.

[...]

Ya es de noche, todos nos hemos ido a acostar, estoy en mi cama, no puedo conciliar el sueño. Algo me está doliendo fuertemente, lo siento en mi cabeza, es como una migraña, pero esta es dolorosa y prologada, se escuchan sollozos en el pasillo, son de mis hermanos.

—¡Duele! ¡Duele! Mami, ven.

—Papi, ven a ayudarme. Nos duele.

Con dificultad me levanto de mi cama. Mi cuerpo comienza a arder, camino con dificultad hasta llegar a la puerta, el dolor de cabeza sigue, siento como todo se debilita, todos los músculos de mi cuerpo, lo último que veo antes de desmayarme es a Janis en el suelo, susurra algo incomprensible, no lo alcanzó a oír.

Todo se oscurece.
Todos estamos condenados.
A este dolor que emana desde nuestros cuerpos.

Ian © | Libro #1 | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora