"Junio 25"

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Los ojos llenos de lágrimas, mis manos temblando mientras abrazaba mi trémulo cuerpo.

– ¡No, no, no! –me deje caer de rodillas recibiendo la noticia como un golpe inesperado en la cara. El sonido de mi llanto se contagió a una de mis hijas sin embargo ahora no podía ponerme de pie para consolarla, no podía sino mirar la pantalla con su fotografía sonriente como si trataran de tranquilizar a alguien, ¿Quién iba a poder estar tranquilo con esa maldita noticia?

–Lisa, Cariño –escuche a mi esposo pronunciar mi nombre desde el marco de la puerta, pero no podía moverme, no podía siquiera para de llorar. Tomo el control remoto, cambio de canal un par de veces y en todos lugares se repetía lo mismo–, ¿Lisa?

Escondí la cara entre mis rodillas, un mundo así no era posible, un mundo como ese no podía existir, debía llamarlo saberle bien, no era posible tener una noticia como esa... no cuando yo no había podido estar ahí para decir de nuevo cuanto lo amaba. Una ola de sentimientos invadió mi cuerpo sin aviso alguno, me hacía sentirme vacía, totalmente a la deriva sin posibilidad alguna de salvación.

–Michael –susurré cuando me encontré sola en esa habitación, de pronto dejo de ser mi hogar, dejó de albergar esperanzas y sueños en construcción para volverse fiel testigo de como me destruía internamente y lo peor, yo sólo deseaba poder volver a mirar sus ojos llenos de luz como cuando nos casamos, como cuando nos besamos por primera vez, cuando nos conocimos y cuando prometimos estar juntos, amarnos toda la vida, y sin intención realmente lo habíamos cumplido. Él era mi Michael, no podía estar muerto, no podía dejarme sola en ese mundo tan cruel... pero en cambio yo lo había abandonado.

No sabía cuánto tiempo había pasado, no sabía en qué momento entre a la ducha y me abrace dejando a las gotas caer en mi espalda, tenía la ropa aún puesta, pero no podía levantarme, no podía hacer nada. Mis dedos ya estaban arrugados, mis ojos delataban sus ganas de descansar, sin embargo en mi mente se repetía una sola frase:
"Hasta siempre Lisa, hasta siempre".

–Él lo sabía –hable en voz alta, con los labios temblorosos.

No había alguna otra explicación para esa última llamada, no había otra razón verdadera para articular esa oración con tanta seguridad, no había una razón para su llanto, para el mío, esa despedida fue la peor de todas, y ni siquiera había sido una verdadera despedida, inicialmente porque yo nunca le dije adiós y ahora era cuando lo tenía por seguro. Entre sueños, recuerdos viejos e incluso fotografías sin su presencia se atrevía a hacer gala de su vibrante amor dentro de mí, trayendo a mi mente su sonrisa, sus besos, haciéndome sentir insegura de mí misma y mis decisiones.

En mi cabeza no cabía la cordura, ahora estaba segura de que jamás lograría estar en paz, no sí continuaba guardarme todo eso dentro.
Salí de la ducha, Michael, el otro Michael me miraba sentado al borde de la cama, no lo decía, pero deseaba tener una explicación, me gritaba por entender mi tristeza y no culpaba, esos ojos marrones eclipsaba una vez más mis pensamientos, ese cabello rizado acaparo mi atención, su sonrisa se atrevió a hacerme desearla.

–¿Quieres hablar? –pregunto plantando su alta figura frente a mí.

–No –dije sin preámbulos.

Apenas y podía mantenerme en pie, no tenía ánimos de hablar o de articular cualquier mentira para explicar mis lágrimas, mi tristeza. Ese sentimiento de vacío en mi pecho al saber a mi Michael tan lejano.

–¿Segura? –me estrecho entre sus brazos–. No puedo consolarte si no sé cómo hacerlo.
–Estoy bien, no me hace falta ser consolada –me retiré de su abrazo.

Él no podía hacer nada porque yo anhelaba otros brazos, otra mirada, otra voz, otras palabras... Otra persona.

–De acuerdo –me acarició el cabello–. Debo dormir ahora, mañana me espera un día largo, ¿Vienes?

–Sí, claro.

Mi estómago protesto en ese segundo.

–Quizá primero tome un refrigerio.

–Bien, hasta mañana, Lisa.

Beso mi frente con cariño. Di media vuelta sin hacer paradas, llegue a la cocina, talle mi cara repetidas veces creyéndome dentro de una pesadilla.

Era necesario cerciorarme de la noticia yo misma, después de todo si no era verdad al menos deseaba escucharlo de su propia voz. Tenía el número escondido en el cajón de los cubiertos, justo debajo de los cuchillos.

Marque el número, tome el pan, colgué, tome el queso, marque de nuevo, tome el tomate y la lechuga, colgué otra vez, tome el jamón, marque, termine mi sándwich y la llamada fue transferida a la operadora.

–EE.UU., por favor –espere unos momentos.

A cada segundó mis latidos se intensificaban, el corazón quería salirse de mi pecho.

–¿Papi? –Dijo una voz aniñada–, papi, ¿en dónde estás?

Me quede muda, seguramente era su hija... Ella no lo sabía aún.

Paris, Paris, ¿Qué haces?

Esta vez la voz le pertenecía a Katherine.

–Es mi papi, está llamando.

Con una mano cubrí mi boca para no soltar un gemido. Había algo en lo que no había pensado en todo este tiempo. Sus hijos, nunca los había conocido, jamás nos habían presentado y ahora ellos habían perdido parte de su vida como yo.

– ¿Hola?

–Hola, soy yo... Soy Lisa.

Guardo silencio. Era extraño imaginarme hablando con ella luego tantos años, luego de tanto silencio, luego de todo.

–Supe lo de Michael y... quería darle mi más sentido pésame.

–... Gracias.

– ¿Los niños aún no lo saben? –apenas pude terminar la oración sin que la voz se me quebrará.

Tapó la bocina del teléfono.

Paris ve por tu abrigo, nos vamos en unos momentos –suspiro.

–Señora Katherine –me aclaré la garganta–, por favor... ¿es mentira?

–Eso desearía, lo siento mucho –trato de suprimir sus gemidos–. Debo irme, cuídate hija.

Un nudo nació en mi estómago, el vacío de mi pecho se hizo aún más grande y mis esperanzas se quedaron atoradas en esa conversación.
Michael estaba muerto... Y yo probablemente estaba a un paso de caer al abismo.

Volví a llorar estando sola, sin testigos de cómo pedía en silencio regresar el tiempo. Salí corriendo, deseaba sacar algo de todo ese dolor, extirpar un poco de mi vacío compartiéndolo con quien deseara hacerlo. Tome la computadora y me quede sentada el suelo mientras escribía unos cuantos versos dedicados a ese día y todo comenzó con un"Él lo sabía". 

JunioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora