Capítulo 19

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Linder:

La observo, bebiendo de cada uno de sus rasgos y luchando contra el impulso de envolverla en mis brazos. Aun no. Pronto, pero todavía no. La lluvia torrencial la tiene empapada, minúsculas gotas se desprenden de sus pestañas, el frío hace resaltar más la palidez lechosa de su piel. ¡Mi compañera! La realidad me golpea directo al alma, y me pone justo donde debo, completamente de rodillas ante ella. Sus labios tiritan a causa de las bajas temperaturas, busco sus ojos, esperando ver la acostumbrada expresión de enojo, Lexen tiene razón, ella y yo, somos dos caras de una misma moneda, estuve tan ciego antes.

Cuando encuentro su mirada, no hay enojo, y eso me preocupa más que si hubiera saltado a por mi cabeza esgrimiendo una espada. Cansancio, inquietud, desánimo, pero ni un átomo de la chispa peligrosa que tanto me gusta en su expresión.

— ¿Vas a algún lado? –pregunto

Le doy una sonrisa chulesca, esperando reavivar la tirria en ella. Sorina enojada es fácil de comprender, y fácil de manejar, sin su carácter fuerte a la vista, eso solo puede significar que se rindió conmigo, y no puedo dejarla, no ahora que mis ojos se han abierto. Lanza un resoplido, para nada femenino, y yo quiebro en una verdadera sonrisa. Extiende su mano mientras dice con voz neutra:

— Dame el boleto, Allen.

Ahogo una imprecación y tenso la mandíbula. Tal vez no es lo más adecuado, pero mi instinto me dice que debo hacerla enojar. Tengo que conseguir algún tipo de reacción de su parte, sacarla de este aburrido temple que ha tomado ahora.

— ¿Sólo eso? ¿No vas a llamarme principito ni nada? –le pregunto burlón.

La veo fruncir el ceño y ahogar un par de suspiros mientras se presiona el puente nasal.

— Dame el boleto, Allen –repite cansada

— ¡Tómalo si puedes! –le contesto

Extiendo el billete y lo paseo frente a sus ojos Frunce el ceño y aprieta la mandíbula, imitando un gesto que me es tan común. Escucho el resoplido del conductor:

— Señorita, mi tiempo está cronometrado –le dice–. No tengo espacio para dramas de adolescentes. ¿Subirá o no?

— En un segundo... -dice ella

— ¡Jodidamente –respondo yo al mismo tiempo– no irá a ningún lado!

Las personas que habían conseguido subir al autobús se asomaban por la ventana para disfrutar el espectáculo que estábamos dando, por el contrario, las que venían detrás de Sorina empiezan a murmurar y lanzar maldiciones. Todo el mundo está empapándose con el diluvio. Rina se lleva las manos al rostro, acariciándose el entrecejo unos segundos, vuelve la mirada al conductor y susurra con voz apagada:

— Solo cinco minutos –le dice–. Continúe atendiendo a la fila. Mi asiento está reservado.

Vuelve su atención a mí, una de sus manos va a mi antebrazo y me hala a un costado, para despejar la fila. Un suspiro cansado brota de sus labios. Por mi parte, en lo único que puedo pensar es el tacto de su mano contra mi piel, y en como me encantará borrarle a besos el fruncimiento de labios.

— No creas que te devolveré el billete –le digo.

Sus ojos se prenden en los míos y la escucho decir:

— ¿Qué es lo que quieres Allen? Hace unas horas me estabas gritando que saliera de la vida de tu hermana y de la de tus amigos. Aquí estoy, dispuesta a darte lo que quieres y ahora me fastidias el viaje. ¿Qué es lo que quieres? –repite–. ¿Esperas que me de una pulmonía gracias a la lluvia y así asegurarte de que no regreso?...

Hija de la noche. #PremiosLaurelMiniDonde viven las historias. Descúbrelo ahora