Capítulo 25

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Sorina:

Durante breves segundos nos limitamos a observarnos, midiéndonos. Aier hace una mueca de satisfacción, antes de murmurar con sorna.

— Nunca antes nos hemos visto, pero estoy seguro, no puedes ser otra, sino La Heredera de Arella.

Levanto el mentón con orgullo, lo desafío. El clima responde a mi estado de ánimo, una ventisca helada nos envuelve desordenando nuestros cabellos, y mi piel refulge con más intensidad, mi voz sale mucho más dura de lo que pretendía cuando rectifico:

— ¡Yo soy El beso del Invierno! ¡La Noche Encarnada!

No quería que nadie me atara a la reina Arella. Detestaba por principio, cualquier cosa que me mezclara con ella. ¡Yo era yo! Por mi propio poder y capacidad, no por la que se llama a si misma mi madre. La expresión del fae se oscurece. Ira destilando de su mirada:

— ¿Te atreves a retar a un Hijo del Verano, despreciable bruja?

El suelo se rompe bajo mis pies, una gruesa enredadera surge allí, tratando de aprisionarme. Respondo disolviendo mi cuerpo en sombras, mimetizándome con la oscuridad reinante, me escurro entre las espinosas ramas, y atravieso su cuerpo en varios lugares, no son heridas letales, evité a posta los sitios vitales, pero aun así debe dolerle un montón. En lugar de quejarse, sonríe:

— No te andas por ramales. Bien. Odio los preliminares...

Canta una invocación, un caliente y brusco, el dolor estalla en todo mi cuerpo. Es como si me estuvieran rasgando a tiras. La agonía es tan intensa que pierdo el control sobre el conjuro, mi cuerpo se materializa prácticamente sin mi consentimiento y caigo con un estruendo al suelo. Solo entonces me doy cuenta de las brillantes paredes de luz a mi alrededor, y de la sangre que se escurre de mi frente. Todos mis músculos arden y tengo la piel sensible, como si me hubiera quemado.

— Ese truco de esconderte en las sombras es muy divertido –murmura aburrido–, pero te olvidaste de algo, la oscuridad, solo es ausencia de luz...

Hijo de...., por supuesto. Al encerrarnos en una prisión de luz, disipaba la sombra, y por ello mi cuerpo sufría. No tengo mucho tiempo para quejarme, tres pulsos de luz son disparados en mi dirección, y a penas logro esquivarlos rodando sobre le pavimento, uno de ellos me acierta en el brazo, la piel se ennegrece y aparecen algunas ampollas, el dolor es intenso. Escupiendo maldiciones me pongo de pie. Este tipo no tiene ni idea de a quien está fastidiando. No puedo mimetizarme con las sombras, pero eso no quiere decir que esté indefensa. A mi llamado, Una brisa fría, cargada con polvo de nieve, envuelve a Aier, cegándolo por momentos, aprovecho su confusión y mi espada corta su carne, sin embargo pierdo el objetivo de oro y solo consigo hacerle un tajo en uno de sus costados, la sangre salpica y embadurna mi espada. En vez de quejarse, ríe, al principio no entiendo por qué, hasta que veo con horror que allí donde su sangre manchó, comienza a surgir una enramada. Trato de limpiar la espada, pero las hojas, cual serpientes verdes, se expanden con velocidad y fuerza, cubriendo toda la espada y amenazando con enredarse en mi mano y capturar mi cuerpo. Dejo caer la hoja plateada y cuadro mis hombros observando a mi contrincante.

Aier cargó contra mí lanzando violentas estocadas, convoqué algunos carámbanos para frenar su avance pero eran quebrados con facilidad por él. No me di cuenta de que estaba retrocediendo hasta que mi espalda chocó contra alguna pared. El príncipe sonrió con triunfo y se lanzó en una estocada a fondo, me las arreglé para escapar en el último segundo posible, sin embargo, él ya se lo esperaba, en el mismo instante, liberó su espada, y su palma abierta golpeó contra mi pecho. Sentí el pulso de magia golpear mi piel, mi corazón trastabilló, mientras la magia se asentaba percibí un calor abrasador que me hizo jadear. Me alejé unos pasos con torpeza, mal pintaba la cosa cuando él me lo permitía, el calor se transformó en una violenta agonía. Como si todo el aire fuera succionado de mis pulmones. Bajé la mirada, en medio de mi pecho, allí donde él me había golpeado aparecía ahora otra runa, parecía una semilla verde, más abajo, podía sentir el poder que desprendía esparciéndose en mi piel cual veneno. Mi propia magia le salió al encuentro, luchando por detener el envenenamiento.

Hija de la noche. #PremiosLaurelMiniDonde viven las historias. Descúbrelo ahora