Alguien que te recuerde que has llegado muy arriba...

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- ¿Pero qué estás haciendo idiota? ¡Párate! – Gritó Heráclito desde un lugar-. ¿No te das cuenta de lo que están a punto de hacer?

- Eh, ¿y tu quién eres? ¿Qué haces aquí? – Dijo Ernesto. Se sentía sorprendido, cuando había subido estaba casi seguro de que nadie le seguía o que nadie estaba en la azotea.

- Soy Heráclito, y me duele ver que un congénere mío se quiere quitar la vida –Dicho esto con una sonrisa, Heráclito se acercó a Ernesto en tono conciliador-, Permítame que te ayude, pero primero bájate de esa repisa.

Ernesto recelaba de él, pero accedió a bajarse. "¿Qué clase de padres ponen Heráclito a su hijo? Poco importa ahora. ¿Qué querrá ese chalado de mi?"- Pensaba Heráclito.

Heráclito, mientras le daba la mano sintió unos tremendos impulsos de adelantar los acontecimientos y hacer lo que tenía planeado; pero no podría, eso sería destruir el elaborado plan que tenía para ese tipo. Sería dejar una obra de arte a medio empezar. Y para Heráclito las cosas o se hacen bien o no se hacen.

- A propósito, ¿tu eres...?

- Soy Ernesto Abád, ¿Qué quieres? –Preguntó Ernesto, para el la situación había cambiado de una manera increíble.

- Pues yo no quiero nada, pero solo me preguntaba qué razones tendrías para querer quitarte la vida. Todos los problemas tienen solución y el suicidio es algo para gilipollas–Dijo Heráclito en un tono conciliador.

A Heráclito se le daba de maravilla aparentar no ser la persona que es realmente. Heráclito puede odiarte con toda su alma y aún así, estar sonriéndote todo el rato; es una persona con un gran control y dominio de las emociones. Una persona así no debería existir, atenta contra la propia naturaleza. Es el actor definitivo.

El tiempo pasaba y la luna seguía impasible en la parte más alta del firmamento. Las estrellas avanzaban por el espacio sin rumbo fijo, tal vez atraídas por algo o tal vez curiosas por asistir al nacimiento de otra estrella, o la muerte de Eta Carinae.

- Bueno, pues... -Se iba a tirar de todas maneras, así que ¿por qué no desahogarse un poco y contarle todas sus desventuras a su nuevo amigo?-. El caso, es que todo en esta vida me va mal, y seguramente me vaya a ir peor en el futuro. Mi mujer me ha dejado por un tío que tiene más dinero que yo, una semana después de la muerte de nuestro hijo de 2 añitos. Algún idiota le ha dicho a mi jefe que yo he estado hablando mal de el, por lo cual me quiere bajar el sueldo de una manera brutal, si es que no me despide. Mi mejor amigo me ha traicionado, no puedo decir más sobre esto, pero prefiero no decir nada más sobre el, pese a que esté a punto de despeñarme por ahí abajo –Ernesto cogió aire y se secaba las lágrimas-.

- Pero bueno, ¿solo por eso te vas a tirar? En serio, ¿no te da vergüenza? Esas cosas tienen una sencilla solución, lo único que pasa es que no te has pasado a pensarla. Solo piensas en los demás y en lo que te hacen, pero tu no piensas en ti. Dependes de los demás para ser feliz, pero también para ser desgraciado, y eso, amigo mío, es un error.

Ernesto se encontraba atónito. Este tio había salido de la nada y además aseguraba que sus problemas no tenían sentido alguno. Aunque, Ernesto reconocía que tenía algo de razón con alguna cosa.

De repente, a Ernesto le asaltó la necesidad de contárselo todo a este misterioso desconocido. Puede que el tuviese la solución a sus problemas. Puede que, finalmente, no fuese necesario que se suicidase, puede que sus problemas tuviesen solución...

Heráclito sacó del bolsillo de su pantalón un paquete de cigarrillos. Era un paquete negro completamente y los cigarrillos bastante más largos de lo normal. A Heráclito le gustaba que todo fuese a la grande; cuanto más llamativo y grandioso, mejor; lo superlativo llevaba su nombre impreso.

- ¿Un cigarrillo? –Le ofreció Heráclito a Ernesto.

- No gracias, no fumo.

- Tu mismo –Dijo Heráclito, y tras esto, cogió tres cigarrillos y tiró el paquete al vacío. En fin... ¿has tomado ya una decisión de lo que vas a hacer finalmente? Bueno, que tontería, estas muy seguro de lo que harás; pero en serio, replantéatelo amigo, no merece la pena comerse mucho la cabeza por ese tipo de cosas. La vida nos depara cosas buenas y cosas malas, no debes venirte abajo cuando tengas una mala racha – Exclamó Heráclito, dándole un especial énfasis a la última frase-.

Ernesto era débil de mente, y las dulces palabras de apoyo le tenían convencido de que no debía suicidarse. 

La Noche - Solo el lo haríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora