Capítulo I

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Cuando cruzó la entrada del salón de juegos, lo vio arrinconado con su espalda contra la pared, ejerciendo tanta presión que podría atravesarla en cualquier momento. Estaba indefenso, con sus manos sosteniendo las muñecas de su agresor que lo sujetaban del cuello de su uniforme infantil. El miedo le doblaba las piernas impidiéndole pararse y las hacía temblar incontrolablemente.

- ¿Quién dijo que podías tomarlo, ¿eh? -Gritaba mientras lo sujetaba con mayor violencia.

-L-lo siento... no quería... no sabía que... -Balbuceaba horrorizado el niño.

- ¡Sí! ¿Quién te crees para tomar su juguete? -Añadió un cómplice.

- ¡Sí! ¡Él lo vio primero! -Gritó otro a continuación.

- ¡Lo siento, no tenía idea! ¡Llévatelo si quieres!

-Eso haré, y te enseñaré a no tomar mis juguetes sin mi permiso.

Arrojó al niño al suelo, y el grupo de pequeños abusadores se abalanzó sobre él. Algunos lo tenían amarrado mientras que otros lo insultaban y su "líder" lo golpeaba. Paralizado en la entrada del salón, el niño que recién había llegado no asimilaba lo que veía, pero su instinto le permitió salir de aquel impactante transe y reaccionó de la única manera que consideró posible: improvisó una incursión, se infiltró en aquella violencia esférica y tras recibir unos cuantos golpes y patadas logró sacar a rastras a su amigo, cuyo cuerpo tenía inmóvil tanto por el miedo como por el dolor.

- ¿Te encuentras bien? -Le preguntó mientras lo incorporaba.

-Tu nariz... está... ¡está sangrando!

-No es nada. -Se cubría la herida mientras fingía poder soportar el dolor.

- ¿Y éste raro quién es? -Pregunta con mezquindad uno de los niños.

- ¡Mírate el color de tu cabello! ¡Qué raro eres! -Se burlaba otro de su cabello blanco.

-Vaya, el rarito ha venido a por el llorón. ¿Es que no tienes a nadie más a quién molestar? Oh, cierto, estás solo... -Se rió a continuación el cabecilla del grupo.

-Son de todos... -Contestó.

- ¿Eh?

-Los juguetes son de todos. Da igual quien lo haya visto primero, cualquiera puede jugar con lo que quiera, ¡tú no eres dueño de nada! -Vociferó, irascible.

- ¡¿Qué has dicho, idiota?! ¡Discúlpate!

- ¡No me disculparé, el idiota eres tú! A que no puedes ni siquiera ir tú solo a escoger tu propio libro de la biblioteca, cobarde.

- ¿Cómo has dicho? ¡Ahora sí te lo buscaste! -Lo sujetó tal como hizo con el otro niño y lo tiró de espaldas al suelo. Acto seguido, comenzó a golpearlo. - ¡Nadie me quita lo que me pertenece, y ahora te enseñaré a obedecerme!

- ¡No, basta! -Gritó su amigo imitando el acto que el otro chico había hecho por él, pero falló en el intento cuando los otros niños lo sujetaron.

- ¡Esto es lo que consigues si me fastidias! ¿Qué dirá tu mami cuando vea que golpeé tu feo rostro? ¡Cierto, te ha abandonado!

Al oír tales palabras, sintió un puñal atravesando su corazón, hiriendo sus sentimientos y haciéndolo estallar en cólera. Sin control, un impulso lo obligó a empujar violentamente el pecho de su rival con las palmas de sus manos, esperando apartarlo para tener tiempo de levantarse, pero el resultado fue muy distinto. En un acto súbito, el niño, con su cabellera oscura al ras tan rígida como el resto de su cuerpo y su voz cortada con una expresión desorbitada en su rostro, se separó de él. El niño agredido se incorporó entre jadeos con su blanca melena revuelta y maltratada, observando con recelo el cuerpo que yacía en el suelo. Los cómplices del niño líder fueron a socorrerlo, gritando su nombre mientras intentaban reanimarlo inútilmente.

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