Capítulo IV

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- ¿Y ahora cómo se supone que salga de aquí? Piensa, piensa... -Murmuró Robin acuclillado en una esquina de su lúgubre celda, detrás de barrotes que tenían el aspecto de manos cadavéricas desesperadas por encontrar una salida. Perdió la mirada durante unos segundos para pensar mientras contemplaba cada detalle de aquel espantoso sitio.

Su celda pendía de las manos de una estatua demoníaca que lo veía con una mirada vacía y penetrante mientras lo cargaba. Desde tal altura se divisaba un espeso río de niebla púrpura de un tono oscuro que transportaba cuerpos, almas, e innumerables pertenencias de todo tipo en un recorrido que parecía carecer de desembocadura. Sobre los montículos de huesos y cenizas que conformaban el suelo estaban apostados grupos de espantosas criaturas infernales que forjaban armas, enlistaban a otros de su especie, o arrastraban a otros seres que en pena buscaban librarse de su destino, sin saber que su esfuerzo era en vano. El paisaje estaba cubierto por un vórtice negro de cuyo centro brillaba una luz púrpura.

-Mi magia no funciona aquí dentro, si consiguiera salir, tal vez podría... no, es arriesgado con todos esos monstruos allí abajo. Incluso con magia no sería rival para tantos. -Soltó un suspiro. Su cabellera estaba revuelta y desprolija, tapándole parte su rostro. -Debe haber una manera... -Volvió a contemplar el paisaje.

- ¿Disfrutando de la vista? -Se presentó Miller. Robin se levantó de golpe.

- ¡Tú!

-No es que me alegre verte, tampoco. Por eso, he decidido acelerar las cosas, así que sé un buen chico y dime dónde está ese engendro de hielo y no tendré que decirles a mis hombres que sumen tu alma al purgatorio, tal vez. -Sus tétricos órganos corrompidos y su voz áspera le daban un aspecto intimidante.

-Puedes insistir todo lo que quieras, pero no te diré nada, de lo contrario, ¿qué sentido tendría haber llegado hasta aquí?

- ¿Estás seguro? Éstas son mis tierras, niño, si sabes lo que te conviene, no querrás enfrentarme aquí.

- Tiene razón, estoy en gran desventaja, pero no puedo entregar a Niles ni a los demás. -Pensó.

-Verás, nunca ha sido lo mío tomar prisioneros, por lo que prefiero terminar rápidamente con aquello que no me sirve, ¿comprendes?

-Niles, Janne, Blein... Eileen... perdónenme. ¿Quieres información? Bien. -Respondió. -Pero con una condición.

Miller soltó una fuerte carcajada.

-¿Condición? No digas tonterías. Estás en mis dominios, ¿y crees que podrás darme órdenes a mí? -Volvió a reír.

-No voy a darte órdenes, tú solo vas a dártelas. -Robin adoptó un semblante de desafío.

-¿Cómo has dicho?

-No ha sido sencillo, pero tuve que decidir dejarme vencer para darles tiempo a los otros. Que molestia, realmente. Pensé que valdría la pena venir a un lugar así, pero veo que cometí un error tras otro.

-¿Qué te has dejado vencer? ¡No me hagas reír!

-Pues claro, eres repetitivo y previsible. Honestamente, creí que darías una pelea emocionante, pero me has decepcionado. Y mira éste lugar, también necesitas pulir un poco tu sentido de poder, parecen más refugiados que un ejército. -Lo continuó provocando intencionalmente.

Miller guardó silencio, pero en la tensión de sus músculos se notaba una furia irascible.

-Sí, puedo leerte como a un libro. Alguien así odiaría que hirieran su orgullo de esta manera. ¿Qué esperas? Libérame y ataca. -Se interrumpió al oír la risa irónica de Miller.

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