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-Puedo pedirlo.

-Un billete entero. Eso hace dos pesos y medio. ¿Quién podrá prestárnoslos?

-Eso es fácil. Yo siempre encuentro quien me preste dos pesos y medio.

-Creo que yo también. Pero trato de no pedir prestado. Primero pides prestado; luego pides limosna.

-Abríguese, viejo -dijo el muchacho-. Recuerde que estamos en septiembre.

-El mes en que vienen los grandes peces -dijo el viejo-. En mayo cualquiera es
pescador.

-Ahora voy por las sardinas -dijo el muchacho.

Cuando volvió el muchacho el viejo estaba dormido en la silla. El sol se estaba poniendo. El muchacho cogió la frazada del viejo de la cama y se la echo sobre los hombros. Eran unos hombros extraños, todavía poderosos, aunque muy viejos, y el cuello era también fuerte todavía, y las arrugas no se veían tanto cuando el viejo estaba dormido y con la cabeza derribada hacia adelante. Su camisa había sido remendada tantas veces, que era como la vela y los remiendos descoloridos por el sol eran de varios tonos. La cabeza del viejo era sin embargo muy vieja y con sus ojos cerrados no había vida en su rostro. El periódico yacía sobre sus rodillas y el peso de sus brazos lo sujetaban allí contra la brisa del atardecer.

Estaba descalzo.

El muchacho lo dejó allí, y cuando volvió, el viejo estaba todavía dormido.

-Despierte, viejo -dijo el muchacho, y puso su mano en una de las rodillas.
El viejo abrió los ojos y por un momento fue como si regresara de muy lejos.

Luego sonrío.

-¿Qué traes?-pregunto.

-La comida -dijo el muchacho-. Vamos a comer.

-No tengo mucha hambre.

-Vamos, venga a comer. No puede pescar sin comer.

-Habrá que hacerlo -dijo el viejo, levantándose y cogiendo el periódico y doblándolo. Luego empezó a doblar la frazada.

-No se quite la frazada -dijo el muchacho-. Mientras yo viva no saldrá a pescar sin comer.

El Viejo Y El Mar - Ernest Hemingway(Libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora