Víctor estaba dolido. Se encontraba realmente mal y el duro y frío suelo sobre el que se encontraba no ayudaba a remediarlo.
Con los ojos cerrados, intentó buscar algo para apoyarse y levantarse, pero fue en vano.
Fue aquí cuando se percató de lo extrañamente liso que parecía el suelo y que no escuchaba ninguna voz. Hizo el esfuerzo de abrir los ojos y, después de que estos se deslumbraran por la fina nubosidad del cielo, vio que estaba en un lugar muy extraño, el suelo parecía de mármol aunque ligeramente grisáceo, una fina niebla le rodeaba y apenas podía distinguir algunas pequeñas construcciones a lo lejos.
Se levantó lo más rápido que pudo, asustado y confuso, ni siquiera sabía cómo había llegado allí.
-¿Ho-hola?- Se atrevió a decir. Su voz hizo eco y no dio respuesta alguna. -¿Alguien por ahí?
Caminó un par de pasos hacia delante, por lo que parecía ser un camino a juzgar por las losas de mármol más oscuras. Cuando apenas avanzó tres metros, una ligera brisa le pareció indicar que algo se había movido a sus espaldas.
Al darse la vuelta, se asustó y cayó hacia atrás por la expectación: Desde donde se había despertado y hacia el horizonte, habían aparecido cientos de espadas y sables clavados en el suelo, muchas del mismo tipo, pero todas ellas distintas.
Asustado pero llamado por tan exquisitos detalles que algunas armas portaban, se dirigió a ellas.
Todas eran singulares: Gladius romanas, mandobles de la edad media europea, Kopesh egipcios e incluso bayonetas junto con cien tipos más.
Las fue observando, una a una, emocionándose cuando veía una que conocía y curioseando en las que no conocía.
Una nueva brisa le llamó, esta vez a su derecha, sus ojos se pararon en una espada que estaba más hundida que las otras, apenas se veía la hoja, solo la empuñadura.
El mango era plateado, rugoso, como si fuese una muy fina cadena enrollada, el pomo tenía tres pequeños lóbulos esféricos y de un color como de bronce bruñido al igual que la guarda, la cual era corta y ligeramente curvada hacia la hoja.
Quiso sacarla, pero parecía que estaba atascada, dio un tirón más fuerte con las dos manos y la sacó, cayendo al suelo por el impulso.
Gimió un poco por el dolor, pero poco le importaba eso al ver que la hoja de la espada que tenía en la mano estaba asida por una mano esquelética con restos de carne seca y lo que parecía ser un anillo demacrado por el tiempo.
-¡Me cago en la...!- Gritó a pleno pulmón a la vez que soltaba la espada de una sacudida. -¡¿Dónde estoy?! ¡Estoy seguro de que hay alguien ahí!-
El corazón le latía cada vez más rápido, escuchaba sus propias pulsaciones dentro de su cabeza y su respiración la notaba demasiado fría.
Giró varias veces su cabeza hacia los lados para intentar ver algo, pero sólo pudo observar que las construcciones que antes estaban casi ocultas por la niebla estaban mucho más nítidas. Se acercó, eran restos de pequeños muros, como de casas, apenas se mantenían una pared y un arco en una pared perpendicular.
Tocó las piedras, estaban frías, agrietadas y con una pequeña capa de musgo.
El sonido de algo metálico le llamó la atención a su espalda, sabía que no podía ser bueno pero sentía demasiada curiosidad. Se quedó paralizado unos segundos mientras el sudor frío le recorría la frente.
Poco a poco se giró, vio la espada que antes había sacado delante de él tirada en el suelo y el resto habían desaparecido.
-Ay, señor...-Susurró mientras poco a poco se acercaba a ella con pulso temblante.
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2. Camino del guerrero
AcciónContinuación de "Camino de los espíritus" (Esta historia se centrará en Luis y Víctor)