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Corría, sólo corría sin dirección alguna. Me encantaría comenzar mi historia con la misma desesperanza majestuosa de Ernesto Sábato, poder describirlo de forma tan deprimente como Kafka y darle un toque de horror como Poe; pero solo corría, sin rumbo alguno, contrario al viento, las piernas me temblaban y el sudor corría por mi frente. Los ojos me ardían y sentía que desfallecería en cualquier momento. Un leve escalofrío recorría mi espina dorsal y al cerrar los ojos sentí el golpe contra el suelo mientras la oscuridad me arropaba y poco a poco perdía el conocimiento para terminar de caer en un sueño profundo. Sentía como la leve luz de sus ojos sacaban una sonrisa en mí, como elevaba mi espíritu.

Me encantará relatar mi historia desde el comienzo, volverá el asunto un poco más liberador y antes de yacer tendido en el frío suelo de un terreno baldío habré terminado de cumplir el favor que le debía, cumpliré la promesa irrompible. Comenzaré especificando que era un treinta de diciembre, un viernes lleno de alegría en la casa de la abuela cuando decidí, imprudentemente, escaparme a la fiesta de Enrique, mi mejor amigo. Estaba decidido, esa noche perdería mi virginidad con la chica más guapa de todo el liceo. Gregorio y Enrique me habían ayudado a enredarme un poco con ella y antes de que me diera cuenta ya teníamos un encuentro planeado para ese día. Recuerdo que esa tarde llovió fuertemente en la ciudad, mis padres no dejarían que me saliera con la mía y fuese a una fiesta de muchachos cuando debería estar con la familia terminando las hallacas que faltaban. Los padres de Enrique estaban de viaje y regresarían al día siguiente por lo que un poco de complicidad de su tío y ya la fiesta estaba realizada. Tomé la ducha más larga del mundo y casi me enjabono hasta los ojos para luego ponerme la mejor ropa de mi armario, que era la que había utilizado esa navidad. La fiesta empezaba a las siete pero yo estaba allá desde las seis que fue cuando logré zafarme del trabajo de la casa con apoyo de mi abuela, mi vieja siempre me apoyaba en todo, era la mejor del mundo.

Al llegar a la casa de Enrique todo estaba listo, las cervezas y los refrigerios, lo ayudé a colocar las sillas en el patio y cuando se hicieron las siete y media ya habían llegado varios compañeros. Estaba ansioso, tenía unos condones en la cartera que le pedí al tío de Enrique que comprara por mí, no suelen venderle esas cosas a chicos de quince años. Cuando Naomi llegó mis ojos se iluminaron, estaba hermosa, tenía notorias curvas y labios carnosos, era dos años mayor que yo y con tan sólo pensar lo que ocurriría esa noche mi temperatura subía. Enrique me había dicho previamente a que cuarto iríamos para estar preparado cuando llegara el momento. Todo iba bien, luego de estar como dos horas con los muchachos bailando y bebiendo Naomi tomó de mi rostro y empezó a besarme, la señal que necesitaba, entre besos y toqueteos llegamos dando tumbos a la habitación, mi corazón latía rápido pero una voz de afuera me desequilibró, era ella, Verónica. Intenté despejar mi mente, intenté no pensar más en nada, quería borrar todo de mi cabeza y Naomi era la mejor solución. Antes de pensarlo ya estaba en la cama extasiado y totalmente excitado. Cuando terminamos por completo el reloj marcaba las doce en punto. Naomi y yo volvimos a la fiesta que se supone acababa a la una, nos despedimos de los que quedaban allí y cada uno tomó su camino como si nada hubiese pasado. Y allí estaba yo, satisfecho sexualmente pero con un nudo en la garganta que se agrandaba cada vez que recordaba la sonrisa de Verónica. ¿Cómo el recuerdo de una persona te puede perseguir por diez años?, mi yo de quince años ni se imaginaba lo que ocurriría. Llegué a la casa y mi mamá estaba dormida en el sofá de la sala, cuando me vio sólo me mandó a dormir con un tono desagradable que me recordaba lo enojada que estaba conmigo. Al recostarme en la cama no pensaba en mi primera y torpe experiencia sexual, sólo me concentré en la chica con el vestido de flores que reía mientras bailaba al son de la música. Aquella chica que robaba mis sonrisas, que causó mí insomnio y que con una mirada congelaba mi corazón. La novia de mi mejor amigo que me había besado la semana pasada sacando a flote aquello que intentaba disimular. El día siguiente me levanté con un nuevo semblante, era el último día del año y esperaba comenzar una nueva etapa de mi vida ahora que había experimentado nuevas cosas. Mi madre me levantó a las nueve de la mañana para que saliera a comprar lo que necesitaban en el almuerzo. Todo marchaba a la perfección y durante el almuerzo la alegría se sentía en la mesa. Ayudé a mi abuela y a mis hermanas a acomodar la casa para las visitas y cuando se hicieron las seis me vestí con el traje que mamá me había comprado para la ocasión. Todo era bromas entre la familia, los niños correteando por la calle y los adultos sentados en el porche festejando y esperando a las doce. Todo bien, excelente como todos los años. Mis primos y yo decidimos jugarle la típica broma de fin de años al vecino más amargado de toda la cuadra, el Señor Rodríguez, cascarrabias como nadie y con más de un enemigo por la calle. Nos colamos en su patio y rociamos insecticida en sus adoradas plantas sin que se diera cuenta para irnos como si nada. Ya cuando se estaba acercando la medianoche todos estábamos en la sala escuchando la cuenta regresiva en la sala tomados de las manos y contando en voz alta. Al llegar a las doce los gritos, cohetes y saltos de euforia conmovieron a algunos familiares y a la hora de los abrazos me sentía bañado en lágrimas, algo un poco incómodo cuando se trataba de familiares que veía una vez a la cuaresma.

Las fiestas se acabaron y ya estaban en enero; un nuevo año, un nuevo comienzo. Al llegar al liceo ya se había corrido la voz de lo que ocurrió en la fiesta de Enrique y me sentía más genial de lo común.

Nunca lo olvidaré, diecisiete de enero del dos mil cinco. La profesora y la directora entraron al salón el primer día. Debí haberlo sospechado cuando no vi a Enrique, debí haberlo sospechado cuando no la vi a ella. Las palabras de la directora se escucharon lejanas, una noticia que no necesitaba escuchar. Luego de mencionar "Verónica" y "ha muerto" sólo tenía ganas de salir a correr, pero no, ni siquiera podía llorar, sólo me inmuté. Qué ironía que diez años después lograra correr, lograra reaccionar.


Corría.Where stories live. Discover now