Final

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El sucio techo estaba siendo lavado por la lluvia que por momentos cesaba. Me asomé y al imaginar tu silueta no pude con el sentimiento devastador de tu pérdida. En cuestión de segundos me encontraba golpeando la tierra, separándola con mis torpes manos, cavando. Sabía perfectamente donde estaba enterrado nuestro secreto, aquel que me ataba a ti. La tierra estaba mojada y la sensación liviana y suave en mis manos me recordó el día que la enterramos. Mientras más abría la tierra sentía que más me acercaba. Era como una búsqueda desesperada y angustiosa, te buscaba a ti, esperaba verte a ti allí. Podría jurar que te escuchaba cantar, podría jurar que escuchaba tu risa, que tenía tus ojos fijos en mi espalda, que el olor de tu perfume impregnaba el lugar. Deseaba con todas mis malditas fuerzas tenerte detrás de mí pero al voltear solo estaba la nada. La cruel y dolorosa nada que dejaste al irte. Al terminar de cavar saqué la caja y la tomé con la esperanza de mi vida puesta en ello. Caminé lentamente hacía el teatro, estaba amaneciendo. ¿Cuánto tiempo tenía tirado en la tierra?, ¿Cuánto tiempo había estado cavando?, ¿Por cuánto tiempo me llené del deseo de tenerte aquí? La luz del sol cegó mis ojos por un momento y provocó ardor en ellos. Ya no llovía, sabía perfectamente que tenía que hacer. Suní aquel teatro abandonado, subí y aún esperaba encontrarte allí. Corrí sobre él pero ya no habían bailes divertidos, ni risas sin sentido ni viajes sin destino. Sólo estaba yo, ¡Dios!, que horrible es entrar en cuenta de que no estas, buscarte desesperadamente, no aceptar que te fuiste. ¿Puedes volver?, no, no puedes. Sólo me tiré en el áspero techo esperando escuchar el tarareo de tu canción favorita mientras subías, pero eso nunca ocurrirá. Abrí la caja, el tiempo no había pasado por allí. Estaba el dibujo, ¡El bendito dibujo!, era de una serie que me gustaba mucho y tú lo sabías. Tenía tu firma en una esquina, eso solo me quebraba más. Estaba mi muñeco y lo más importante, tus cartas y el libro negro. Eran unos sobres hechos de manera torpe, tu letra era muy tierna, suplantabas los puntos por corazoncitos y parecía la caligrafía de un niño de diez años.

"Si lees esto es porque o te adelantaste y no pudiste esperar (Idiota) o porque has esperado diez años. En el caso que sea lo segundo significa que aún mantenemos contacto, o que aún piensas en mí, (Sí, sé que te gusto), por lo que, espero que estemos leyendo esto juntos, saber que tú eres parte de mi futuro..." ¡Joder!, no podía seguir leyendo, ¿Qué clase de mierda te pasaba por la cabeza como para hacer esto?, me confundiste, me embobaste, me convertiste en un mísero esperanzado. Mientras más leía sentía que las lágrimas saladas corrían por mis mejillas, caían en las cartas pero ya no importaba, ya no importaba nada porque no estabas allí conmigo, porque nunca estarás allí conmigo. Y en lo muy profundo de mi ser le preguntaba a Dios porque no podía verte una última vez, esperaba uno de esos milagros de las que las personas siempre hablan, esperaba verte al abrir mis ojos por la mañana, esperaba verte bailando salsa en el techo del teatro, esperaba tenerte a mi lado leyendo tus cartas pero sólo sentía el viento helado que congeló tu recuerdo por diez años. Cartas de planes futuros, de viajes, de ideas, de tonterías de adolescentes, cartas de una vida que terminó rápido, una vida efímera que convirtió en torbellino el orden natural de la mía, una vida implacable que aun estando muerta tiene más vida que la mía.

Al abrir el libro estaba tu letra, una dedicatoria a mí, un poco infantil pero tierna. Aquel libro era "Orgullo y prejuicio", creo que era el único libro que habías leído en toda tu vida. El libro estaba repleto de rayones con comentarios tuyos sobre algún dialogo o alguna escena, era como un blog en un libro y me resulto divertido. Estaba tan distraído con lo que habías escrito que sentí lo mismo que siento todos los días al despertarme, un ligero desprendimiento de mis memorias y mi cerebro me traiciona pensando que aún estas aquí. Volteé a verte y no estabas, obviamente. Y es algo a lo que no me resigno, algo que no acepto y me gustaría entender porque apareces en mis sueños, porque aún escucho tu risa en mi cabeza y porque tu silueta se dibuja en mi mente. Llegué aquí con la esperanza de una promesa destruida que intenté reconstruir, con la esperanza de volver diez años atrás como si todo fuese una pesadilla, como si me esperaras con el mismo vestido de flores con el que te vi por última vez, bailando con el viento y saludando a las nubes, mirándome con el brillo más resplandeciente que se puede encontrar en una mirada, sonriéndome con la inocencia de las flores y acercándote a mí con la elegancia de una reina.

La caja volvió a ser enterrada con todo, ya tú no estabas allí y mi ímpetu quedó en el polvo que se llevaba el viento. Mis pies aún temblaban y el cielo se nubló nuevamente. El gris era suave y el contorno de las nubes las hacía parecer malvaviscos. Si estiraba mi mano sentía que te alcanzaría, pero empezó a llover nuevamente y allí entendí que el cielo se puso triste por mi patética despedida que tardó diez años.

Y ya no quería correr, ya no quería gritar, no tenía fuerzas y mi alma estaba exhausta de una búsqueda interminable. Me levanté del sucio terreno baldío y camine lentamente hacía la entrada. Y juro que te sentía conmigo, y juro que tus brazos me cubrían para darme calor, que tu espíritu reconfortaba el mío y que las gotas de lluvia cantaban el poema más hermoso del mundo. Y al estar saliendo estaba ella parada, no tú Verónica, sino ella, Gabriela. Porque entendía que hay personas que recogen tus pedazos rotos aunque se corten y lo hacen una y otra vez aunque las heridas sean grandes. Su carro estaba estacionado al frente, en su brazo estaba una manta y con la misma mano sostenía una taza para poder sostener el paraguas en la otra. Su sonrisa estaba cansada y sus ojos débiles pero el rubor de sus mejillas me hacía entender que aún quedaban fuerzas para esta lucha. Ambos sabíamos que llegaría este día tarde o temprano, el día en que el amanecer se haría tortuoso y la lluvia quemaría mi piel, en la que los ángeles se burlarían y los demonios llorarían, el momento en que correría, en que no me detendría y cuando al fin cayera al suelo me levantaría de nuevo, pero sin ti. Sin ti atada a mi espalda, a mi alma y a mi mente. Sin ti sosteniendo esperanzas falsas, sin ti sonriéndome de lejos porque mientras más intentaba acercarme más desaparecías. Y al final llegó el día, llegó el día de dejarte ir.

Y el camino a casa resultaba reconfortante y esclarecedor, y la voz de Gabriela cantando clásicos de los ochenta reanimaron mi cansando corazón para poder tomar una taza de té y decirte adiós.

Corría.Where stories live. Discover now