III

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Él estaba contigo, yo estaba contigo, ¿Por qué no decir nada?, mejor dicho, ¿Por qué mentir?, rompernos, quebrarnos, dejarnos con un vacío que ninguna otra sonrisa podría curar. Ahora estoy aquí tirado, diez años después, recordando todo aquello que debería estar enterrado, enterrado como...como la promesa que intento recordar por completo. Siento las gotas golpear mi cara y mezclarse con las escasas lágrimas que quedaron de aquellos fatídicos días.

Recuerdo cuando te conocí, ni siquiera conocías a Enrique ni a Gregorio, ni a ninguno de nosotros. Estabas escribiendo en tus brazos y piernas desesperadamente, teníamos examen de historia y algo me decía que no habías estudiado. Nuestro profesor no era el más atento así que te resultaría fácil verte las muñecas y volver a tapártelas con el suéter o alzar un poco la falda y copiar lo escrito en tu muslo. Estabas tan concentrada en ello y yo tan concentrado en ti que me percaté cuando el profesor dirigió su mirada a ti, sabía que te meterías en problema así que lo primero que se me ocurrió en mi mente de adolescente inmaduro y estúpido que se la quería dar de héroe fue balancearme en el pupitre hasta caerme adrede. El estruendo hizo que el profesor dirigiera su atención a mí y que terminaras de copiar en la hoja y borrar las pruebas incriminatorias de tus piernas y brazos. Mientras recibía la mamá de todos los regaños ya te habías salido con la tuya, pero claro, decirte que había hecho eso por ti sería demasiado vergonzoso para mí. Salí del salón persiguiéndote y cuando te alcancé bastó una mirada fulminante como para dejarme claro que no me acercará más, quizá debí haberle hecho caso a esos ojos ámbar que lucían como la mirada de un gato feroz. Me intentaba acercar y mientras más lo hacía más me ignorabas. Hice de todo, pasé de ser el payaso a ser el sabelotodo, de ser el que juega al fútbol a ser el que lee en los pasillos, todo para sentir aquella mirada nuevamente sobre mí, pero nada funcionaba. Todo aquello que ignorabas en mí te enamoró en Enrique, a dos meses de iniciar cuarto año ya eran novios y los celos me carcomían. Ya no había nada que hacer, ya había perdido las esperanzas.

Estábamos a principios de diciembre, había lluvias y anochecía más rápido. Eran las tres de la tarde y decidí escaparme del liceo, verte besando a mi mejor amigo me hacía entrar en cólera. Recuerdo que el teatro abandonado quedaba a unas tres cuadras del liceo, iba allá, escalaba al techo y allí me acostaba hasta que se hacía la hora de ir a la casa. Esa tarde subí y una dulce morena estaba bailando sin música allí arriba, sólo con su voz y el compás en sus piernas. Al percatarse que estaba allí esa mirada de gato feroz volvió a posarse sobre mí. Empezaste a gritarme que me fuese pero ese era mi lugar, no el tuyo. Me impuse, defendí mi derecho a estar allí y entre gritos y discusiones una sonrisa se asomó por sus labios hasta dejarse caer sentada y empezar a reír a carcajadas. Realmente no entendía nada, la situación era demasiado rara. Me acerqué y me senté a su lado, demasiado cerca de mí como para que mi corazón latiera rápido. Al hablar llegamos al acuerdo de que ese sería el lugar de ambos. Entre pláticas me endulzabas cada vez más, cantabas salsa y la bailabas, luego pasabas a cantar baladas y terminar con boleros. Eras hiperactiva como nadie y te encantaba formular extrañas preguntas alrededor de las personas del colegio. Me hacías reír y pensar, me hacías preguntarme cosas extrañas y me llevabas a otro lugar. Sólo nosotros dos arriba de un teatro abandonado, llevábamos refrescos y chucherías, juegos de mesa y hasta una pelota que terminó por los alrededores del lugar.

Intentaba hablarte en el liceo pero simplemente me ignorabas o respondías de manera cortante, así que entendí, la novia de tu mejor amigo sólo es la novia de tu mejor amigo, más nada. Comprendí que fuera de nuestro mundo no era nadie para ti incluso cuando tú lo eras todo para mí. Así durmieras en mi regazo estando allá arriba, al bajar apenas conocías mi nombre. Me intentaba acostumbrar a todo aquello pero me resultaba confuso. Un año me bastó, un año para cambiar mi vida, por siempre.


Corría.Where stories live. Discover now