Capítulo 1 - Campos de Corellia

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Han no sabía por dónde empezar, pero decidió empezar por lo más importante: por su vida tranquila en Corellia, tal vez el recuerdo que mayor aprecio conservaba.

- ¿Has estado alguna vez en Corellia? – preguntó curioso.

- Lo cierto es que no he tenido todavía el gusto de hacerlo. – respondió sincera.

- Creo que te gustaría – contestó con una sonrisa-. Aunque todo el mundo piense que es el centro industrial de la galaxia, está lleno de buenos paisajes. -Han cerró sus ojos por un momento y pensó en los veranos que disfrutaba con su familia, el calor de las mañanas y las noches en las que siempre refrescaba. - Vivíamos en casa situada en las afueras de la ciudad industrial, mi padre trabajaba durante el día en una armería, mientras que por la tarde se encargaba de cuidar el terreno que nos ayudaba a subsistir. Mi hermano mayor, Melzer, dejó la escuela para intentar llevar más dinero a casa y ayudaba a mi padre en todo lo que podía. Mientras tanto, mi madre llevaba todas las tareas de casa adelante, y solía dejarse la piel por nosotros.

- Nunca me habías hablado de ellos.

Han tomó una breve pausa y pensó en su padre y en su hermano, cabizbajo.

                                                                              ...

Era un sábado por la mañana como otro cualquiera, cuando Han se levantó un poco más tarde de lo habitual. No tenía que ir a clase, por lo que se despreocupó por completo. Salió al jardín a jugar sin tan siquiera desayunar. Doreen escuchó un golpeteo constante mientras hacía la colada. Siguió el sonido hasta darse cuenta de lo que era. Cruzó sus brazos al verle pegando patadas al balón contra la fachada. "Este niño, no hay quién le pare" pensó con un ligero suspiro.

- Han... - dijo su madre con un tono de advertencia.

El chico se sintió algo culpable, sabía lo que debía de hacer. Cogió el balón y lo puso bajo su brazo.

- Lo siento, mamá... No tenía hambre - admitió.

Doreen arqueó sus cejas por un momento, fingiendo estar enfadada cuando finalmente no pudo evitar escapar una sonrisa.

- Eh, al menos tómate un vaso de leche, ya habrá tiempo de salir a jugar.

- Está bien – asintió obediente.

Su madre le ordenó lavarse las manos al ver que estaban llenas de barro. Por mucho que estuviera encima de él, aquel niño de casi nueve años siempre tenía un aspecto desaliñado. Cuando volvió, cogió un trapo y limpió su mejilla, todavía algo manchada. En la casa tan solo se encontraban en pie él y su madre. Su padre y su hermano seguían durmiendo tras haberse quedado hasta tarde con la cosecha de este año. Tras la sequía de aquella primavera y las recientes lluvias, la recolección se había retrasado varias semanas de lo previsto. Las deudas comenzaban a acumularse y muchos habían sido los avisos que la familia había recibido por impago. Doreen y su marido, Han, tenían el presentimiento de que la campaña les daría para vivir sin dificultades durante un año completo. Aquello era sin duda la mejor que podían esperar.

- ¿Por qué siempre me pones la leche tan caliente? ¡Me he vuelto a quemar la lengua! – exclamó Han en tono quejoso.

- Lo siento, cariño... Otra vez me he vuelto a despistar, estaba...pensando en mis cosas.

- ¿La cosecha, verdad? – supuso-.

Doreen se distanció un momento para abrir un tarro de cristal y sacar un pequeño pliegue de papel que metió dentro de un sobre y cerró en silencio.

Recuerdos desde CorelliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora