¿Vecinos?

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Poco a poco, el sol se escondía haciendo que la luz de la noche inundara las calles de Londres, trayendo consigo la brisa fría y la soledad respectiva de ese vecindario. Alguno recibían el calor de las chimeneas, otros estaban envueltos dentro de sabanas gruesas que aligeraban el frio. Carol trataba de disimular la humedad de la casa, limpiándola y aplicando productos para desviar el olor; Frank estaba listo para la cena, lucía uno de sus mejores trajes ya que sus aclamados amigos de la empresa vendrían a visitarlo y pasar un buen rato con él. Carol, después de hacer su papel de ama de casa, se vistió rápidamente un sencillo vestido rosa ajustado al cuerpo, que hacía resaltar su pequeña panza y sus pechos que parecían cocos a puntos de reventar debido al ajustado escote del vestido.

—¡Violet! —gritó Frank, caminando de un lado a otro—. Apresúrate, las visitas están por llegar.

—¡Ya voy! —gritó, mientras baja por las escaleras.

Cuando Frank observó la vestimenta de su hija, su cara cambió totalmente, dando lugar a la rabia y desesperación, tanto así que la cara se le puso roja. Y es que Frank era una persona muy neurótica, y algo tan simple como la vestimenta de su hija lo hacía perder la cabeza. Ella lucía pantalones cortos, una de las blusas más viejas que tenía, y las converse color rojo que usaba todos los días para salir. Carol puso una mano en el hombro de su marido tratando de tranquilizarlo.

—Calma, es una niña, no le exijas que se vista tan formal para estar dentro de su propia casa —exigió Carol.

—Por tratarla como una niña es que está tan malcriada, pero ahora mismo —se acercó con la intención de asustarla pero Carol lo sostiene del brazo.

—No hace falta hacer escándalos —suena el timbre—. No eres el indicado para exigir respeto —caminó hasta la puerta.

Los amigos de Frank ya estaban en la puerta, ansiosos por hablar de sus vidas y alabarlo por alquilar una de las casas más costosas de Richmond. Casi todos eran de baja estatura, algunos tenían bigote, otros la cabeza brillante sin un solo pelo. Todos eran de edad avanzada, barrigones y ambiciosos. Carol los recibió con una de sus mejores sonrisas fingidas, tratando de ser una esposa ideal por unos minutos, ocultando su ego herido hace 1 mes. Algunos hombres le daban un beso en la mejilla y quedaban estupefactos observando los rincones de la enorme casa, otros miraban con el rabillo del ojo el escote pronunciado de Carol, deseando que alguno de sus pechos se saliera y fueran afortunados de ver tal espectáculo.

—¿Esta es tu hija? —preguntó uno de los más viejos, señalando a Violet.

—Sí, es mi preciosa hija —la tomó de la cintura pero ella se soltó disimuladamente.

—Es hermosa, como tu esposa —sonrió pícaramente.

—Que asqueroso es este viejo —susurró molesta.

—¡Bueno! Vamos a disfrutar ya que estamos aquí —dijo alzando la voz—. No me arruines esto también, ¿Quieres? —susurró molesto.

—Cómo quieras padre, estaré afuera por si me necesitas —dijo enojada.

Enfurecida, se alejó de la sala. Su madre observó entristecida como la puerta se cerraba de un solo golpe. Frank suspiró molesto y empezó la cena sin su hija.

Unos segundos bastaron para que la piel de Violet sufriera el frío infernal de la noche. Molesta, comenzó a caminar de un lado a otro frotando sus brazos para sentir una pizca de calor. De repente, recordó la caja de cigarrillos que tenía en sus bolsillos. Con las manos casi tiesas por el frío sacó el cigarrillo y un yesquero, seguidamente encendió el cigarrillo, comenzando a sentir el humo y el calor en sus manos. Rápidamente metió el cigarrillo en su boca por unos instantes hasta sentirse satisfecha, luego lo sacó de su boca, formando una bocanada de humo.

—Creo que he visto mejores nubes de humo —musitó una voz varonil.

Violet soltó los cigarros asustada.

—¡Mierda! —volteó a ver quién está a su lado.

—No sabía que te ofenderías tanto, discúlpame —comentó cortésmente una voz masculina.

El corazón de Violet palpitaba rápidamente producto del susto que había pasado. El frío había sido remplazado por ese calor de nerviosismo que la consumía. Su cabeza había maquinado miles de excusas para decirle a su madre del porque estaba fumando, sus manos temblorosas no conseguían tomar el cigarro que había dejado caer en el piso y que podía quemar algo. El chico de aspecto misterioso se acercó y lo apago con el pie. Violet observó su pálido rostro, tenía unas leves ojeras bajo sus lindos ojos azules, sus labios estaban un poco resecos y su cabello lacio lo hacía lucir como el típico inglés de las películas.

—Me disculpo otra vez, ¿Puedo escuchar tu voz? —notó como Violet moría de los nervios—. No le diré a nadie lo que vi, lo prometo —levanta su mano derecha.

—Me has asustado, has aparecido como si fueras un fantasma.

—No lo digas ni jugando —suelta una carcajada.

Sus dientes eran grandes y un poco amarillentos; su sonrisa resultaba un poco lúgubre. Violet notó su perfecto acento británico y cómo sus ojos la examinaban como si fuera una obra de arte.

—Conozco de un lugar donde venden cigarrillos y bastante económicos —observa la caja de cigarrillos.

Guardó la caja en su bolsillo y por un momento pensó si hablar con un desconocido era buena idea.

—¿Enserio? ¿Dónde queda? —preguntó, mostrando naturalidad.

—Te lo diré si me dices tu nombre.

Dudo por un momento acerca de darle más información. aunque New York podía ser más peligrosa que Londres, razón por la cual no parecía nada inofensivo darle alguna información a una persona que quería ayudarla con sus vicios.

—Mi nombre es Violet Marx, soy de Nueva York, mi padre engañó a mi madre y quiere tratar de solucionar todo con un viaje ridículo para estar más unidos como familia —hace el gesto de comillas con sus manos—. Y quiere arreglar todo como si esto fuera una estúpida película de Hollywood. —hace una pausa—. Creo que ya me lo puedes decir —expresó excitada.

—Me encanta tu sentido del humor, toma esto —le dio un pedazo de papel—. Allí está la dirección —indicó.

Tomó el papel con las manos temblorosas. Aún no lograba definir la razón por la cual estaba nerviosa al estar con ese chico que parecía tan normal como cualquier vecino aburrido.

—Gracias.

—Tranquila, no estés más asustada, convierte esto en adrenalina, a veces sirve de mucho.

En eso, la puerta se abrió de un solo golpe. El corazón de Violet pareció detenerse por un momento, volteó lentamente deseando que no fuera su padre, pero observó a su madre preocupada, que estaba encogida de brazos un poco molesta.

-¡Violet! ¿Qué haces aquí? Hace mucho frío, ven, entremos a la casa —ordenó, señalando la puerta.

-Está bien, pero antes déjame presentarte a un amigo —se movió para dejarle la vista libre-. Él es...-no pudo completar la frase, no le había preguntado su nombre.

—Soy Tomás, un gusto señora —besó su mano.

Sonrió ante tal gesto, ahora el chico había pasado de ser un extraño vecino, al chico caballeroso y romántico.

—¡Vaya! Que rápido haces amigos —dijo meneando la cabeza—. Ahora adentro Violet, hace mucho frío y debes comer algo —ordenó, derrochando autoridad ante su amigo.

—Está bien mamá-refunfuñó-. Adiós Tomás —sonrió nerviosa.

Tomás alzó la mano y se despidió de Violet, viéndola entrar a su casa. Se quedó unos minutos parado. El hecho de que Violet fuera un completo manojo de nervios lo excitaba como a nadie. No podía quitarse de la cabeza su piel tan blanca como la nieve y su cabello fino de color marrón. Algo en su cuerpo sentía la necesidad de conocerla mucho mejor.

Tom se alejó de la casa con una sonrisa dibujada en sus labios.

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