Locura desbordada

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Mientras tanto, Violet planeaba una maniobra de escape. Las sabanas se encontraban guindadas en la ventana, moviéndose de un lado a otro por la brisa. El grito de su madre había sido la prueba de que algo no andaba bien y seguramente Tomás estaría al acecho.

Violeto ajustó las sabanas para asegurarse de no caer y se impulsó hasta hacer que su pierna quedara fuera mientras su mano equilibraban el resto de su cuerpo en el muro. Justo cuando se disponía a pasar la otra pierna para así proseguir a guindarse en la sabana, una ola de remordimiento la invadió.

—¿Tomás le habrá hecho algo a mi madre? —pensó y sacudió la cabeza—. Su problema es conmigo, no con ella —pensó en voz alta—- ¡Quizás mi padre la salvo! Y ya huyeron, sin mí, como siempre ha sido —dijo, creando razones para dejar su consciencia tranquila.

Por más odio y resentimiento que sentía hacía su padre y a la misma vez por su madre, los buenos recuerdos no dejaban de reproducirse en su memoria como un cd rayado: la sonrisa de su madre acogiéndola en los momentos desesperanzadores; cómo sus manos acariciaban su cabello cuando no podía conciliar el sueño; todo el amor que había recibido de ella mientras su padre se había marchado; el papel importante de padre-madre que había ejercido en su vida. La vida de Violet había estado llena de dramas familiares pero su madre nunca la había abandonado después de todo. Y es que tomar las decisiones incorrectas con respecto a su padre no la hacía mala persona.

Decidida, apoyó sus pies en el piso y quiso buscarla, pero se topó con una sorpresa que le absorbió el aire de sus pulmones. Aterrada, dio unos pasos hacia atrás. Sus ojos se abrieron por completo y sus labios temblaban impidiéndole decir cualquier cosa.

Tomás la observó con cierto gesto de ternura, esbozando una sonrisa de oreja a oreja. Los brazos al igual que los pies los tenía cruzados, sus ojos no se despegaban del rostro empalidecido de Violet.

—No te asustes, sólo quiero que seamos felices —dijo acercándose.

—¡No te acerques! — exclamó, ocultando el miedo—. ¡¿Qué le hiciste a mi madre?!-gritó.

—Nada malo, está dormida, la anestesia surgió efecto rápido —explicó—. Me duele que tengas miedo.

-Eres un lunático, y no te tengo miedo —dijo, agravando su voz.

—Por más que modifiques tu voz, puedo ver el miedo en tus ojos color miel —arqueó una ceja—. ¿Tienes miedo? —preguntó, sin recibir respuesta—. ¡Lo sé! Debes estar pensando ¿Qué debo decir? ¿Qué puedo decir para que no me mate? ¿Qué debo hacer para que me perdone? —hizo una pausa—. Siempre responde con la verdad, es la mejor solución.

Violet respiró profundo y tragó saliva.

—No soy Karen —dijo con la voz quebrada.

—¡Qué fácil es huir de nuestras culpas! pero hasta para huir se necesita ser valiente, ya que de todas formas se enfrentan las consecuencias —se acercó a ella y la tomó bruscamente de los brazos.

—Suéltame —gritó, cerrando los ojos y tratando de zafarse.

—Espero que después de la siesta no tengas dudas acerca de tu identidad —clavó la inyección en su brazo.

Violet luchó por unos minutos más, hasta que su cuerpo dejo de responder y perdió fuerza. Dando todo de sí, pugnó por mantenerse despierta, pero la última imagen que guardó su cerebro fue la comisura de los labios de Tomas elevándose, formando una sonrisa malvada.

Las vacaciones de la familia Marx se tornaron oscuras y peligrosas. Tomás en un episodio de locura, destrozó todo lo valioso que había en la casa, rasgó los finos muebles, desordenó todas las camas y rompió los vidrios de los cuartos. Seguidamente, tomó un pote de kerosén y lo vacío por toda la casa, hasta que finalmente decidió tomar un descanso y se acostó en los muebles que estaban hechos un desastre.

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