Divisiones

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Italia salía con el rostro lleno de lágrimas, limpiándose con el dorso de la mano. Una mano lo cogió del brazo, reteniéndolo. Cuando alzó sus ojos ambarinos se encontró con su hermano. Sin pensárselo y, a sabiendas que Romano odiaba cualquier contacto físico, Italia se abrazó a él. Para sorpresa del menor, Romano lo rodeó con sus brazos, devolviéndoselo. Ante aquel gesto inesperado de su hermano mayor, Italia empezó a sollozar, rompiendo a llorar al final, mientras Romano lo mecía, chistando con suavidad.

-No me gusta verte así, fratello.-susurró Romano, tomando a su hermano pequeño por ambos lados del rostro, obligándolo a que lo mirará.-Y lo que más me revienta es que esta vez no ha sido culpa del cabeza de patata... Él... Él se ha comportado muy bien contigo.-

-Alemania siempre se porta bien conmigo...-rió con tristeza el italiano, limpiando su cara con las palmas de sus manos.-

-Como sea...-masculló, simulando indiferencia.-

-¿Y España cómo está?-

Romano entornó los ojos, desviando la mirada al tiempo que soltaba a su hermano. Se giró, dándole la espalda. Italia vio como su hermano mayor apretaba los puños, empezando a temblar.

-No es más que un egoísta bastardo y un idiota sin cerebro...-masculló con voz entrecortada.-Me importa una mierda lo que le pase, pero no le perdonaré que me deje sólo por una estupidez de él.-sollozó, pasándose el antebrazo por los ojos. Aunque no lo viera, sabía que Romano estaba llorando.-

-Tenemos que hacer algo...-dijo una voz suave detras de ambos.-

Los dos italianos se giraron, encontrándose con aquel chico que se parecía tanto a América y que por norma general pasaba desapercibido, acompañado de Francia, ambos con el rostro serio.

-¿Tu dirás...ehm...?-rezongó molesto Romano.-

-Canadá. Mi nombre es Canadá.-dijo el joven de ojos lilaceos y, aunque por norma general se molestaba por aquello, en ese instante lo pasó por alto.-

-¿Y que pretendes hacer?-quiso saber Italia, acercándose a Francia.-

-Muy facil, mon cher.-contestó el francés, acariciándole el cabello al pequeño de los italianos.-Tenemos que dar con ese ser que a iniciado todo...-

-¿Disculpa?¿Quieres enfrentarte contra la representación de Guerra?-preguntó Romano, asombrado por la audacia del galo.-

-Non pas! -exclamó Francia.-Entreguemosle lo que busca...-

-¿¡Qué!?-clamaron los dos italias.-

-¡No podemos hacer tal cosa, Francia!-aseveró Italia, no queriendo creer lo que acababa de decir el francés.-

-¿Bebiste más vino rancio de la cuenta, imbecil?-atacó Romano, enfurecido por sus palabras.-

-¡Quiere a Bella!-volvieron a decir al unísono.-

Francia resopló, apartándose la melena rubia del rostro. Buscó en los bolsillos del pantalón, sacando una cinta, recogiendo el cabello en una coleta alta. Empezaba a perder la paciencia con los italianos.

-¿A caso no veis que todo esto empezó a raíz de que Alemania la encontrará?-argumentó el francés.-Vivíamos muy tranquilos sin ella...-

-Me niego a entregarla, Francia.-respondió Italia, resuelto.-

-Bella no tiene la culpa.-aseveró Romano, cruzándose de brazos.-

Francia los miró a ambos, asombrado, viendo esa extraña seguridad en ellos, tan impropia de ambos, todo por proteger a esa desconocida. El galo dio un par de pasos hacia atrás, negando con la cabeza, pasando su mirada a ser fría como el hielo.

Las Dos Caras De La MonedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora