I

71 8 0
                                    

Zaire estaba sentado en una esquina del carromato. Tenía una libreta en su regazo e intentaba dibujar el boceto de un rostro. Recargó su cabeza hacia atrás mientras recordaba los detalles. ¿Acaso había sido un rostro regordete o flacucho? ¿Tenía su nariz chata o afilada? ¿Y qué había de sus ojos? ¿De qué color los recordaba?
De repente, sintió que alguien le tocaba el hombro y todas sus ideas se esfumaron.
—¿Hacía dónde vamos? —preguntó su hijo, Kohen, con cierto recelo en su voz. Había dormido gran parte del trayecto del viaje y no había tenido oportunidad de preguntar.
Su padre, irritado, arrugó la hoja en la que dibujaba. La lanzó muy lejos y quedó oculta bajo un montón de ropa.  Sólo contestó:
—Rowen.
Kohen hizo una mueca. Hace días que no se habían detenido más que para ir al baño, acarrear agua y comida de algunos pueblitos. Estaba cansado, molesto y abatido por viajar sin rumbo fijo.
Más que enfurruñarse por lo que demoraban viajando, le pesaba que no le dijeran el porqué. Si algo pasaba, por lo menos él debería estar enterado.
—La semana pasada tuve una visión —agregó Zaire para explicar el viaje. Había notado en su hijo la mirada de frustración—. Ésta vez... sentí todo más vívido...
Él se detuvo a media oración, pensando en su sueño.
...La mujer ahogó un grito al notar que alguien se movía cerca de su cama. Se incorporó de golpe y al mirar a la derecha, manos de un extraño fueron a parar a su cuello. La estrujaron y ella quiso gritar; sentía la necesidad que la escucharan, pero sólo salían extraños sonidos de su garganta.
Intentó quitárselo de encima, incluso lastimándose por el esfuerzo que le implicaba. Pero entonces sintió el peso del arma en su bolsillo. Horrorizada, golpeó al sujeto en el pecho para alejarlo.
No sirvió de nada. Presa del pánico, sólo trató de aflojar el agarre de su agresor. Sus pulmones ardían pero dio un último grito ahogado...
—Papá —dijo Kohen, agitándole el hombro con una mano. Había dejado su molestia y ahora se había convertido en preocupación—. ¿Estás bien?
—Claro que sí  —dijo Zaire apresuradamente—. Es lo mismo de siempre.
—¿Qué soñaste?
—Había una casa —dijo Zaire— al lado de un lago enorme. Había una numerosa familia también. Eran como 20 personas sentadas a la mesa de la sala, riéndose de lo que hablaban.
—En Rowen siempre hay de esas familias —opinó Kohen—. Muchas bocas que alimentar. Y para nada raro los pleitos familiares y las disputas de poder. Pero, ¿qué viste? ¿Qué te tiene preocupado?
—Después, vi la recámara de la señora de la casa. Estaba durmiendo pero se había levantado. Y alguien más estaba con ella.
—¿La asesinaron?
—Sí —le contestó Zaire de manera abrupta—. Estoy bastante seguro que no era su esposo. Porque no era rechoncho. Pero sí que era uno de sus tantos hijos.
—¿Un chico asesinando a su madre?
—Suena retorcido pero así lo vi.
—Sólo te diré esto —se desesperó Kohen—. Si nos dirigimos directo ahí, no esperarás que te reciban con una merienda. Los vas a asustar.
—Tú conoces mejor que nadie mi alma altruista —le dijo Zaire—. Y aunque no les agrade, me sentiré fatal si no lo intento. Si gustas acompañarme, eres recibido, como siempre. Si no...
—No digas tales tonterías —dijo Kohen, frunciendo el ceño—. Bien sabes lo que opino de esto. Pero siempre es divertido ver cómo te echan de las casas.
—El cuento de nunca acabar —suspiró Zaire reprimiendo lo que parecía una sonrisa—. Pero debo decir que ésta vez será difícil lidiar con la familia. La esposa es bastante insegura y el esposo tiene un mal genio. No creo que nos dejen ayudarlos.
—¿Entonces qué te hace pensar que vale la pena tomar el riesgo de ir?
—Ella está embarazada —dijo Zaire— y si moviéndome rápido logro evitar que una alma pura muera, entonces podré dormir en paz.
—¿Cuánto tiempo tenemos para impedir el asesinato?
—Tan sólo unos días —le contestó y por un segundo una sombra de cansancio cruzó su cara—. Mañana llegaremos en la mañana. Así que estarás realmente quieto cuando nos presentemos. Prefiero no hacerlos enojar, ¿sabes? No tienen la mejor personalidad de todas.

EhrlichDonde viven las historias. Descúbrelo ahora