XII

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La familia Ehrlich estaba sentada en el comedor de la sala. O, al menos, la mayor parte de ellos.
—¿Dónde está mamá? —preguntó el chico cuyo nombre era Jhon—. ¿Está bien, verdad? Nada le pasó al bebe, ¿cierto?
—Están bien ambos —contestó Ellan, en tono acusatorio—. Deja de ser tan lloricón.
—Eres una mentirosa —dijo otro chico de cara de pocos amigos—. Ni tú ni nadie de nosotros la hemos visto.
Ellan se sumió en el asiento, roja hasta las orejas.
—Ellan mentirosa —canturreó una niña más pequeña—. Se cae de boca de su cama. Se peina el cabello con la escoba...
—¿Quieres callarte, Nancy? —gritoneó un chico cuando se le acabó la paciencia—. ¡Tratamos de comer!
Zaire, Kohen y Todd estaban sentados en el fondo de la mesa. Estaban incómodos y tensos. Comían de su estofado muy en calma.
—Hoy somos una familia de cerdos —agregó un niñito con cara de desagrado, señalándose todas las cortaduras que tenía él y sus hermanos—. Nos rebanaron como quisieron anoche.
—¡Oh, genial! —exclamó Ellan—. ¡Deja de ser grosero con los animales!
—Eres un asno —dijo Jhon a su hermana, riéndose.
—Todo mundo guarde silencio —pidió Gerrit azotando su puño contra la mesa; el golpe resonó en la sala y varios se quedaron serios—. Si van a hablar, los castigaré para que nunca vean la luz del sol.
—Gerrit —dijo un chico, aparentemente el mayor de todos—, no todos tenemos 10 años. A mi me dejarás salir.
—¿Salir después que nos quisieron disparar afuera? ¡No, gracias! —gritó Nancy, perpleja.
—¡Papá! ¡Jamie y Nancy hablaron! —lloriqueó otro chico, molesto por la injusticia.
Gerrit ignoró los comentarios de sus hijos y se concentró sólo en su comida. De haber sido más cómico, humo debería estarle saliendo de las orejas por el enojo.
Kohen, mientras tanto, los estaba estudiando uno por uno. Había muchos chicos pequeños, muchas víctimas. Por mencionar a algunos, estaba la única niña pequeña Nancy. Después, tres niños de entre cinco y ocho años de edad.
La única mujer mayor era Ellan. Y los únicos hombres mayores eran cuatro.
Dos de ellos estaban muy silenciosos y los otros dos parecían bastantes despreocupados por lo que había pasado esa noche.
Kohen juraba que su cabeza era un torbellino.
—Ey —dijo Todd, a su lado—. ¿Está Kohen ahí? Te he hablado como por tres veces.
—Lo siento, me distraje.
—¿Ya viste cuántas personas caben aquí? —preguntó Todd—. Como 20.
De hecho, la mesa era tan grande que no era rectangular. Tenía forma de L, porque se doblaba en la esquina de la sala para dar cabida a todos.
—Y no te imaginas cómo era comer aquí antes de esta preciosura —les dijo un anciano calvo y de aspecto dulce a Todd y Kohen, tallando con su mano la mesa—. Comíamos dónde fuera. Había platos desparramados hasta en el baño porque no había sitio.
Kohen le sonrió.
—¿Cuánto llevas viviendo aquí? —le preguntó.
—Casi toda mi vida —dijo él, con orgullo—. Viví aquí hasta que mis nietos me vieron con el cabello blanco.
Kohen iba a decir que le sorprendía e incluso le iba a preguntar su edad pero Gerrit se levantó de su asiento y calló a todos.
—Siempre hace eso cuando dirá algo —agregó el anciano en susurros.
—Hemos soportado una batalla como familia —dijo Gerrit, tan serio como nunca en su vida—. Y hemos llevado también el peor de los castigos. El hecho de perder a uno de nosotros me hace sentir miserable e impotente.
>>Pero de éstos tiempos difíciles he aprendido que ahora más que nunca, debemos permanecer unidos. Apoyarnos entre nosotros. Su mamá y yo necesitaremos que nos brinden comprensión y no nos hagan esto más pesado. Criarlos a todos ustedes es un arduo trabajo sin vacaciones...
Kohen dejó de oír en ése momento al notar que Jamie, el hermano mayor, estaba ignorando a su padre y jugaba a tocar el piano sobre su brazo. Después, Jamie se inclinó a decirle algo a Ellan y se taparon la boca, intentando no reírse.
—...confío plenamente que el futuro tiene mejores cosas por mostrarnos —Gerrit hizo una pausa significativa para observar a toda su familia y agregó—: Estos días, por decisión de su madre y mía, alojaremos a unos amigos del sur por unos días. Agradeceríamos que los traten de tal manera que se sientan en casa. Así que, al finalizar el desayuno, cada uno irá a presentarse con ellos por mera hospitalidad.
A pesar que desde la llegada de los extraños del sur toda la familia los había mirado raro, ahora se sentía un drástico cambio. Algunos voltearon a verlos con una enorme sonrisa y otros pusieron la peor cara que pudieron ofrecerles. Kohen se sintió cohibido, Todd se mostró algo huraño volteando su mirada a otra parte pero sólo Zaire respondió cada gesto que le hacían con un asentimiento.
Terminando la comida, Zaire, Kohen y Todd pasaron a retirarse hasta la terraza, dónde parecía ser el sitio más seguro para hablar sin ser oídos.
Kohen les contó sobre lo que había platicado con Gerrit. No omitió ningún detalle e incluso agregó algo:
—Jamie es el principal sospechoso para mi. Lo vigilé y parecía aburrido, incluso fastidiado, cada vez que oía hablar de su padre.
—Bueno, yo también lo vi. Sus cortaduras eran más profundas, de hecho —dijo Todd.
—¿Eso tiene qué ver en...? —preguntó Kohen.
—Anoche, estando todo apagado, claro que todos acabamos heridos por arrastrarnos en el suelo. Sería bastante raro que alguien no estuviera herido, ¿verdad? Así que, al entrar a la casa de nuevo, tomó un pedazo de cristal y se lastimó a sí mismo.
—Es brillante, excepto por la parte que no debemos dar por sentado nada —dijo Zaire—. Vamos, chicos. Llevamos aquí menos de dos días. No me quiero apresurar a suponer algo.
Desde atrás, pudieron escuchar cómo alguien se aproximaba. Salió Ellan de las escaleras y se dirigió a ellos.
—Sí que les gusta éste lugar —admitió ella—. No los culpo. La brisa corre muy bien por aquí.
—¿Qué pasó, dulce chica? —dijo Zaire.
—Mi padre ya está mandando a todos sus hijos a presentarnos. Pero me imagino que no les interesan algunos cuántos —guiñó el ojo y en seguida aplaudió dos veces. Por lo tanto, varios de sus hermanos salieron a saludarlos. Eran los más pequeños.
—Sus nombres son Matt, Dean, Dave y la dulce Nancy —dijo señalándolos. Todos los varones eran rechonchos y de cara redonda, a excepción de Matt. Tenían el mismo color de ojos cafés oscuro excepto la niña, que tenía ojos color verde. Igual que su madre y Shawn. El pelo de los pequeños era cobrizo y completamente lacio.
—Y yo soy Ellan. Ya nos conocíamos. Yo les pagué una noche en la mejor posada que podrían encontrar en muchos kilómetros. Tengo 18 años y una vez por semana viajo a Rowen para ir a tomar clases particulares. Ahí recibo mi enseñanza. Al igual que mis hermanos mayores.
—Muy agradable de tu parte —dijo Todd—. Ya puedes mandarnos a tus demás hermanos.
Ella pasó a retirarse y poco a poco, los demás fueron presentándose.
—Soy Dustin —dijo un chico con cara alargada y facciones finas y delgadas; era el más delgado de la familia y bastante expresivo—. Si yo fuera ustedes, correría de ésta familia lo más antes posible. ¡Encontré una escopeta detrás del refrigerador! ¿Quién demonios tiene armas escondidas? En el cuarto de la pobre Nancy, en la pared, había un hueco donde había navajas afiladas a más no poder. Están–todos–locos —dijo pausadamente—. Apenas obtenga un trabajo fuera, me despediré de todos ellos. No me interesa pasar el resto de mis días aquí.
—Mi nombre es Chris —dijo un chico que hablaba con seguridad, cinco minutos más tarde; era de igual estatura que Dustin y era uno de los que peores cortaduras había recibido en el atentado. Tenía ojos miel, al igual que su hermano más pequeño Jhon—. Tengo 20 años. Mi hermano Jamie me gana por sólo un año y medio. Me encargo de cuidar a mis abuelos casi todo el tiempo. Seguro ya los han visto o pronto los conocerán. Pero, como sea, mi abuela Amy es minúsvalida y casi no puede moverse. Y es muda. La verdad nadie sabe qué le pasó pero yo la cuido. Y así es cómo el día se me va.
—Yo soy Jhon —les dijo un chico de aproximadamente 11 años apenas Chris se fue—. Este año comenzaré mis estudios. Pero de mientras suelo ayudar a mi mamá a hacer el mandado y el quehacer. Me parece bastante injusto que se lo dejen todo a ella.... Por cierto, sé que mi padre está mintiendo. Siempre ha sido malo para mentir. ¿Saben si mi mamá Janet está bien?
—Éste día apesta —dijo Jamie, el último de los hermanos; estaba acostado en la terraza, viendo directo al cielo. Era alto y estaba bronceado, como si pasara horas sin camiseta bajo el sol—. Mataron a Shawn y sin duda alguna mi padre cree que uniéndonos nos ayudará. Pero cuando yo estaba en problemas, ni la mirada me dirigió. ¡Qué se joda! —gritó al aire y se rió—. Así que se lo hago a saber todos los días. ¡ERES UN DESPERDICIO DE PERSONA! ¡Espero me oigas desde aquí, pedazo de idiota!

EhrlichDonde viven las historias. Descúbrelo ahora