VII

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Durante la noche, Zaire no paraba de moverse. Estaba sudando. Sujetó con fuerza ambos bordes de la cama y apretó sus puños. Incluso cerró con fuerza su boca y se hizo sangrar un poco la lengua.
En su sueño veía a un niño de tan sólo dos años acostado en su cama. Tenía una pulsera de oro en su muñeca que decía: Shawn Ehrlich. Una sombra oscura se movía cerca de él. Tenía una pistola en la mano y le apuntaba directamente a la cabeza. Las respiraciones del sujeto eran fuertes. Se acercó más y despertó a Shawn. El niño le devolvió la mirada. Eran unos ojos verdes enormes que contenían pura inocencia...
Fue el estruendo del disparo que hizo que Zaire se cayera de la cama. Tendido en el suelo, necesitó unos segundos darse cuenta que otro asesinato pasaría muy pronto.
—Ey —le dijo Kohen, amodorrado—. Te diste un golpe muy duro. ¿Estás bien?
Pero Zaire se apresuró a levantar frenéticamente a Todd.
—Matarán a otro miembro de la familia —dijo alterado, mientras se ponía sus zapatos—. Esta noche.
—¿Estás seguro? —susurró Todd, tallándose los ojos con las manos. Apenas y podía mantenerse de pie porque estaba mareado.
—No te imaginas cuánto —respondió Zaire, que ya estaba en la entrada de la puerta—. Algo importante pasará. Tenemos que irnos ahora.
Kohen y Todd no tuvieron tiempo que perder: rebuscaron en sus maletas las armas que tenían. Contaban con pistolas, chalecos protectores contra balas, armas de filo y pañuelos con potentes sedantes.
Zaire ya había salido corriendo hacia el establo en lo que Kohen y Todd cruzaban la sala de la posada cargando su material.
—Tu papá hará algo malísimo —dijo Todd, quién tenía una mirada de preocupación y la voz le temblaba quizás por miedo—. O quiere matar a alguien esta noche, o se ganará una buena paliza por meterse en dónde no debe.
Todd no sabía pelear, pensó Kohen. Lo único que podía hacer bien era llevarlos a dónde fuesen. El carromato era suyo. Era un mapa andante. Pero nunca los había apoyado en una situación así; nunca había tenido la necesidad de ser cómplice de sus planes.
—No es tan malo —dijo Kohen, restándole importancia—. No sería la primera vez que le den una paliza por ser así.
—Prefiero no ser parte de esto —comentó él—. Pero no los dejaré solos tampoco.
—Muchas gracias —dijo Kohen—. Zaire apreciará tu ayuda.
En la entrada había un señor con la cara bastante amargada que vigilaba la posada de noche. Miró a Kohen y Todd, y les dijo:
—Acabo de ver a su amigo. Salió corriendo como mula por aquí —y entonces se acercó más a ellos—. Cualesquiera que sean sus problemas, no queremos que los traigan aquí. Así que mañana en la mañana Harley tendrá listas sus maletas para que continúen el viaje. ¿Quedé claro?
Kohen asintió.
—No nos volverán a ver después de mañana —aseguró y el guardia, complacido, los dejó salir. Afuera estaba el carromato ya listo.
—Toma —Todd le aventó un chaleco a Zaire—. Si vamos a hacer alguna estupidez, mejor ponte eso. Te salvará el trasero.
Zaire y Kohen se subieron a la parte trasera mientras Todd emprendía una carrera hacia la casa de la familia Ehrlich. Eran apenas las tres de la mañana y el frío les calaba los huesos.
—Ya conocen cómo es esto —dijo Zaire mientras cargaba su arma—. No tenemos necesidad de matar al agresor. Sólo es cuestión de herirlo y poderlo sedar. Ahora bien, no tenemos permiso de nadie. Así que no podemos fallar y hacer un escándalo.
—Será la única manera de ganarse la confianza de la familia —admitió Kohen—. Ni loco lo echaré a perder.
—Ellan es responsable —dijo Zaire—. Le debió de contar a alguien más. La noticia llegó a los oídos del asesino. Se está precipitando.
—Pero, ¿qué es lo que buscaría el asesino? —pensó Todd—. ¿Qué hay de sensato en querer matar a tu propia madre o a tus hermanos?
—No hay nada sensato —dijo Kohen.
El camino de vuelta estaba desierto a diferencia de esa misma tarde, donde un montón de carromatos se abrían paso y se aglomeraban para llegar al centro de Rowen.
—Esto está vacío —anunció Todd—. Llegaremos un poco más pronto.
Tras unos minutos, pudieron ver la casa y el gran lago seco. Bajaron corriendo del carromato y atravesaron una barrera de árboles para llegar a la casa de los Ehrlich.
—Por atrás —indicó Zaire poniéndose en marcha a la parte posterior de la casa. Desde afuera todo estaba normal. No había ventanas con la luz prendida y tampoco se escuchaba ningún ruido.
—Justo a tiempo —dijo Zaire, que pensaba en un plan sobre cómo entrar a la casa—. Ajústense sus pantalones. Habrá que ser muy sigilosos.
Todd señaló un contenedor de basura del tamaño de él.
—Ahí está nuestra entrada.
Zaire asintió y se apoyó subiéndose a los hombros de Todd, sobre el contenedor de basura, y se encaramó al borde de una ventana donde él mismo la empujo hacia arriba para abrirla. En un principio parecía que era un esfuerzo en vano, pero después apareció una hendidura en la ventana donde Zaire metió su mano y batalló, esforzándose en asirla hasta arriba hasta que lo logró. Así que metió una pierna y al instante siguiente ya estaba dentro.
Kohen, mientras tanto, ayudó a Todd a subir; y después él brincó para aferrarse a las manos de Zaire, quién lo subió jalándolo hasta el interior.
Todos respiraban con esfuerzo, pero estaban atentos. Tenían las pistolas en alto. A Kohen el corazón le latía bastante rápido. Sentía sus propios latidos retumbar dentro de él. Zaire se adelantó a mitad de lo que era el pasillo del segundo piso. Había cinco puertas que daban a cinco cuartos diferentes.
—Cada cuarto tiene un nombre —susurró Zaire—. Necesito la habitación de Shawn. Vamos a dividirnos, necesito a uno en cada piso. Estén alertas.
—Voy al tercero —dijo Kohen y se fue.
—Yo iré al primero —dijo Todd y se apresuró a bajar las escaleras.
Mientras Kohen subía, sentía una sensación de opresión en el pecho. Nunca había invadido una propiedad ajena antes y la adrenalina lo sofocaba.
Siguió adelante, dando grandes zancadas. El ambiente que se sentía era gélido. Demasiado silencioso.
Kohen buscaba el cuarto pero ninguno decía Shawn. La falta de luz no ayudaba tampoco. Cuando se dispuso a retirarse sigilosamente, echó un vistazo detrás suyo para verificar que nadie estaba ahí.
De repente, sintió un escalofrío, como si alguien lo estuviera mirando. Dio vuelta sobre sí, pero no había nadie... Nadie más que...
Hubo un disparo y Kohen se arrojó al suelo con las manos en su nuca, pero no había pasado en ese piso. Aun así, oyó unos pasos que se acercaban a él mientras las luces de las demás habitaciones se prendían.
Una puerta muy cerca a él se abrió.
—¿Kohen? —dijo Ellan con los ojos llenos de miedo; cargaba un atizador y una lámpara que le alumbraba el rostro a Kohen—. ¿Qué diantres haces aquí?
Sonó otro disparo y Ellan gritó, y Kohen no se detuvo a pensar, entre los gritos de la familia. "Al diablo la discreción", pensó y corrió haciendo que sus zapatos rechinaran sobre el suelo. Al llegar al segundo piso, se asomó por el borde de la pared y vio que una sombra estaba en el pasillo junto con Zaire.
Kohen se apartó justo en el momento donde alguien disparaba en su dirección. Un pedazo de la pared salió volando y, después, pasos de ésa misma persona bajando al primer piso para escapar.
Kohen salió de su escondite y vio que Zaire estaba tumbado en el suelo.
—Estoy bien —se apresuró a decir. Le habían disparado en el abdomen pero ningún daño evidente por el chaleco—. Ve a ayudar a Todd. Apresúrate.
Kohen corrió al primer piso sin pensarlo. En las escaleras, la misma persona que disparó a Zaire lo estaba esperando. Tenía una máscara negra que impedía que lo reconocieran. A Kohen no le dio tiempo de reaccionar, pues éste le golpeó con fuerza en la nuca y perdió el equilibrio. Así que cayó en las escaleras pero pudo sujetarse con fuerza del brazo de quién lo golpeó y se derribó encima de él.
Por encima de aquel estruendo, se oyó otro disparo. Pero era de una nueva persona que se había unido.
—¿QUIÉN ESTÁ AHÍ? —preguntó el señor Ehrlich e hizo sonar de nuevo su pistola; claro que debió haberse despertado tras tanto ajetreo—. ¡MALDITOS COBARDES! ¡FUERA DE MI CASA!
Todd se había aparecido a final de las escaleras y apartó a Kohen del otro chico, quién, sin perder el tiempo, golpeó con su puño a Todd y le disparó directamente al corazón. Todd cayó y su arma salió volando debajo de un antiguo armario.
Kohen se sujetó con fuerza del cuello del chico agresor y lo jaló hacía atrás después de aquel disparo. Logró tomar la comisura de su máscara e intentó subirla pero sintió un golpe en su espalda que lo dejó sin respiración. Kohen se desplomó mientras trataba de tomar grandes bocanadas de aire y notó que era Gerrit quién le había golpeado.
Todd, por su parte, se levantó y fue tras el chico con la máscara pero Gerrit también le disparó de nuevo justo en la espalda. Esto hizo que Todd cayera a un lado del camino por el impacto y dejando el camino libre al agresor.
—¿QUIÉREN MÁS, DESGRACIADOS? —siguió gritando Gerrit—. ¡ALEJÉNSE DE MI CASA!
A pesar de que Gerrit le apuntó al verdadero agresor, éste ya había salido de la casa por la puerta principal. Cerró la puerta de un jalón y disparó a la nada. Unos segundos después, la luz de toda la casa se fue.
—Malditos bastardos —dijo Gerrit—. Malditos... ¿Cortar la electricidad es lo mejor que tienen?
Todd luchaba para no ser presa de la ansiedad por no respirar bien. Se hizo a un lado para no interponerse en la zona de disparos. Estaba desarmado.
Kohen seguía tratando de respirar pero no hacía ruido ahora; exhalaba e inhalaba en silencio con la ventaja que la oscuridad era tan densa que, en verdad, nadie podía ver nada. Así que aprovecho la oportunidad de esconderse debajo de la mesa donde comían.
—¿Dónde están? —preguntó Gerrit, y disparó hacía la nada sólo para atemorizar—. Quizás se me escapó uno, pero sigo teniendo a tres de ustedes.
Y empezó a disparar en cada esquina de la habitación. Un jarrón se rompió y perforó las gruesas paredes de madera. Gerrit disparó y un cuadro se hizo añicos y cayó a un lado de Kohen. Él se hizo más a un lado y se quedó quieto, ni siquiera atreviéndose a respirar
De repente se oía que alguien bajaba apresuradamente por las escaleras.
—Papá —dijo una chica. Ellan—. No te preocupes. Son las personas de las que te hablé hace rato, ¿te acuerdas? Ahí arriba está Zaire y...
—Son hombres muertos —dijo Gerrit—. Eso me queda claro. Pero tú... súbete. No quiero que estés aquí...
Sus palabras fueron calladas porque alguien disparó desde afuera de la casa y rompió una ventana. Los pedazos de cristales se esparcieron por todo el cuarto y Kohen escuchó que Todd gritó, quizás porque se hirió con fragmentos de la ventana rota. O por la bala pérdida.
Kohen pensó lo peor pero no se atrevió a salir todavia. Gerrit y Ellan se habían agachado, pero seguían ahí. Y lo que era aún peor: ya sabían dónde estaba Todd por sus quejidos.
—Oí que estás herido, maldito —dijo Gerrit—. Di adiós a...
Una segunda ventana se rompió, y luego una tercera, y Ellan gritó:
—¡Oh, por Dios! ¡Quieren herirnos!
—¡Sube ahora mismo!
—¡QUÉDATE AGACHADO! —gritó ella y después subió por las escaleras—. ¡TODO MUNDO TÍRESE AL SUELO! ¡NADIE DE PIE!
Avisar a los demás de esto funcionó. Porque el agresor rompió las demás ventanas disparándoles. Hubo algunos más gritos, aunque ninguno de ellos era entendible. También se oía gente corriendo por los corredores y golpeteos de algunos codos y rodillas contra la madera.
Si seguían así, pensó Kohen, lo único que lograrían era ser matados. Tenía que empezar a actuar ya. Así que se levantó, caminó a ciegas y pisó accidentalmente a Gerrit. Éste se apresuró a levantarse para disparar pero Kohen le dio una patada en la mano, y su pistola salió volando muy lejos.
Entonces Gerrit tomó por el cuello a Kohen y lo estranguló. Sus manos eran grandes y tenía la fuerza de diez hombres juntos, sin duda. Por unos segundos, logró que Kohen dejara de tocar el suelo. Éste comenzó a desesperarse y, en su intento de salvar su vida, dio un golpe con la cabeza en la nariz de Gerrit, quién se quejó y lo soltó. No cabía duda que le había roto la nariz.
Sin perder tiempo, Kohen subió las escaleras al segundo piso; seguían los disparos, pero sin ventanas, no eran pedazos de vidrio que herían, sino las balas que entraban de manera libre y traspasaban las paredes.
—¡ZAIRE! —gritó—. ¿Dónde estás?
—Aquí —dijo una voz—. Justo aquí, hijo. Por Dios, agáchate. Sigue disparando...
—No me importa —le aseguró Kohen—. Tenemos que detenerlo. Ven conmigo.
Sintió que Zaire se puso en pie sin hacer más preguntas y lo siguió al tercer piso. Iban corriendo y de vez en cuando se agachaban cuando un disparo más se oía cerca.
—¡Muévanse a un lado! —anunció Zaire—. ¡Abran paso!
Con todo y esto, Kohen y Zaire pisaron muchos dedos de personas refugiadas en la seguridad del suelo en su trayecto al tercer piso.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Zaire.
—Ve a una ventana —le dijo su hijo—, y dispara. Necesito que el agresor sepa que le respondemos y así se irá.
—Nos dejará en paz si le respondemos —asintió Zaire y corrió a su lugar. Kohen, por su parte, sacó su pistola y se acercó a una ventana. Entonces se asomó al jardín y descubrió la figura de un chico justo a la mitad del terreno. Tenía un arma y seguía disparando a diestra y siniestra en contra de la casa. Kohen apuntó hacia su pie. Esperó un segundo y...
Su padre disparó primero. Sólo que falló. Dio a un lado del chico y éste, preocupado, echó a correr lejos.
En menos de un segundo, ya se había perdido en la profundidad del bosque de Rowen.

EhrlichDonde viven las historias. Descúbrelo ahora