III

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Kohen apenas y pestañeó, esperando ver la casa del lago. Pero la densidad de los árboles a la distancia le impedía ver cualquier cosa. "Tiene que ser enorme", pensó para sus adentros. Volteó su mirada hacia la izquierda y pareció que había vislumbrado una mancha azul. Sin embargo, no era más que un pájaro.
—Bonito día para perdernos —dijo Zaire, quién ya se había levantado y tenía ése típico tono matinal de irritado—. Párate un momento y te hago compañía.
Kohen se detuvo y esperó a que Zaire bajara y diera la vuelta al carromato para sentarse a su lado, donde tomó las riendas de los caballos y continuó la marcha él mismo.
—Anoche no pudiste dormir —comentó Zaire—. Soy de sueño pesado pero eso no es nada si siento cómo das vueltas una y otra vez detrás de mí.
Se hizo un profundo silencio. Zaire ni siquiera volteó a ver a Kohen y el ambiente se tornó incómodo. Kohen sabía que su padre se molestaba si él no dormía. "Tienes que contar siempre esos asuntos que no te dejan dormir —había dicho Zaire—. Es tonto no dormir por algo que te pesa en el corazón. Deja ésas noches para cuando de verdad tengas un motivo para llorar o para reír. Pero no para tus pensamientos traicioneros."
—Lo siento. De haber sabido que tampoco dormías, me habría esforzado más en quedarme quieto. —dijo al fin.
—¿En qué pensabas?
—¿Yo? Nada, nada. Sólo no podía dormir.
Zaire se quedó callado y mantuvo la mirada al frente, inspeccionando el territorio.
—Está bien —cedió Zaire primero—. Puedes decirme la verdad. Serías la última persona a quien llegase a criticar.
Sin embargo, Kohen guardó silencio. Tenía un disgusto: el mismo de siempre. Pero ya habían discutido de eso hace mucho tiempo. Así que, si salía de nuevo a discusión, sería tener un pleito sin fin.
—Era insomnio —mintió Kohen tras una maraña de pensamientos que no daban ni principio ni fin—. Deja de preocuparte.
Zaire iba a replicar algo, pero por fortuna algo les llamó la atención y dejaron el asunto olvidado: oculto bajo una manta de frondosos árboles, había una gran casa erigida a un lado de un enorme hoyo con tierra agrietada.
—¿Y el lago? —dijo Kohen como reclamando mientras se paraba.
—Se secó —aseguró su padre, también desconcertado—. Pero este es el lugar. Estoy bastante seguro.
Al esforzar la vista, podían ver una casa que era de por lo menos tres pisos y una terraza; era bastante grande y eso era inusual por esos territorios. Si alguien tenía una vida con lujos, ése lugar era el menos indicado para mostrarlo. Solían pasar muchos forasteros que fácilmente podrían asaltar a la familia. Kohen se preguntó de dónde sacaban todos los ingresos y cómo se protegían a la mitad de la nada.
Zaire fue el primero que bajó y fue en dirección al lugar; se puso en cuclillas al borde del camino y...
—Oigo risas —dijo—. Vienen de esa dirección.
—Es hora familiar, tal vez —dijo Kohen, poniéndose a su lado.
—Vamos a detenernos a desayunar aquí —sugirió Zaire—. Y después iremos a saludar a la familia Ehrlich.

EhrlichDonde viven las historias. Descúbrelo ahora