XI

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—Tu padre salió a Sable de hierro —anunció Gerrit—. Dijo que iba por sus pertenencias.
—Dejamos olvidado nuestras cosas —dijo Kohen, asintiendo—. No nos dio tiempo de traer las cosas con nosotros.
—Janet me contó que se quedarán aquí hasta que las cosas se tranquilicen —dijo el señor Ehrlich enseguida—. Y pensar que ayer los echaba de aquí.
Kohen asintió de nuevo. Debido a la discusión con Gerrit de ésa noche, prefería no reírse de lo que dijera. O si quiera reaccionar. Podría estar enojado. Podría guardar un arma en sus pantalones, por si Kohen decía algo que no le gustase.
Estaba en la cocina preparando ensaladas y horneando un pollo con el señor Ehrlich, aunque apenas y se habían puesto atención. Supuso que la incomodidad lo incitó a hablar primero. Como fuese, Kohen no hacía contacto visual.
Sacó veinte platos de la alacena y los llevó al comedor. Los demás parecían haberse quedado en sus cuartos. Era una mañana muy triste.
—También me contó que la ayudaste hace poco —siguió diciendo Gerrit mientras lavaba sus manos—. Muchas gracias por eso.
Kohen se sorprendió de escuchar semejante agradecimiento. A juzgar por el tono tan suave que utilizó y por el hecho que le sacaba temas de plática, ya no parecía nada enojado. ¿Qué habría cambiado?
—Tu nariz está muy inflamada —dijo Kohen, pensando que por lo menos de ésa manera obtendría información—. ¿Ya te has puesto hielo o...?
—No necesito nada de eso —dijo él—. Anoche la acomodé. La puse en su lugar a la fuerza. —Agregó ante la mirada de incomprensión de Kohen.
—Este último día ha sido un infierno para nosotros —dejó escapar Kohen para dirigir la plática a lo que sucedió. Quería saber el porqué alguien querría matar a toda su familia.
—Es que no estaba listo para que aparecieran ustedes. ¿Qué tipo de gente son, por cierto? ¿Tú también tienes sueños raros como tu padre?
—No somos brujos, ni demonios; rara vez he visto siquiera alguna de ésas cosas. Así que no, sólo mi padre Zaire puede hacer eso.
—¿Desde que nació? —preguntó Gerrit, bastante interesado—. Porque entonces sí son brujos.
—No, no. Fue... una maldición. —dijo Kohen, de manera bastante cortante—. Tuvimos problemas con gente mala hace tiempo. Y sólo le hicieron eso. Le dijeron que sería su propio fin.
Gerrit alzó ambas cejas como muestra de asombro.
—¿Y vas a hablarme de eso?
—La verdad es que no —le contestó Kohen, molesto al respecto—. Hay muchos temas de los que quiero hablar pero ése no es el primero. Lo siento.
Gerrit sonrió ante el ataque de sinceridad de Kohen. Lo miró atentamente.
—Qué temperamental eres —opinó Gerrit—. Sé que yo también lo soy, pero a diferencia de ti, no me enojo por cosas del pasado. ¿Tan mal te fue?
Kohen desvió su vista y golpeó sus dedos contra la mesa, como si estuvieran danzando.
—Ya, ya. ¿De qué quieres hablar? Seré un libro abierto —dijo Gerrit, sacando el pollo del horno. Había ya cierta burla en su voz. Kohen sólo se limitó a preguntar.
—¿Por qué crees que alguien querría hacerles daño?
El señor Ehrlich sonrío a Kohen como si le hubiera gustado que preguntase eso.
—Jamás ha habido malas personas en mi familia, Kohen —respondió—. Pero no somos estúpidos, ¿verdad? Apuesto a que ambos sabemos la respuesta.
—El dinero —dijo Kohen, todavia muy serio. En ese momento, no se atrevió a pestañear ni a voltear la fija mirada que mantenía con Gerrit.
—Chico inteligente —dijo él—. La verdad es que sí. Somos gente adinerada. Tenemos tanto, pero tanto dinero, que podríamos comprar la tercera parte del bosque de Rowen. Mucha gente moriría por tener lo que nosotros. Y ése es el asunto. No le he dejado de dar vueltas.
"Si alguno de mis hijos quiere tanto dinero, no lo podría obtener. Ya sabemos que tengo diez hijos a quiénes repartir una fortuna... Bueno, en realidad nueve —se corrigió, maldiciendo—. Y les tocará mucho menos. Ya sabemos de que pata cogea la vaca, ¿verdad?
—Elimina a la competencia —dijo Kohen, frío de tan sólo pensarlo—. Eso ha estado planeando el asesino. Pero, el asunto de heredar su fortuna, sólo sucederá una vez que ustedes mueran.
—Lo que nos indica que uno de mis hijos está apresurado —dijo Gerrit—. Quien quiera que sea ése mal criado, lo ahorcaría con mis propias manos. La hierba mala debe ser arrancada.
Kohen quedó callado. Por lo que entendía, el asesino buscaría incrementar su parte de la fortuna que debía heredar. Y para heredarlo pronto, tenía que matar a sus padres también. Tenía que actúar de manera sigilosa y sincronizada para no cometer ningún error. Aunque, la otra noche, había perdido la cabeza, definitivamente.
—Si mata a los más chicos —dijo Gerrit—, su parte aumentaría. No sé cómo funciona en tu región, Kohen, pero aquí, el reino me obliga a heredar una mayor cantidad de oro a los más pequeños. Por ése asunto que aún tienen muchos años por vivir y muchos servicios que pagar.
—Si misteriosamente los padres de ésta familia mueren, ¿no se estaría exponiendo el asesino a que venga gente del reino a investigar la casa?
—A Rowen le importa un comino cómo mueren sus habitantes —dijo Gerrit—. Cualquier hijo mío puede matarme en las narices del rey, y aún así, conservaría su herencia.
Ahora lo entendía todo.
—Gracias por tu honestidad —le dijo Kohen—. Optaremos para investigar el dinero de la familia...
Alguien abrió la puerta de la cocina. Era un chico de cabello rizado y esponjado, de color de piel morena, alto y con ojos de color miel. Era algo rechoncho como su padre.
—Ya van a bajar todos a desayunar, papá. —dijo con una voz bastante pesada y lúgubre. Como si hubiera pasado llorando toda la madrugada.
—Está bien, Jhon. Ahora los atiendo.
Jhon se retiró casi al mismo tiempo que Zaire entraba a la cocina. Venía cargando unas pesadas maletas y estaba exhausto. Su moretón en la mejilla aún lucía bastante grande y feo.
—El dueño del Sable de hierro ya no fue tan agradable ésta vez. Casi me echó a patadas y se quedó con todas nuestras toallas —se lamentó Zaire—. Supongo que no soporta el ajetreo por las noches. El guardia debió contárselo.
—Debieron pensárselo mejor antes de hacer drama en su posada —se burló Gerrit—. Ahora él la pasará con dolor de estómago los siguientes días por el coraje que le hicieron pasar. Si yo fuera ustedes, no me volvería a aparecer por ahí.
—Qué oportuno saberlo ahora —dijo Kohen.
—¿Me ayudas a subir ésto, hijo? —preguntó Zaire—. Échame una mano.
—De inmediato —Kohen se apuró a ayudarlo y sostuvo por las asas sus maletas. Aunque debió sostener una mal porque una de ellas se cayó al suelo, se abrió y dejó entrever que adentro había unas inmensas rocas encima de la ropa limpia.
—Ése tipo, Harley, es bastante rencoroso —dijo Kohen después de sacar cinco piedras de su maleta.

EhrlichDonde viven las historias. Descúbrelo ahora