Prólogo

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Todo parecía perfecto ese día de verano en aquel jardín. Las plantas ondeaban al son de la tibia brisa, el sol brillaba, se podía escuchar como una pequeña fuente llenaba a ratos el recipiente de bambú el cual luego hacía caer su contenido al pequeño lago que se encontraba en un rincón de aquel lugar y el cerezo ubicado al centro de ese pequeño edén dejaba caer sus rosados pétalos al compás del relajante ritmo, los cuales eran observados por los azules ojos de una pequeña de tan sólo cinco años que lo veía con fascinación y curiosidad. Su corto cabello azulado ondeaba al son de la brisa que pasaba por su lado y su blanca piel acentuaba un poco más aquel aire de inocencia infantil. Y esa tarde en particular estaba usando un delgado vestido de verano color rosa claro que casi recordaba a los pétalos del árbol al cual apreciaba.

-¡Haruna!- gritó una voz a sus espaldas pero la pequeña hacía caso omiso-. ¡Haruna!- volvió a repetirle y esta vez la pequeña volteó.

-Hermano- dijo a modo de saludo al recién llegado, un niño tan sólo un año mayor que ella, cuyo largo cabello se hallaba peinado en rastas y atado en una coleta. No obstante su rasgo que más destacaba eran sus característicos ojos de color rojo, una coloración realmente extraña para la mayoría de las personas. Él vestía una playera verde y usaba unos cortos pantalones de tela café que le llegaban a las rodillas. Su nombre era Yuuto, pero Haruna siempre recordaba llamarle de "hermano" a modo de cariño.

-Sabía que estarías aquí- le sonrió Yuuto al tiempo que observaba el árbol junto a su hermanita-. Siempre que venimos acá te vienes a ver este cerezo.

-Sí- le secundó ella volteando a ver el árbol nuevamente.

-Es muy lindo- decía el chico sin dejar de sonreír.

-¿Por qué no tenemos uno en casa?- preguntó de pronto la pequeña.

-No lo sé, pero si quieres cuando seamos grandes te daré uno. ¿Te parece?- le sugirió sin poder evitar dejarle una caricia en la cabeza que le revolvió los azules cabellos.

-¡Hermano!. ¡Me despeinas!- se quejó la niña tratando de apartarlo de un empujón.

-Lo siento, lo siento. No te enojes- se disculpó rápidamente con una apenada sonrisa.

-Hermano- le llamó de pronto la pequeña y le miró con atención-. ¿Crees que durará para siempre?- le preguntó refiriéndose al cerezo.

-¡Ya verás que sí!. ¡Los árboles viven para siempre!- le aseguró el de rastas con su infantil confianza.

-Ojalá fuera así con las personas... así quizás, mamá...- la escuchó decir tristemente y no era para menos si hace tan sólo dos meses atrás habían sufrido la reciente pérdida de su madre quien falleció en un accidente.

-Pero aun tenemos a nuestro padre- le dijo con firmeza abrazándola por detrás para que no se preocupara-. Y también me tienes a mí- agregó apoyando cariñosamente su cabeza sobre la de ella.

-¿Siempre estarás aquí?- le cuestionó Haruna mirándole mientras él sólo le sonreía confiado.

-¡Ya verás que sí!- le aseguró Yuuto-. Nunca me iré, viviré para siempre como este cerezo y siempre te cuidaré- le prometió sintiéndose reconfortado al ver la deslumbrante sonrisa de su hermanita.

-Gracias, hermano...

Pero las risas y los juegos durarían poco tiempo más cuando a tan sólo una semana de aquel alegre día le siguió una oscura noche.

-¡HARUNA!- gritó el niño de rastas bajando apresuradamente la enorme escalinata de mármol de la mansión en la que vivía. Había escuchado unos fuertes sonidos secos provenir desde afuera de su habitación y en cuanto salió lo único que vio fue a su hermanita tirada en el inicio de la escalera. Cuando llegó con ella observó como su cabeza sangraba y tenía numerosos moretones por los brazos y por toda la cara-. ¡HARUNA!. ¡HARUNA DESPIERTA!. ¡HARUNA!- le zarandeaba llamándola desesperado y sin obtener una respuesta de ella-. ¡POR FAVOR!. ¡QUE ALGUIEN VENGA!. ¡HARUNA SE CAYÓ POR LA ESCALERA!. ¡POR FAVOR!. ¡QUE ALGUIEN VENGA!- suplicaba por ayuda a todo pulmón.

Oniō no Saigo Yūwaku: La Última Tentación del Rey DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora