seis

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[FLASHBACK]

A medida que iba acercándome a ellos, su rostro serio se iba transformando por uno de felicidad. Sus comisuras empezaron a elevarse mostrando una sonrisa, mostrando sus perfectos dientes blancoss… La sonrisa que he odiado desde los diez años.

Y de igual foma, iba disminuyendo la velocidad hasta el punto de dejar de caminar a unos metros de la mesa. No quería ir donde ellos. Su cambio de ánimo de un momento a otro me daba mala espina.

Suspiré al observar como Tanya me indicaba con su mano que debía seguir acercándome. Y lo hice observando el suelo todo el tiempo.

Me asusté al sentir que chocaba con la mesa.

Olvidaba lo torpe que podía llegar a ser algunas veces.

Esperaba que nadie me hubiera visto.

Ya sentía como mis mejillas empezaban a arder.

Elevé mi vista lentamente, sintiendo como mi corazón se congelaba, provocándome un fuerte dolor en el pecho.

¿Por qué no podía esta maldita fiesta acabar de una vez por todas?

Quería irme a Suecia.

Pero sabía que iba a ser imposible hasta dentro de unos años.

Que os follen.

—Zoe, querida. ¿Quién era ese chico con el que estabas hace unos momentos? —elevé una ceja como si no lo supieran. Pero de inmediato esa reacción cambió. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal.

Solamente dos veces había escuchado ese tono de voz. Ese tono que trataba de ser suave, ocultando algo.

—Está más que claro que lo saben, ¿no? Al fin y al cabo es por él por el que me trajeron aquí —elevé mi tono de voz cuando lo mencioné. No entendía por que se comportaban dulces de un momento a otro.

En especial Alec, que hace unos momentos estaba que me sacaba la cabeza con tan solo mirarme.

—Ya sabes que no debes hablarnos así… —já. Lo sabía. Alec no podía ni estar ni un momento dulce conmigo. Me gustaba ser borde con ellos por la misma razón. Tarde o temprano conseguía sacar a Alec de sus casillas. Y digamos que no es muy difícil.

Dejó de hablar en el momento que sintió las miradas de sus colegas en él.

Tenía más que claro que a Alec lo único que le importaba era su apariencia delante de los demás.

Es por eso que es uno de los más grandes empresarios de Inglaterra.

Lo odiaba.

Lo odiaba.

Lo odiaba.

Y lo odiaría hasta el fin de mis días.

Me crucé de brazos, esperando a que continuaran hablando. Pero al notar que no lo hacían, decidí sentarme en la silla que estaba enfrente de mi. Apoyé los codos en la mesa, tal y como no debía hacerlo.

Si estaban pensando que lo hacía por rebeldía.

Sí, están en lo correcto.

Pero también lo hacía para imponer autoridad.

La poca y nada que tenía sobre ellos.

En especial en el idiota de ojos verdes.

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