Al medio día, fueron a buscar toda la comida que Julianne preparó en una camioneta. Yo la acompañé en silencio toda la mañana mientras veíamos vídeos musicales en la televisión. Mi mente seguía procesando mis sentimientos. Ella me había besado y yo no tenía ni idea de cómo funcionaba eso; no sabía si nuestra relación sería diferente o si debía actuar como si nada hubiese pasado. Me había dejado desconcertado.
—Ese ha sido mi trabajo por hoy —anunció cuando los muchachos de la camioneta se marcharon.
Miré todo el desastre que seguía en la cocina y pregunté: —¿Dejarás ese desorden ahí? —Ella rió.
—De eso se encarga Ana, mi compañera, ella limpia la cocina. —Asentí—. Vamos a dar una vuelta un rato, no tengo ganas de estar aquí.
Y así lo hicimos: almorzamos antes de salir y nos pusimos rumbo a la playa. Empecé a contarle lo poco que me gustaba ese lugar, pero ella no estaba escuchándome con atención, solo me prestaba su oído. Parecía distraída en algún pensamiento, por eso callé.
Comencé a cuestionarla en mi mente. ¿Quién era esta chica con la que estaba compartiendo mis vacaciones? ¿Quién era esta chica con quien estaba caminando en la orilla de la playa? ¿Quién era esta chica que me había dado mi primer beso? ¿Quién era Julianne? Su nombre se repetía dentro de mí. Estaba dedicando tiempo a analizarla, a pensar en ella. Miraba su cuerpo y su pelo. No era linda, no me causaba escalofríos ni admiración, pero sí intriga. Eso, porque no tenía ni idea de quién era esa que me acompañaba.
—¿Qué? —me preguntó con una sonrisa en su rostro.
—¿Qué de qué?
—¿Por qué me estás mirando así? ¿Qué piensas? —Ladeó la cabeza. Yo negué e hice un gesto con mi mano restándole importancia. No pensaba decirle que pensaba en quién era ella.
—Dime algo que no sepa de ti —dije para evadir el tema de mis pensamientos.
—Tú primero.
Entonces decidí romper el hielo, conversar.
—Soy de Argentina. —Alzó las cejas y abrió los ojos al escuchar eso, al parecer no se lo esperaba—. ¿Qué pasa? —digo divertido.
—¿No deberías hablar de vos y eso? No se te nota que eres argentino, ¿me estás tomando el pelo? —Reí ante su confusión.
—Vos sabés que si andás por ahí usando el voseo, no todo el mundo entenderá lo que decís.
—Te entendí a la perfección, Carlos —dijo cruzando los brazos.
—Lo sé —murmuré—, pero mi madre se empeña en que debemos hablar un español neutral porque andamos visitando muchos países. Fue difícil acostumbrarme, pero ya me sale natural. El que no se adapta es mi padre.
—Supongo que tu madre habla a la perfección —señaló.
—Lo hace, no le sale un vosotros ni en broma. —Julianne rió.
—Cuéntame algo más —dijo tomando mi mano y repitiendo con parsimonia el procedimiento de la noche anterior: recorrer las venas marcadas una por una.
Miré sus dedos sobre mis manos y luego su rostro más alto que el mío, sus ojos marrones y su pelo enmarañado. Su expresión era de total concentración. Así que elegí una información sencilla para darle.
—Mi segundo nombre es Florian —dije mirando sus dedos dibujandome.
—Tus manos son hermosas —susurró, las soltó y me miró a los ojos—, tu segundo nombre también. —Hizo una pausa reflexiva después de decir eso—. Todo tú eres hermoso.
Me sonrojé al escuchar esto. Nadie que no fuera mi familia me había dicho que era lindo.
—Gracias..., supongo.
Un silencio incómodo se sintió de inmediato. Yo no me sentía bien con el comentario, y Julianne parecía estar estableciendo una lucha interna. Volví a sentir intriga por ella. ¿Qué era eso que la estaba atormentando? ¿Acaso estaba pensando en nuestro beso de esta mañana? ¿Se habrá arrepentido? ¿En verdad pensaba que yo era hermoso?
—No te he dicho nada sobre mí —susurró de pronto sin mirarme.
Estabamos parados frente al mar, mirando hacia adelante, hacia el horizonte. Ella seguía perdida en su mente, parecía preocupada y eso me tenía confundido.
—No tienes que decir nada si no quieres —dije y tomé su mano para consolarla por eso que cruzaba por su mente, ella apretó la mía por unos segundos.
Miré su rostro y noté que sus ojos estaban cerrados. No estaba mirando el mar como yo: estaba mirando su interior, las olas de su propio mar, su propia turbulencia. La observé hasta que una lágrima cayó por su mejilla.
Entonces la abracé.
Ella no sollozó ni lloró con más fuerza, solo colocó sus manos alrededor de mi cintura y se dejó abrazar.
Me sentí desconcertado una vez más, ese había sido el sentimiento que más había experimentado en todo el día.
—Estoy embarazada, Carlos, y no sé qué hacer. —¡Qué! Mis músculos se tensaron, ella me soltó y se abrazó a sí misma, no me miraba, se veía perdida, sin lugar, como si su felicidad se hubiese esfumado de golpe—. Mi madre me lo dijo, ella me lo advirtió, pero yo no hice caso. Mi vida es un desastre. No soy capaz de matarlo y tampoco de matarme yo... Aunque debería hacerlo.
Mantuve silencio, no sabía qué decir. ¿Debía consolarla? ¿Decirle que no pensara así? ¿Que todo iba a estar bien? Eso sería una mentira, no podían estar bien las cosas y si lo estaban, yo no era el indicado para decirlo.
»No tienes que decir nada —dijo como si pudiera leer mis pensamientos—, sé que estoy jodida, que mi vida está arruinada y que yo tengo que buscar la solución. No tienes que decir nada, Carlos, no tienes que ser parte de mis problemas.
Con estas palabras se dio la vuelta. No estaba enojada, solo estaba triste.
No la seguí. Me quedé ahí parado como un idiota. Tal vez en otra situación, en otro tiempo, le hubiese dicho que no se preocupara, que tenía un amigo a su lado, pero uno no puede dar lo que uno no tiene, y yo no tenía el cariño de un amigo en mi vida, así que no sabía qué se hacía en esos casos.
Fue entonces cuando, por primera vez en todo el verano, me sentí solo y amargado.
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Dos De Julio
Short StoryCarlos odia las vacaciones por el simple hecho de que cada año debe ir a un punto turístico del planeta para acompañar a sus padres en su constante luna de miel. Preferiría quedarse en su casa y morir engullido por su propia soledad. ¡Es que nunca s...