~3~Problema resuelto~3~

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—¡Dónde estuviste toda la noche, Carlos! —gritó mi madre cuando entré en la casa.

—Tranquila, Cristina, le diste orden de salir y él así lo hizo. —Mi padre la tranquilizó. Yo, por mi parte, no le presté demasiada atención, solo fui al baño para cepillarme los dientes y darme una ducha.

—¡No debió tomárselo tan en serio! ¡Amaneció en la calle, quién sabe donde! ¡Solo tiene quince años! —Los gritos continuaron uno tras otro mientras estaba en el baño.

A veces me preguntaba por qué me recordaban tanto mi edad. No es que tener quince años era lo peor que le podía pasar a alguien, el hecho de tener quince años no es la gran cosa, el punto es cómo te tratan por tenerlos. Quieren que actúes como adulto, pero te tratan como niño. Eres muy grande para pedir regalo el día de los niños, pero muy pequeño para tomar un cigarrillo. El cuerpo cambia y la mente también. La gente espera más de ti.

Tener quince años es un dilema, pero no para odiarlo. Por alguna razón no delimitada me agradaba tener quince años. Tal vez era puro agradecimiento por estar vivo durante tantos años.

Pensé bajo el agua y me vi comparándome con todas las películas en las que los protagonistas solo se bañaban cuando iban a lamentarse por las desgracias de su vida. Sin embargo, yo no era uno de esos. No me llegaría la iluminación ni la solución de todos mis problemas solo con tomar una ducha. Aunque, ¿qué problemas tenía yo?

Salí del baño en unos pocos minutos, ya mi madre se había callado; estaba poniendo el desayuno en la mesa, era lo único que cocinaba en vacaciones: el desayuno.

—Entonces, Carlos, ¿dónde estabas anoche? —preguntó mi madre cuando me serví jugo y tomé una tostada.

—Dormí al aire libre, experimenté algo nuevo —dije con un alto grado de frialdad.

—¿Solo? —La curiosidad y un atisbo de diversión aparecieron en su rostro, ya se estaba relajando.

—No, con una chica —susurré.

—¡Cuidado con lo que haces por ahí! —Ignoré sus insinuaciones. No entendía por qué había que pensar lo peor siempre. Julianne era solo mi amiga, no era necesario toda una escena porque pasamos un rato juntos.

En silencio, comí un poco de todo lo que mi madre había preparado y, por primera vez en estas vacaciones, salí a caminar por la playa.

Cuando el viento mezclado con arena y salubre golpeó mi rostro, suspiré. Aunque no me sentía solo y desamparado, aún no me gustaba el ambiente de la playa. Al parecer, el problema no era mi actitud, el problema era que realmente no me gustaban estos lugares. Estuve equivocado sobre mí por mucho tiempo, ¿acaso hay más por aprender sobre uno mismo? Dicen que conocer a alguien es un proceso largo, sin embargo, nadie habla de conocerse a uno mismo. Lo que he aprendido sobre mí en dos días es mucho más de lo que había hecho en todo el año.

Caminando por la costa, tratando de disfrutar de lo que había descifrado que no me gusta, me encontré pensando en una fecha y por ende en mi amiga. De repente el dos de julio volvió a aparecer en mi mente y la casa de Julianna frente a mi rostro.

Sin pensarlo dos veces, me dirigí hacia allá y toqué la puerta.

—¡Va! —gritó Julianne desde adentro unos segundos antes de salir—. ¡Carlos! —dijo abriendo mucho sus ojos marrones—, vamos, entra, no esperaba verte hasta la noche, pero es grata tu visita. —Pasé sin emitir palabra y me encontré preguntándome qué hacía allí.

Julianne me llevó a la cocina, donde había un caos kilométrico: muchos platos sucios, dos cubetas llenas de basura, ollas en el piso y cajas llenas de verduras por todos lados. Me invitó a tomar asiento junto a una mesa pequeña repleta de bolsas.

—¿Qué haces? —le pregunté. Todo ese desorden debía tener una razón de ser.

—Cocino. —Empezó a cortar cebollas.

—¿Qué? ¿Para cuánta gente? —pregunté ensimismado.

—Restaurante —respondió tan cortante que me recordó a mí mismo.

—¿Eres cocinera? —solté con sorpresa. Nunca creí que lo sería, su carácter era el de una líder. Tardé unos segundos para darme cuenta de que se sentía avergonzada; tensó los hombros y se quedó callada, cosa que no había hecho en el tiempo que llevamos conociéndonos—. Julianne —susurré—, no tienes que...

—¿Sentirme avergonzada por mi trabajo? ¿Me dirás que es un trabajo honrado y que al menos no me estoy prostituyendo? No lo digas entonces. No necesito consejos y tampoco compasión. —Mantuve silencio.

Observé sus movimientos en la cocina hasta que encendió la pequeña televisión que había en una esquina. Estaba puesta en el canal de telenovelas y lo primero que pude ver cuando estuvo encendida fue una pareja devorándose, compartiendo saliva.

Hice una muesca de asco.

—¿Qué pasa? —preguntó Julianne sin voltear a verme.

—Nada —solté. No necesitaba que se burlaran de mí por mi posición ante el hecho de estar intercambiando gérmenes bucales. Julianne me miró divertida y apagó el televisor.

—Nunca has besado a nadie, ¿cierto? —Alzó las cejas y se paró delante de mí. Me sentí diminuto—. Por eso te parece un acto estúpido y repulsivo. Cuando beses a alguien lo entenderás. —Intenté no mirarla a los ojos, eso me hacía sentir más pequeño.

—No lo creo —murmuré.  Ella se agachó para quedar a mi altura y reírse en mi cara.

Entonces, hizo algo que, aunque predecible, fue sorprendente para mí. Estampó sus labios sobre los míos. Fue un roce suave, no como el que acababa de presenciar en el televisor; no fue estúpido ni repulsivo, me dejó... ¿desconcertado?

—Problema resuelto —Escuché a Julianne reír. No noté cuando se separó de mí, no supe en qué momento cerré los ojos, ni siquiera supe lo que estaba sintiendo.

Y por un instante me pregunté, ¿qué debería sentir?

Dos De JulioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora